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Sabado, 20 de Abril del 2024
Friday, 28 May 2021

El Viaje (más final aún) a Ninguna Parte. Relecturas

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Bartolomé Marcos Bartolomé Marcos

CLR/Bartolomé Marcos.

Hoy (¡qué importa un día!), mientras caminaba, a las siete y cuarto de la mañana, cual machadiano loco, por el desolado, solitario y rojizo territorio marciano de la estación del ferrocarril de Cieza, escenario habitual de mis largas caminatas matinales en estos desvencijados tiempos de calamidades mil, y poco antes de que llegara el tren de mercancías sin parada, puntualmente anunciado por la fantasmagórica megafonía de la estación que resuena inexplicada e inexplicable en el vacío, me ha venido a la cabeza uno de los últimos guasaps de mi antiguo compañero de internado, el ínclito Antonio Linares Ramos, malagueño del Rincón de la Victoria, cuyas ocurrencias han tenido ustedes oportunidad de conocer si siguen más o menos habitualmente estas entregas.

Antonio es, desde luego, un auténtico “personaje”, con todos los perfiles y aditamentos propios de un ente de ficción, producto de la imaginación calenturienta de un romántico atormentado. Me hablaba esta semana de sus varias relecturas de la gran obra de Gabriel García Márquez, “Cien Años de Soledad”. Y es que, en una etapa vital en la que no nos queda tiempo para leer siquiera la décima parte de lo ya leído, de vez en cuando no es malo volver la vista atrás para saborear de nuevo con calma, sin prisa y con fruición, lo ya vivido, conocido y leído, el territorio familiar de los libros de nuestra vida, descubriendo nuevas perspectivas e insospechables hallazgos expresivos, encuentros y desencuentros que nos siguen sorprendiendo y emocionando. Antonio me decía así: “no se por qué (yo al menos) consideraba al coronel Aureliano Buendía como el principal personaje de "cien años de soledad"… es simplemente un hombre cortijusto. Fue a la guerra como liberal por las injusticias del partido conservador en el poder. Si hubieran estado en el poder los liberales, habría ido a la guerra como conservador por las injusticias de los liberales. Finalmente escoge convertirse en una crisálida que nunca eclosionará. El mundo es inmutable. Ajeno a las particularidades humanas. Sólo puedes aspirar a ser consecuente contigo mismo, y tal vez, desde ahí, influir ligera y temporalmente sobre la marcha de algo o de alguien. La prueba del rumbo actual del mundo es que la meta es el dinero. Nadie quiere ser nada que no ingrese… ???????????????????????? Añade Antonio que un compi le contesta diciéndole que las relecturas tienen la ventaja de darnos una nueva visión de las obras, y que a él le ha pasado con El árbol de la ciencia de Pío Baroja. Habiendo llegado a la conclusión de que estamos en otro 98, solo que en vez de perder un imperio hemos perdido la fe en España.

 

Los dos citados, “Cien años de soledad” y “El árbol de la ciencia”, son sendos referentes de mis lecturas de juventud que merece la pena releer, el primero por su magia, su lánguida y crepuscular dulzura, y su imaginativa capacidad para sorprender; el segundo, por su vigoroso y seguro pulso narrativo, y por la creación de un universo ficcional apasionante, de gran hondura y densidad conceptual y filosófica al mismo tiempo, algo que no empece el interés de la obra en absoluto sino que incluso, si cabe, más bien lo acrecienta.

 

Quizá parezca una ironía, o por lo menos que suene a guasa a mis muchos años, colocar entre estas relecturas un libro adolescente, juvenil, sencillo, ingenuo, como “La vida sale al encuentro”, escrito además por un cura, el sacerdote jesuita José Luis Martín Vigil. En esta novela, un muchacho de quince años nos relata su vida en el seno de su familia, en el círculo de sus amigos y en el colegio donde está interno; todo ello en el transcurso de un año pródigo en contrariedades para él. La descripción es minuciosa en detalles. Se siente su gran admiración por su padre, el cariño hacia su hermano, la total entrega que hace de su confianza en el padre Úrcola... y, sobre todo, el amor que tiene por su prima Karin. El protagonista posee un corazón grande y un temple magnífico, a pesar de las caídas. Con esos mimbres, y en una época como aquella, de hace más de cincuenta años, ¿qué adolescente no se reconocería en este libro y quién no se habría enamorado, siquiera platónicamente, de la bella Karin?

 

Y, cómo no, relectura aconsejable siempre la de las “Memorias de Adriano”, el mejor regalo que, allá por 1983, me pudo hacer nunca mi inolvidable colega en el amor a la Literatura María Josefa Díez de Revenga y Torres, catedrática de Lengua Española y Literatura en el Instituto de Bachillerato Mixto de Cieza, en la extraordinaria traducción de otro genio iluminado y brillante, Julio Cortázar, en este caso traduttore, sí, pero no traditore, traductor pero no traidor. Aquel libro me atrapó en su embrujo, me captó para siempre, me enajenó y me volvió “yourcenariano” y “adrianita” incondicional y convencido. Nunca pensé -¡qué envidia!- que podría llegar a escribirse así de bien. El libro se publicó además por primera vez en 1951, mi año de nacimiento, lo que no deja de ser una curiosa pero para mí muy significativa casualidad. Está integrado por las confesiones, en primera persona, del emperador Adriano, a quien habría de sucederle Marco Aurelio, y es uno de los textos más brillantes y profundos de la literatura universal en el pasado siglo XX. La forma que le confirió Marguerite Yourcenar, la de una larga epístola dividida en capítulos dirigida a Marco Aurelio, permite que la voz del emperador Adriano fluya directamente y nos revele los acontecimientos de su vida pasada, reconstruyendo la biografía del emperador y su contexto histórico, al tiempo que recrea un modo de ver el mundo y la filosofía de vida del emperador.

 

En sus cuadernos de notas a las Memorias de Adriano, Marguerite Yourcenar recuperaba una frase inolvidable de Flaubert: «Cuando los dioses ya no existían y Cristo no había aparecido aún, hubo un momento único, desde Cicerón hasta Marco Aurelio, en que solo estuvo el hombre». Y…añado yo…el hombre… solo. “Mínima alma mía, tierna y flotante, huésped y compañera de mi cuerpo, descenderás a esos parajes pálidos, rígidos y desnudos, donde habrás de renunciar a los juegos de antaño. Todavía un instante miremos juntos las riberas familiares, los objetos que sin duda no volveremos a ver… Tratemos de entrar en la muerte con los ojos abiertos…». Da un poco de reparo expresarse de manera tan taxativa y terminante, pero, si tengo que elegir, las Memorias de Adriano, desde el punto de vista emocional, intelectual y estético, son, sin duda, el libro de mi vida…

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