Y hay que hablar claro. Porque la situación colma el vaso de la paciencia y el cuidado con el que se ha tratado a una parte de la juventud española y europea en los últimos meses. Con una comprensión suicida y trágica hacia actos que, en otras franjas de edad, serían clasificados de una manera muy distinta.

Lo primero: los centros educativos de todo el país han recibido de sus respectivas consejerías órdenes estrictas de no organizar ni viajes de estudios ni celebraciones de ningún tipo, órdenes que han cumplido en su inmensa mayoría. Pero a muchos alumnos y, lo que es peor, a muchos padres, este intento de restringir la movilidad para limitar así los contagios por coronavirus les traía sin cuidado. Hasta tal punto que para contentar a sus hijos los padres, haciendo caso omiso de las más mínimas precauciones y del sentido común, organizaron a sus vástagos esos viajes en los que aquellos celebrarían, en total desfase, el final de la EBAU, del curso o de cualquier otra cosa que les viniese en gana.

Lo segundo: una parte mayoritaria de las chicas y chicos que acudían a estas excursiones (que desde luego deben tener un nivel adquisitivo suficiente para costearlos en una situación de crisis como la que padecemos) lo hacían sin respetar límite de seguridad alguno: ni mascarillas ni distancia social, compartiendo botellas y otras muchas cosas y permitiendo así al coronavirus campar a sus anchas.

Lo tercero: empresarios sin escrúpulos montaron actividades multitudinarias sin ningún respeto a las medidas mínimas de profilaxis, creando el mejor caldo de cultivo para la extensión de la pandemia. Las vergonzosas imágenes que hemos podido ver de macroconciertos multitudinarios en las que los jóvenes, apiñados como sardinas en lata, bailaban y bebían sin mascarillas dan fe de ello.

Lo cuarto: el inaudito espectáculo de jóvenes confinados en un hotel y que desafían a la policía pasando de habitación en habitación, celebrando fiestas y bebiendo alcohol sin tasa en el hotel medicalizado da una idea del grado de civismo de estos jóvenes, que para mas inri coreaban la cantinela “libertad, libertad” que cierta política madrileña ha puesto tan de moda, aunque no tengan ni ella ni los jóvenes de los que hablamos ni pajolera idea de lo que en realidad significa.

Quinto: los padres que han recurrido incluso a solicitar el habeas corpus para que sus vástagos volviesen a casa a pesar de que suponían un peligro para el resto de la población son la mejor explicación del carácter insolidario, hedonista e irresponsable de sus hijos, acostumbrados a hacer lo que les viene en gana sin importarles ni las consecuencias ni a quién puedan perjudicar, y también a que sus “papis” les solucionen los problemas que ellos mismos se buscan.

Sexto: algunos jueces interpretan la ley de una forma que hacen al respetable dudar de la efectividad y de la igualdad de la misma. Y lo digo por el auto de la jueza que ha permitido salir a los que habían dado negativo en principio en las pruebas de detección. Muchos de los cuales, por cierto, estaban en realidad contagiados y han contagiado después a miles de personas.

Resultado de este esperpento y de otros parecidos es que las cifras de la pandemia en España se disparan de nuevo, amenazando la incipiente recuperación de la salud y de la economía del país. Por eso, y tengo que decirlo, hay que actuar de forma contundente. Y no solo vacunando a este sector de la población del que buena parte se dedica a extender la epidemia por donde va. También tomando medidas contundentes de orden público que hagan pensárselo dos veces a quienes, por el simple hecho de querer divertirse, destruyen todo lo que a los demás tanto nos ha costado lograr.