Ay, pecado compartido. Medicina para abrir el apetito a las personas con el corazón roto. Tu aroma inconfundible recorre mis vísceras tan solo de imaginarlo. Tu primer bocado sacia hasta a los más inconformistas. En el último, me replanteo el ajuste de cuentas que tendré que hacer con el calendario para eliminarte. Te quiero rebosante de chocolate blanco (absténgase de seguir leyendo si cree que el chocolate blanco no es chocolate, sobre eso no estoy dispuesta a discutir) y, a pesar de que mi amor por ti es puro, no es perfecto, te sobran los 45 minutos que tengo que esperar para llegar hasta a ti.

Sin libros de autoayuda para aceptar tu ausencia te dispones a marcar el fin del verano, sustituyes a las uvas que dan la bienvenida al año nuevo que abre septiembre, y como no podía ser de otro modo, a cada año nuevo le acompañan un par de propósitos, en mi caso: adaptarme a la rutina que no sé si amo u odio y despedirme de los excesos para intentar mover más el culo. Me temo que no soy la única a la que le encantaría subscribirse al plan avanzado con sesiones ilimitadas de cualquier gimnasio, pero es que mi motivación se quedó haciendo las maletas del primer viaje de este verano y todavía la estoy recuperando.

En mi esfuerzo de unirme al equipo que a primera y última hora del día visten las calles con uniformes deportivos, un buen amigo (de esos que se cuentan con los dedos de una mano) me ha hecho cambiar de perspectiva. Compartió conmigo una reflexión que es el fruto de todo aquel que tiene como objetivo ponerse serio con la alimentación y el ejercicio y que dicta así: “No te obsesiones, disfruta del proceso”. Me contaba que asentar nuevos hábitos requiere superar un proceso de aprendizaje, a cocinar, a gestionar el estrés y a admirar los cambios que se provocan en tu cuerpo física y mentalmente, entre otros. Comparto su argumento principal, la constancia es la clave del éxito y aunque yo no sepa cuánto durará mi compromiso, si sé que solo depende de mí. Mientras, soy consciente de lo que ayuda marcarse metas reales, que estoy lejos de ser deportista profesional y que aunque mientras hago la cola del deseo enloquezco con la idea de comerme tres gofres, la realidad es que solo puedo con medio.

En definitiva, animo a aprender a disfrutar del proceso a todos, menos a los que se cuelan, a esos no.