Y eso a pesar de que el cine mudo precisara, cada cierto número de fotogramas, de la intercalación de una cartela con un mensaje de texto que nos orientara de por dónde iban los tiros de las escenas que aparecían encadenadas en la filmación. Quizás esta expresión surgiera como resultado de la pereza y el esfuerzo que supone la lectura, que es el arte de encadenar visualmente palabras para que nuestro cerebro las transforme en imágenes. Según el “Barómetro de Hábitos de Lectura y Compra de Libros 2018” en España sólo seis de cada diez españoles lee (alguna que otra vez, habría que matizar). Pero, eso sí, el que lo hace lo practica sin mesura. Sin embargo, para una gran parte de la gente, su tiempo libre se lo roba la caja tonta (vademécum paroxístico y astroso cajón de sastre del mundo de las imágenes por antonomasia). Siguiendo con los parámetros climatológicos, según el “Análisis Televisivo 2017 de Barlovento Comunicación, los españoles dedicamos una media de cuatro horas al día a ver la tele, es decir, la mitad de nuestro tiempo de ocio. Y es por eso que aquí debe cobrar todo su sentido lo comentado anteriormente de que una imagen vale más que…y etcétera.
Me va a permitir (sigue diciendo mi cordial contertulio del guasaps, entrando ya en materia, que va casi exclusivamente de textos escritos y no precisamente de imágenes) que me tome la licencia de transcribir los fragmentos de dos obras literarias de sendos autores españoles que residen ambos en Cataluña, para que podamos hacer un ejercicio mental de las imágenes que representan, una de las cuales, por cierto, forma parte de una obra que ha sido elegida como la mejor en modalidad de narrativa escrita por un autor español en el año 2018. Un premio, el Nacional de Narrativa, que está dotado con 20.000 euros. Con poco más de 600 caracteres, el primero de los fragmentos dice así: “Le llamaban Manuel, nació en España. Su casa era de barro, de barro y caña. Las tierras del señor humedecían su sudor y su llanto, día tras día. Mendigo a jornal fijo como él no hubo, entre olivos y trigos por un mendrugo. Su mundo era otro mundo, tras la montaña. Del amo eran las tierras camino abajo, las moras y las flores de los ribazos. La mula y los arreos, el pan y el vino, los árboles, las piedras y los caminos. Ella guardaba un hijo en sus entrañas. Nunca nada fue suyo, nada tuvieron, por eso lloró tanto cuando murieron. Él con sus propias manos cavó una fosa, sepultando sus sueños junto a su esposa. Le vieron alejarse una mañana. Del amo era el olivo donde lo hallaron, y la soga de esparto que desataron. Y el pedazo de tierra donde hoy se pudre, y el trigo que en la sierra su tumba cubre”.
Transcribo a continuación (no sin bastante asco, es decir, con mucho) el segundo texto, con casi 500 caracteres, que dice así: (En el ferrocarril de la Autónoma): “Empiezo a tirarme pedos silenciosos, apretando el culo para que no suenen, haciendo equilibrios sobre los isquiones en el asiento, avergonzándome del olor. Alguna vez he llegado a la Autónoma con las bragas cagadas. Después de soltar un poquito de caca ya puedes aguantar mejor, pero siguen quedando seis paradas con el lametoncito de mierda en el culo ¿No hay lavabos en el tren? No, en los ferrocarriles de corta distancia de la Generalitat no hay lavabos. Hay que subirse al tren meada, cagada y follada”.
Bueno…¿y qué le parece? -demanda interesado y solícito mi querido contertulio- para pasar rápidamente a responderse a sí mismo: acaso el primero de los textos precise de muchas imágenes para imaginarnos la historia, terrible y dura, de un jornalero en los tiempos del hambre, con el señorito y los sirvientes de la España profunda que tan bien supo retratar Miguel Delibes en “Los santos inocentes”, y que aquí está fielmente plasmada por uno de los cantautores españoles que mejor han sabido retratar en sus canciones nuestra idiosincrasia, un cantautor sensible, Joan Manuel Serrat. El segundo fragmento es de la obra de una tal Cristina Morales, marrana granadina residente en Barcelona. Quizá no precisáramos más que de unas pocas imágenes para hacernos una idea de lo que ha querido transmitirnos en ese fragmento. Al margen de la evidente disparidad de los dos estilos literarios, y especialmente de lo soez que supone, al menos para un servidor, la lectura del segundo, lo extraordinario del caso es que el mentado premio literario haya recaído sobre este último, lo que me preocupa sobremanera. Y no tanto por el contenido como por la capacidad de los tribunos de la Academia (más bien de la plebe rústica y “epatadora”, ¿verdad?) para recompensar la supuesta excelencia narrativa. Y para que vean cuán rápida ha saltado la liebre, aquí les dejo una perlita que ha soltado desde Cuba la laureada, donde resume en pocas palabras su peculiar visión de las imágenes que hemos tenido en los telediarios durante más de dos semanas sobre los graves disturbios acaecidos en Barcelona a cuenta del independentismo de los cojones: “Es una alegría (dice Cristina Morales) ver el centro de Barcelona, las vías comerciales tomadas por la explotación turística y capitalista, de las que estamos desposeídos quienes vivimos allí; es una alegría que haya fuego en vez de tiendas y cafeterías abiertas. La violencia es la de la policía; lo único que se puede esperar de la policía. Es un cuerpo violento ante el que sólo cabe el sometimiento o la autodefensa”.
Sin comentarios, querido amigo. Sólo decir que así le sirvan de indigesto purgante a la tal Cristina Morales las viandas que pudiera comprarse con los 20.000 euros salidos de nuestros bolsillos del desnortado premio con el que ha obsequiado el Ministerio de Cultura (sic) a este desgraciado (en sentido literal, sin gracia alguna) espécimen humanoide. Querido amigo, lo mejor que puede hacerse es seguir deleitándose con los temas y las versiones de Serrat e ignorar, no por fácil, sino por facllón y zafio, el bodrio infumable de la tal Cristina, esa tipeja impresentable, huera y sucia cuya entrepierna sudorosa y húmeda seguramente huele a bacalao rancio e incontenidos y apestosos caca, culo, pedo y pis ¡Dios, qué asco!