Poesía y poetas
Poeta no es el que escribe poesía, sino el que es escrito, arrebatado, abducido, enajenado por ella. Así, poeta no sería tanto Antonio Machado (con serlo…o no) cuanto Quevedo, Leopoldo María Panero o Jaime Gil de Biedma (malditos –benditos sean) casi todos ellos. Por eso el de la poesía es un don gracioso (que a veces no tiene puñetera gracia) de los dioses, un regalo (casi siempre envenenado) que se posee sin títulos para ello, o del que se carece, al criterio, o al arbitrio inane, de los diosecillos caprichosos que lo otorgan, que suelen estar siempre más cerca del infierno que de la gloria. Oigan, es que es difícil hablar de esto sin perder la coherencia…
Explicaba en sus Etimologías San Isidoro de Sevilla que la palabra “vate”, aún usada con el significado de “poeta”, provenía de una contracción de tres palabras diferentes, la “v” de la latina vis (fuerza), la preposición griega “a” (sin) y las dos últimas letras de la palabra latina mente, de manera que en un batiburrillo bastante gratuito y absurdo, con excesivos aditamentos e ingredientes de prejuicios contra quienes ejercían el oficio de poetas, San Isidoro, que de santo iría sobrado pero a quien como lingüista le faltaba algún hervor, mezcló témporas con moras, churras con merinas, significados con trocitos de significantes al albur, les dio unas pocas vueltas en la sartén mandinga calenturienta de su cerebro, y concluyó de manera lapidaria que, etimológicamente, integrando los siguientes elementos: v, fuerza, a, sin, te, mente, vate o poeta venía a significar algo así como persona sin fuerza en la mente, es decir, mochales, loco, reblandecido mental, pirao. Amigo San Isidoro, para ese viaje podías haberte ahorrado tus “Etimologías”. Ya sabíamos que los poetas eran presos enajenados de divina locura.
La Sierpe no es un grupo de poetas, ni siquiera un grupo de escritores (¡qué más quisiéramos nosotros!). Sólo es un grupo, creo que afortunado, de personas (ya no diré aquello de “humanas”), a las que juntó el azar y, en algún caso, la necesidad, y a las que frecuentemente juntó por Navidad, mirad por donde, porque es un tiempo del año, ¿verdad?, en el que tienden a juntarse más las personas. Sabemos que es un tópico, pero también los tópicos tienen que ver con la literatura, como referencias, puntos de encuentro o lugares comunes. No somos genios, ni siquiera geniales, y nuestro quehacer cotidiano se aparta poco de eso, de lo cotidiano. No somos poetas, ya lo he dicho, salvo alguno de los miembros del grupo, en el pasado o en el presente y seguro que alguno más habrá en el futuro. En realidad los poetas han sido siempre una gente muy especial, y ha habido muy pocos. Un poeta es aquel que crea una lengua entera y hasta una cosmogonía, una totalidad. Los poetas de verdad son cuatro gatos mal contados: Homero, Sófocles, Shakespeare. Otra cosa son los escribidores de versos, que de esos ha habido y hay unos cuantos más, pero dedicarse a la poesía en serio implica que no pueda haber otra cosa en tu vida más que eso. La poesía comporta siempre arrebato y enajenación. Leopoldo María Panero fue abducido por la poesía, se creyó, se sintió poeta y acabó en un manicomio.
Por eso “La Sierpe” no es un grupo de poetas-cosa harto peligrosa donde las haya, y mucho menos de isidorianos “vates”, peregrina congregación con gorrito incluido, sino un grupeto de amigos que, entre otras muchas cosas, aman la poesía, la literatura, los libros, y, sobre todo, la vida, desde la cordialidad, la sencillez y la cercanía. En realidad a este rebañico (con cariño y con perdón) lo ha creado Dios y se han juntado ellos, por mor de las afinidades electivas. Y –se vean más o se vean menos- saben de su existencia y se sienten cerca unos de otros en una relación consolidada con la robustez pétrea de la costumbre. Alguien dijo (creo que fue el catalán nada separatista Félix de Azúa), que “nadie que no quiera morirse idiota puede renunciar a la poesía o a la filosofía”, ambas estrechamente relacionadas y que si te enseñan a algo es a mirar el mundo – sin miedo y con amor- desde las órbitas vacías de los ojos de los muertos, allá donde anidó toda sabiduría; te enseñan a desenterrar a los muertos y hablar con ellos. Eso también lo hacen con frecuencia, entre vino y cervecilla, cervecilla y vino, por Navidad o en el Verano, los integrantes de La Sierpe y el Laúd. Y es que “in vino veritas” e “in vino amoritas”.