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Viernes, 19 de Abril del 2024
Friday, 30 April 2021

El Viaje (más final aún) a Ninguna Parte. ¡¡¡Vampiros!!!

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Bartolomé Marcos Bartolomé Marcos

CLR/Bartolomé Marcos.

Como todo bicho viviente, los vampiros se mueren cuando les llega la hora. Pero el mito del vampiro es eterno, como el personaje, que siempre me ha fascinado y que nunca pasa de moda, se reactualiza y reaparece incansablemente (baste recordar la relativamente reciente serie “The Strain”), de manera que, camaleónicos en su inmortalidad, los vampiros siguen haciendo actualmente de las suyas.

Confieso sin rubor que las películas de Drácula y otros significados y famosos muertos vivientes (los más divertidos e inofensivos de todos los vampiros) me han apasionado desde muy pequeño, a la vez que me han estremecido y aterrorizado, cosa que sigue ocurriendo, y eso a pesar de saber que mi miedo es ridículo e injustificado.

 

Lo que sucede es que a mis muchos años ya, sigo teniendo un temperamento religioso y una visión dionisíaca de la realidad, y siento pánico al vacío, a lo desconocido, e imagino muchas veces que incluso lo imposible es o podría llegar a ser realidad. Todavía, si en plena oscuridad tengo que activar el interruptor de la luz, en las décimas de segundo anteriores a hacerlo aún pienso que una mano viscosa y fría podría atrapar la mía, y aligero la acción de encenderlo para conjurar cuanto antes la sensación fría y paralizante de miedo que mis delirios imaginativos podrían llegar casi a corporeizar. El mío sigue siendo un terror antiguo, arraigado, lovecraftiano, a lo desconocido -y lo sobrenatural es lo más desconocido que hay, o que no hay- y se trata de una mezcla entre la atracción irresistible que ejercen sobre mí esas historias y el miedo cerval que me provocan. Por eso uno de mis autores predilectos en los años de juventud fue siempre Henry Philips Lovecraft, un verdadero vampiro él mismo por su modo de vida, que acabó aterrorizado por sus propias creaciones de visionario, y al que nunca pude leer sin parapeto o consistente pared detrás que me guardara las espaldas. O el más sutil y refinado y quizá hasta más inquietante, Henry James y toda su pléyade de delicados, sutiles, evanescentes, pero terroríficos fantasmas… (Conozco a algunos vampiros más, algunos de ellos ciezanos, no se vayan a creer, aunque casi todos muy pintorescos e inofensivos).

 

Pero, aunque parezcan estar en decadencia, sé que hay vampiros eternos, mucho más terribles que Drácula y todas sus secuelas cinematográficas o literarias, y, desde luego, de picadura y mordisco más fuertes y peligrosos, las picaduras, mordidas y desgarros de la pobreza severa (más aún en estos tiempos tristes y dolorosos, de pandemia, oprobio y vergüenza), que aprieta a millones de españoles, niños, adultos y ancianos, que sólo ven ante sí un horizonte de desesperanza y miseria. Pobreza inmisericorde y severa que está generada, directa o indirectamente por bastantes de los selectos vampiros chupasangres, insaciables bebedores de sangre, sudor y lágrimas. Los modernos y poderosísimos vampiros son de monstruosa voracidad y no pueden descansar en paz hasta que no han exprimido totalmente a sus víctimas, dejándolas, literalmente, exangües. No son demasiados, pero se adaptan bien a los nuevos tiempos y están en todas partes. Así, la revolución mediática de los años finales del siglo XX y lo que llevamos del XXI, Internet y las redes de comunicaciones, la digitalización, el 5G, el sueño imposible de Marte como escapatoria, o la siempre postergada redención de África, no parece que vayan a conjurar las maquinaciones vampíricas para contribuir a eliminar las desigualdades crecientes en un planeta poblado por unos pocos miles de aristocráticos, envejecidos e hidrópicos vampiros, y casi 7.000 millones de parias a su merced. Triste. Muy triste. Un descorazonador panorama que la actual pandemia, con todos sus ribetes conspiranoicos, no ha hecho sino agravar. Reiterados informes de la moribunda ONU corroboran lo que veníamos sospechando desde siempre a escala global, no sólo en España. Escala global que es la que importa cuando hablamos de Internet (la moderna y enésima transustanciación de la bicha inmunda) que no sólo no está contribuyendo a reducir las diferencias sociales, sino que las está multiplicando y profundizando en ellas, o está añadiendo a las existentes una nueva desigualdad social: la que separa a los usuarios de las nuevas tecnologías de quienes no lo son, o al menos de usuarios libres de esas nuevas tecnologías, en lugar de adictos serviles. De hecho, más del 90% de la información que circula por Internet está controlada por organizaciones y países correspondientes al 17% de la población mundial, y la red de redes -que parecía casi el único instrumento democrático libre, al margen de los grupos de presión y las grandes corporaciones- ha acabado por convertirse en otro instrumento para la vampirización imparable del mundo por unos cuantos, un nuevo resorte para la colonización cultural y económica y el avasallamiento de la población. Poco importa en este caso que muchos de nosotros, a quienes nos queda todavía un pequeño pero precioso rescoldo cálido de humanidad, pertenezcamos al grupo de los privilegiados señores de la noche, siquiera en el escalón jerárquico anterior al del murciélago, pariente pobre de los vampiros…No podremos hacer la revolución desde dentro. Chupóptero de sangre, sudor y lágrimas, el vampiro- ajeno incluso a la maldad intrínseca de sus acciones- no llora pos sus víctimas: las utiliza, se nutre de ellas, las parasita y absorbe…y las olvida.

 

Vivimos en una España y en un mundo de vampiros, de chupópteros desvergonzados y amorales, una triste España de democracia sin libertades, una España sentada sobre un barril de pólvora al que se le acaba la mecha y que está a punto de estallar y a cuyo gobierno bonito, encantado de haberse conocido, no parece preocuparle la cosa demasiado, como si no fuera con ellos ¡Que venga Dios y lo vea o, al menos, que venga Van Helsing y se cargue a unos cuantos!

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