Quince son los minutos que nos separan. Demasiados si llevo otros quince de retraso a mis espaldas o si voy en busca de la cura de sus palabras. Pocos si mi mente se olvida de las prisas y disfruta observando los rincones de las calles de Cieza. Observar, apreciado atributo que todos son capaces de adquirir pero pocos ponen en práctica.
En vísperas de las fiestas del patrón, entre el jolgorio de grupos de amigos llenando los bares, la despedida del ambiente asfixiante que se asentó con la ola de calor y el estruendoso sonido que dejan las motos al pasar, una idea vino a mí. Sin yo buscarla. Me di cuenta del significado de la frase de John Berger que lleva días dando vueltas por mi cabeza: “Solo vemos aquello que miramos. Mirar es un acto voluntario”. Y tanto.
¿Cuántas veces hacemos el mismo camino? ¿Cuántas probamos a dotarle de un nuevo sentido? En lo cotidiano también habita la belleza aunque a veces la eclipse. Aquel día me faltaron dedos de una mano para enumerar los ambiciosos proyectos que crecen en nuestras calles. Es complicado pasear más de dos calles sin encontrar un edificio en construcción. En menos de mes y medio he visto con mis propios ojos levantar tres plantas completas, con piscina en el bajo incluida. Hogares a medio hacer y quebraderos de cabeza escondidos tras la ilusión de dar vida al hogar de tus sueños.
Y así me encuentro yo, en obras. Sin saber cuál es el siguiente paso que tengo que dar para construir el futuro que quiero. Buscando el lado bueno de que aún no haya paredes que abracen el hormigón, a ver si así me llega un poquito de luz. Con un título que no sé dónde colgar. Pensando en que quizá ha llegado el momento de hacerle caso a las frases que ilustran las tazas de café con las que empiezo el día. ¿Quién me pone a salvo si me equivoco?
Los sueños, como las mesitas de noche y las camas, siempre están al lado de los miedos. Atiborramos los hogares de objetos sin razón, llenos de polvo. Acumulamos mucho más de lo que necesitamos y las mudanzas me dan la razón. Nos sobran preocupaciones que no vienen a cuento y varios sobres de miedo que nos amargan el café. El miedo, esas esposas que nos persiguen en cada etapa de la vida, aunque haya veces que aprieten un poco más.
En mi casa quiero que escaseen los sobres del miedo, quiero pintar las paredes con humor, tener vistas a la montaña y colocar en la nevera imanes que atraigan la alegría. Quiero que cada mudanza me ayude a darme cuenta de todo lo que no tiene valor y a revalorizar lo verdaderamente importante. Y, por supuesto, quiero vivir más cerca de Marta. La búsqueda de una ruta más corta entre su casa y la mía no tuvo ningún éxito, pero me ayudó a ver que como las señales triangulares de obras advierten, a veces es necesario aminorar la velocidad. Sé que puedo con todo, pero no con todo a la vez.
