Es más que evidente que el ritmo frenético que la pandemia ha obligado a los investigadores a adoptar, ha sido uno de los primeros indicios de desconfianza hacia las vacunas en general, pues estamos acostumbrados a que este tipo de estudios dure años y años. Si a lo anterior le sumamos el ruido informativo al que estamos expuestos por los medios y la adicción que éstos tienen por el uso de la hipérbole en sus titulares, es casi lógico que se enturbien algunos de los datos realmente importantes como, por ejemplo, las constantes evaluaciones realizadas y emitidas por la Agencia Europea del Medicamento, concretamente, la publicada el pasado 7 de abril en la que, tras analizar un total de 86 casos entre aproximadamente 25 millones personas ya vacunadas, se han considerado los casos de trombosis como un efecto secundario raro. Pero, ¿alguna vez nos hemos parado a leer el prospecto de los medicamentos a los que acudimos habitualmente, para solucionar dolencias menores?
Lea las instrucciones de este medicamento y consulte al farmacéutico. Este anuncio se pasea por la televisión generación tras generación para avisarnos del peligro que tiene automedicarse. De una vacuna probada anteriormente en miles de personas desconfiamos. De aquello que tomó un amigo y al que le fue genial confiamos. Así somos, buscamos conciliar el sueño acompañados en camas ajenas porque bajo la nuestra se esconden monstruos. El miedo es capaz de cambiar el mundo. Por suerte, todavía quedan algunos que recurren a la historia en busca de la pócima que calme el furor del pueblo. Las vacunas han sido la única herramienta con la que se han conseguido erradicar otras pandemias, que no caiga en el olvido. A ver si ahora que el sol se va a dejar ver un poquito más, las nubes se llevan consigo una de las amenazas más importantes contra la salud pública: la desconfianza a las vacunas.
Mientras se discuten en la mesa las distintas posturas sobre este debate, la atención a otros prospectos que afectan directamente a nuestra privacidad se devalúa. Quitar grasa a un asunto sacando otro es más típico que una marinera en la barra de un bar. Sí, lo sabemos. Pero es que estamos permitiendo que Internet “para ofrecer un mejor servicio y experiencia al usuario” cocine con nuestros datos sus famosas cookies a precio de ganga. Este tema da que hablar para unas cuantas columnas, pero no nos importa porque no sabemos cuán peligroso es el tráfico de nuestros datos privados en la Red. Ni cuán arriesgado es automedicarnos. Ni cuán perjudicial puede ser utilizar un medicamento que se nos recetó en un momento oportuno y, por voluntad propia, retomarlo simplemente porque los síntomas son parecidos. Por no hablar de lo aventurado que es que el miedo a las vacunas se extienda.
Toda medicación tiene riesgos y, hasta ahora, no se conoce ninguna que no contenga una larga lista de efectos adversos que si nos descuidamos nos pueden llegar a servir de sábana. Es más, el impacto negativo más recurrente entre los prospectos es la trombosis sanguínea. Con respecto a la vacuna, es mucho más usual sufrir este tipo de obstrucción por COVID-19 que por haber recibido la dosis de AstraZeneca. Muchos utilizan el dicho de que “más vale malo conocido que bueno por conocer”, pero ya os aseguramos que no conocen hasta qué punto puede llegar a ser nocivo para nuestra salud tomar cierto tipo de fármacos.