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Miércoles, 13 de Noviembre del 2024
Saturday, 09 March 2019

Pablo ha hecho bueno a Mariano (o casado a Rajoy)

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Tino Mulas Tino Mulas

CLR/Tino Mulas.

Nunca pensé que diría lo que voy a decir, pero… echo de menos a Mariano (Rajoy Brey).

¿Y cómo es esto posible? Pues gracias a que nuestro querido refranero castellano siempre tiene razón y el dicho “otros vendrán que buenos nos harán” se ha cumplido como es menester.

 

Cuando Rajoy estaba en el poder era para mí epítome de todo lo negativo: ultraconservardor tirando a rancio, de pocas luces, incapaz de actuar con presteza ante nada, alejado de la realidad de su país, defensor de las clases oligárquicas y un sinfín de epítetos más, ninguno de ellos positivo.

 

Pero he aquí que Mariano se va. O le echan. O las dos cosas a la vez, que del gobierno le echaron y del partido se fue. El caso es que a todos nos dejó sorprendidos, con un palmo de narices, nadie se lo esperaba. Y creo que tomó, al menos para él mismo, una buena decisión.

 

Aunque el final no fue del todo feliz. Rajoy, a pesar de todos los pesares, no pertenece ideológicamente (ya sea por convicción o por conveniencia) al sector más derechista del Partido Popular y quiso que tras él el partido intentase centrar su discurso y su actuación, viendo la fuga de votos que precisamente por el centro había tenido el PP. Pero ahí estaba su archienemigo Aznar, su Darth Vader particular, colocando a su muchachito Pablo en la primera línea de salida sucesoria y asegurándose que el aparato (que no los militantes) diesen a su chico el mando de la formación, siempre vigilado por al caballero negro y actuando (aunque no lo admita) en su nombre.

 

Y es entonces cuando empecé a darme cuenta de que hay que valorar a la gente, en este caso Mariano Rajoy Brey, en su contexto. Porque no había ocupado Casado aún su poltrona de presidente del Partido Popular cuando se lanzó, sonrisa perenne en los labios, a despotricar, a mentir, a insultar, a poner verde en el extranjero a su propio país, a defender posiciones de extrema derecha que nunca habían sido las propias de su formación y un largo etcétera de desatinos. Y entonces me di cuenta de un detalle: Rajoy no siempre sonreía, tenía distintos registros de rostro, a veces serio, a veces preocupado, a veces con una tenue (muy tenue a veces) sonrisa, pero no presentaba al gran público un rostro de sonrisa perenne como el de su sucesor, que rara vez cambia de faz, sobre todo si hay cámaras de por medio. Caí en la cuenta también de que Mariano rara vez gritaba. De hecho no recuerdo nunca haberle visto gritar, ni siquiera en mítines; todo lo contrario de su sucesor, que pierde el control de su tono de voz con suma facilidad.

 

Pero hay más, mucho más. A Rajoy nunca le oí insultar a sus oponentes. Les podía llamar extremistas, antisistema u otros epítetos políticos negativos, pero jamás un insulto de los que llenan la boca de Casado, hasta el punto de que correligionarios suyos han tenido que llamarle la atención por su verbo incontrolado y denigrador. Es más, Mariano siempre hablaba en un tono pausado y educado; ya sé que e veces no se le entendía en absoluto lo que decía, siendo algunas de sus frases ininteligibles realmente memorables. Pablo, por su parte, parece afectado por una sobredosis de cafeína permanente, hasta el punto de que salta como un resorte a las primeras de cambio como si le fuese en ello la vida y sin pensar qué va a decir y, sobre todo, cómo lo va a decir.

 

Y ya puestos, Rajoy mentía pero de vez en cuando. No inventaba datos (o lo hacía pocas veces), no se sacaba de la chistera hechos, no decía blanco y al cuarto de hora negro. A veces ni decía, siguiendo la muy noble tradición de los políticos de hablar mucho para no decir nada. Pero Pablo… ¡ay, Pablo! Casado miente cada vez que habla, sin rubor alguno, inmune a las correcciones que en avalancha y desde todos los medios le llueven por las mentiras (muchas veces auténticas sandeces) que dice o se inventa, intentando engañar no sólo al electorado, sino incluso a la inteligencia de sus propios partidarios, muchos de los cuales no se tragan sus embustes. Muy en la línea de su padrino político, que ya saben ustedes quién es.

 

Y sobre todo, señor Rajoy, es usted un caballero. Eso es innegable y desde luego yo nunca se lo negué, ni siquiera cuando estaba usted en el poder. Prestancia, educación, saber estar, de todo ello está servido usted. Aunque ese trotecillo suyo para correr resultase un poco… bueno, no sé cómo definirlo. Pero usted, señor Casado, permítame decirle que es todo lo contrario, o al menos lo aparenta: maleducado, insultante, sin escrúpulo político ninguno, ayuno de verdades y manipulador de embustes y algunas cosas más que me dejo en el tintero.

 

Seguro que algunas cosas malas tiene el señor Rajoy y algunas buenas el señor Casado. Nadie es perfectamente bueno o malo. Pero permítaseme, aunque ideológicamente seamos diferentes, que si tengo que escoger me quede con Mariano y le agradezca a Pablo haberme abierto los ojos.

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