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Sabado, 07 de Diciembre del 2024
Friday, 03 January 2020

Palomas y mariposas de Navidad. El efecto Lolita o de cómo yo tendría que haber nacido chica

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María Jesús Carrillo Gómez (izquierda) y Lolita  Moreno Carrillo (derecha) María Jesús Carrillo Gómez (izquierda) y Lolita Moreno Carrillo (derecha) Bartolomé Marcos

CLR/Bartolomé Marcos.

Mi prima hermana Susi, la peluquera, María Jesús Carrillo Gómez, que regentó hasta su jubilación una peluquería de señoras en el tercer tramo de la calle Santa Gertrudis, cerca ya del cuartel de la Guardia Civil (por eso tuvo como clientas habituales a muchas “civileras”, como ella solía decir), y próxima al Teatro-Cine Capitol, siempre ha proclamado con ahínco y auténtica convicción, entusiasmo, orgullo de familia, cariño, empeño y porfía, sin pudor, recato o vergüenza algunos (como yo en este momento) que la nuestra era la familia… “de los guapos”.

Así…con un par. Como lo oyen. Efectivamente, ella misma ha sido toda la vida, cuando era una niña, después siendo joven, y ahora, siendo todavía joven pero un poquito menos, una mujer de bandera, guapa, como resultón y guaperas ha sido su hermano, Bartolo el militar, los “ojos verdes más bonicos del ejército de Tierra español”, decíase en su honor (¡ele mi niño!), o su hermana Pepita, otra morena belleza española, forjada además en dolor, sensibilidad, bondad y simpatía, bien aclimatada a su destierro castellonense, o sus hijos, el muchachote tenista Juan David, o las esteticistas del pelo y de la piel María José y María Jesús Cano Carrillo, que la Susi es prima mía por parte de madre (mi madre y su padre, hermanicos…) y comparte conmigo el apellido de la Antonia del Campo, mi santa madre, como saben de su condición de santa aquellos de ustedes, amigos lectores, que asiduamente me leen, que la quería (mi madre a la Susi) como a la hija que no tuvo. En fin, lo que venía diciendo…la familia… “de los guapos”. “Cazi ná”. Porque sí, porque lo dice la Susi. Yo habré sido la excepción, pero de eso…hablaré más adelante.

 

Mi prima hermana Lola, Lolita Moreno Carrillo, prima también por parte de madre, es seguramente la jovencita ciezano-madrileña más bonica y adorable a la que haya tenido ocasión de conocer. Recuerdo que en nuestras forzadas expediciones a los internados de Ávila, León y Salamanca, su domicilio familiar en Beata María Ana de Jesús, 3, 1º B, de Madrid, lo convertía Lolita en punto de generosísimo avituallamiento desde el que abordar, reconfortados y seguros, mi hermano y yo, la travesía hasta el colegio ubicado al final de la Avenida de la Facultad de Veterinaria, Paseo de Papalaguinda, de la capital leonesa. Exquisiteces culinarias para una travesía de ocho horas en tren que nos habrían aguantado para una semana.

 

Pues bien, cuando este pobrecito escribidor que se sigue atreviendo a escribirles cada semana abusando de su paciencia, no era aún ni un proyecto de persona (humana), mi padre, que por desgracia estuvo sólo 43 años en este mundo traidor, de los cuales compartió cinco y medio conmigo, conoció a Lolita, hija mayor de su cuñada Amparo, hermana de mi madre, que se había casado antes con Pepe “el Marragís”, agente comercial con tanta labia, bondad y mundo como Ángel el de las Mantas. Cuando nació Lolita, mi padre quedó prendado de aquella niña más hermosa y linda que un hermoso sol de primavera hermosa. Él quería una igual, pero salió mi hermano, Antonio Marcos, Antoñico para la familia y, sorprendentemente, más conocido después como Marcos por casi todo el mundo incluso en el territorio estricto de la intimidad. Total, un fiasco, pero eran aún jóvenes y porfiaron en el empeño, y, miren por dónde, les salí yo, que quizá sea la excepción en aquello que antes les decía de “la familia de los guapos”, aunque no se vayan a creer, no se dejen engañar por la foto en la que me suelen ver, que refleja mi actual y algo ceñuda apariencia, las cosas no siempre fueron así. Aquel niño murió hace mucho, ya conocen el quevedesco “he devenido presentes sucesiones de difunto”- porque yo fui siempre un niño guapo y hermosísimo (según mi madre y según también la Helena, íntima amiga de mi madre, memorable sirvienta en la casa de su ama, como ella solía decir, “la Paqueta”, esposa de Montiel, el industrial espartero, y bisabuela de mi apreciadísimo “Teodorico el Grande”, Teodoro García Egea, del que, desde que se ha hecho “Grande” sólo tengo noticias por la prensa y los medios de comunicación, donde lo sigo encontrando de un tiempo a esta parte quizá excesivamente rígido y atenazado por el pánico escénico, o el mal de altura, o al menos eso me parece a mí. Sí, mi padre erró el tiro, o el tiro le salió por la culata, y por allí, por la culata, debí salir yo, pero eso no quita para que la nuestra, según la Susi, haya sido y sea “la familia de los guapos”, y mi prima hermana Lolita Moreno Carrillo, y la propia Susi, dejan sobrada constancia y acreditación de ello. Yo fui un niño guapo en el que, después, la malhadada e infausta, cruel y desabrida adolescencia, con todas sus calamidades, estropicios y desaguisados mil, hizo sus estragos, que no pudieron enmendar del todo ni la tormentosa y atribulada juventud, ni la tranquila madurez, ni el arrabal de senectud de una sosegada e insoslayable vejez…que esperemos que me deje, si no pelos en la calavera (que para eso ya es tarde…), sí al menos neuronas en estado de funcionamiento más o menos decoroso o razonable.

 

Lolita y Susi, dos hijas para mi santa madre, comparten también, aparte la belleza, la finura y la elegancia de pensamiento, la ironía y la guasa fina en sus claras miradas, reflejo de su sentido común, su sensibilidad, su femineidad y su inteligencia, que no todo, ni sólo, en ellas, es belleza exterior.

 

Pues a todo eso se quería referir el título de estas redivivas Palomas y Mariposas que vuelven, como la Nochebuena, la Nochevieja, el Año Nuevo o los Reyes, por Navidad. Mi padre, enamorado de la simpar Lolita, no hizo realidad su sueño (la vida no le dejó en realidad tiempo para casi nada) de tener una niña como ella, aunque me consta que ella, Lolita, a pesar de sus pocos años, lo quiso mucho, y que el deseo irrealizado de mi padre dejó su impronta y su huella -el efecto Lolita- en actitudes y querencias propias de mi personalidad que – sin merma para la esencial, biológica e irrenunciable masculinidad- muchos considerarían como más específicamente femeninas. Se lo debo a mis primas, hermanas, que son ambas, y que son, en su caso estricto sensu, patrimonio material, patrimonio inmaterial e irrenunciable, de la familia de los guapos…forever…

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