Y hacía falta. Un país del tamaño del nuestro no puede pasar mucho tiempo con un gobierno en funciones que sólo pueda tomar medidas de pequeño calado y a corto plazo. La estabilidad es imprescindible en el gobierno, por su propio bien y por el del país.
Se trata de un gobierno de coalición, el primero que tiene España desde que volvió la democracia hace ya más de cuarenta años. La cuestión es que el nuevo gobierno es ciertamente frágil por dos cuestiones. La primera, la difícil cohesión de los miembros que componen la coalición, PSOE y Podemos. No se trata de que entre ambos existan diferencias insalvables, como se ha demostrado en los numerosos ayuntamientos y comunidades autónomas que han gobernado conjuntamente. Pero sí existe una cierta desconfianza mutua que aflora constantemente, teñida además de personalismos mal disimulados. Por otra parte hay que admitir que no es lo mismo gobernar un municipio o una comunidad que un estado, en el que los intereses y los grupos de presión son diversos y numerosos.
La segunda fragilidad tiene que ver con su propio tamaño parlamentario. Entre ambos partidos apenas suman 155 diputados, lejos de la mayoría absoluta de 176 necesaria para gobernar con tranquilidad. El hueco se cubre en parte con los escaños de un grupo numeroso de pequeños partidos, cada uno de los cuales exige como es de suponer contrapartidas para otorgar sus votos. Y ni siquiera así se llega a la mayoría absoluta, porque varios grupos independentistas (ERC, Bildu) se sitúan curiosamente en un limbo central de abstención que permite al gobierno y sus socios tener una mayoría simple, pero que en cualquier momento puede girar hacia el no.
Así las cosas se augura una legislatura difícil, y curiosamente no por el poder de la oposición tradicional de derechas, insuficiente a todas luces para aspirar a ser alternativa y con el hándicap añadido del rechazo de prácticamente todos los demás grupos políticos parlamentarios. No obstante sus carencias numéricas y de apoyos, los tres partidos que componen la derecha se han lanzado a degüello desde el principio contra el nuevo gobierno, al que han acusado de todo lo acusable sin ofrecer sin embargo alguna alternativa. Así, en un ambiente político enrarecido como nunca se ha conformado este nuevo gobierno que tiene ante sí varios retos complicados.
El primero de ellos es el que más réditos puede ofrecerle: mejorar el estado del bienestar y el reparto de los beneficios de la bonanza económica que se han generado tras la crisis y que en España se han concentrado en exclusiva las clases más poderosas, hasta el punto de que nuestro país se ha convertido en uno de los más injustos y desigualitarios, si no el que más, de toda Europa. En el intento tendrá que sortear la oposición del gran capital y de los grupos políticos que son sus representantes, las derechas, y que intentarán por todos los medios hacer imposible la política de mejora de las condiciones de vida de las clases populares y medias.
Y estas últimas deben constituir uno de los principales objetivos de la acción del nuevo gobierno. Más concretamente, su reconstrucción. Uno de los peores efectos de la crisis y de las posteriores políticas económicas conservadoras ha sido la reducción dramática de la clase media y el empeoramiento de sus condiciones de vida. Y no debemos olvidar que una clase media numerosa y estable es la garantía de una democracia sana y fuerte. De hecho el golpe que las clases medias han sufrido explica en gran medida el ascenso de la ultraderecha en España, tal y como ocurrió hace décadas en otros países. Y esto es muy peligroso para la democracia.
Todo ello debe hacerse, además, respetando en lo posible la disciplina presupuestaria que se exige desde Europa y que ha estado aparcada en buena medida por el carácter interino del gobierno. No es que se trate de la cuadratura del círculo, pero sin duda va a ser difícil lograr todos estos objetivos. Si el gobierno lo consigue los partidos que lo forman pueden encontrarse con un aumento de sus expectativas electorales importante, ya que el pueblo español en su mayoría ha sufrido mucho no sólo con la crisis sino también con la pretendida recuperación que en realidad ha beneficiado exclusivamente a un grupo muy reducido. Si la gente común puede ver mejoras reales en su día a día es difícil que una oposición de derecha dividida y que es la causante de este desigual reparto pueda aspirar a recuperar el poder. De no ser así no me atrevo a hacer un pronóstico sobre lo que pueda ocurrir, pero ya se sabe lo que suele pasar cuando las esperanzas son defraudadas y, de nuevo, nadie piensa en el pueblo.
Que por cierto debería ser lo que este y cualquier otro gobierno tuviesen como único objetivo: el bienestar del pueblo. Ojalá que así sea.