Trump es incalificable, pero no por lo positivo, sino por lo negativo. Es el presidente con menor apoyo popular de la historia norteamericana. Ha dejado sin sanidad a veinte millones de personas de un plumazo. Ha bajado los impuestos a los ricos de forma escandalosa, pero nada a la clase media o a los pobres. Miente con total descaro e indecencia. Monta un gobierno exclusivamente para beneficiar a los más poderosos. No tiene educación, no formas ni saber estar. Se ha ganado la enemistad de los antiguos aliados de su país. Su entorno está siendo investigado por venderse al hasta hace poco archienemigo ruso. Niega ante quien sea y donde sea el cambio climático, y apuesta decididamente por los combustibles fósiles, actitud que le afea hasta su propia y omnipresente hija Ivanka. Ha eliminado prácticamente todos los parques nacionales y reservas naturales de su país. Acusa a la prensa de mentir cuando ésta desenmascara sus mentiras. Gasta en sus asuntos privados dinero público a troche y moche y sin ningún pudor. Es un matón teñido de naranja al que ni su propia esposa quiere dar la mano. Ha dejado en ridículo, en suma, a esa nación que antaño fue grande y que está dejando como el hazmerreír del mundo. Y se ha puesto en ridículo a sí mismo sin que parezca importarle lo más mínimo.
Pero todo esto daría igual si no fuese porque va afectar al resto del planeta. Lo que va a hacer Trump va a tener trágicas consecuencias para la Humanidad y para todos los seres vivos que habitan en la Tierra. Y ello se debe a que las últimas evidencias científicas dicen que el cambio climático no sólo existe (ya prácticamente nadie, salvo Trump y los productores de carbón y petróleo lo niegan) sino que está siendo más rápido y peligroso de lo que se temía. De hecho, el doble de rápido.
El nivel del mar ya ha subido, y continúa haciéndolo a una velocidad mayor de día en día. De hecho, como aseguran los científicos, al doble de velocidad de lo esperado. Las últimas mediciones en los casquetes polares están asombrando a los investigadores por lo negativos que resultan los resultados. Masas de hielo enormes se están derritiendo, y sus aguas aumentan el nivel de los océanos de tal forma que ya no se habla de una catástrofe sin precedentes para inicios del siglo XXII, sino para este siglo. Las temperaturas baten año tras año records absolutos desde que se hacen mediciones. Las catástrofes climáticas aumentan su frecuencia y sus efectos de forma dramática, incluidas las que ocurren en los propios Estados Unidos. Los muertos y la destrucción se incrementan. Pero lo peor está por venir.
El cambio climático va a suponer un drástico desplazamiento de las zonas climáticas desde el ecuador hacia el norte y hacia el sur. Para hacerlo fácilmente entendible, las zonas más cálidas se harán mayores, y las templadas y frías perderán superficie. Las plantas y los animales que hoy crecen bien en unas zonas concretas tendrán que desplazarse junto con las personas que viven de ellas. Este proceso, que puede parecer sencillo, sería tremendamente difícil de abordar en un periodo de varios siglos, pero si se cumplen las predicciones habrá que hacerlo en décadas, lo que originará una hecatombe peor que todas las guerras de los últimos siglos juntas. Las zonas desérticas se extenderán, y también las tropicales, donde los seres humanos tienen más difícil vivir y cultivar. Las áreas costeras desaparecerán en su mayor parte, y más de la mitad de la población mundial que vive ahora en ellas tendrá que desplazarse. Estallarán guerras por controlar recursos escasos como el agua o las tierras cultivables, y enfermedades hasta ahora anecdóticas o casi desaparecidas alcanzarán la categoría de epidémicas. Ocurrirá, aunque ya la estamos viviendo, una de las mayores extinciones de especies de la historia del planeta. Los seres humanos muertos en el proceso se contarán no por millones, ni por decenas de millones, sino por cientos. O algo peor.
El Acuerdo de París trata de evitar la hecatombe. No se puede dar marcha atrás, el proceso de calentamiento global ha llegado demasiado lejos. Pero sí frenarlo, evitar que alcance un punto en el que ocurra todo lo que he contado, y que dicen ahora los científicos que es demasiado optimista. Hasta China, principal país emisor de CO2 del mundo, está poniendo manos a la obra para paliar el desastre que se avecina. Casi todo el mundo ha aceptado que el peligro es real, mucho más real y trágico de lo que pensábamos hace diez años. Pero ahora llega Trump, y habla de sandeces como “carbón limpio” o “un nuevo tratado más positivo para Estados Unidos”. Y anuncia que en 2020 USA abandonará el cumplimiento del Acuerdo. Y condena a muerte a millones de personas, y a la miseria a muchos millones más, y a la Humanidad entera a un desastre que no se recuerda en la historia reciente, y a miles de especies de animales y plantas a la extinción. Y sólo para enriquecerse, él y sus amigos dueños de empresas productoras de combustibles fósiles.
Por tanto Trump es un criminal. Un criminal contra la Humanidad, consciente del daño que provoca a ésta para conseguir un beneficio personal. Un criminal a escala aún mayor que los grandes malvados de la Historia, y al que se debe juzgar.
Sólo nos queda un consuelo: la posibilidad, nada remota, de que aquéllos que le votaron, el pueblo americano, que en muchas ocasiones ha dado muestras de su grandeza y su conciencia, se dé cuenta del error cometido al poner al frente del país a semejante personaje y actúe en consecuencia. Y no sólo por el bien de su país, sino por el de toda la Humanidad. Y por el suyo propio.
Esperemos que así sea.
