Clava la mirada. El ojo le sirve de primera cámara. El técnico en imagen saborea cada palabra, parece llevar el guión de todas las situaciones. Sus escasos treinta años no concuerdan con su tez. La espesa y oscura barba choca con el terreno ganado de la palidez. Son sus gestos los que le dan avidez y apremian sus movimientos. No para de mover las manos; señala y bromea con ellas. Nada tiene que ver con la serenidad de su rostro. Apenas cambia el lugar de la mirada fija. Parpadea con cuidado; abre los ojos. ¡Acción! Observa. Parece preparado para todo. Lleva la Pentax K7 en la mano. La sujeta como a un peluche suave, de esos que huelen a algodón y a aventuras. “Nunca sabes lo que te puedes encontrar. Hay que estar preparado por lo que te pueda venir”. Luce unos vaqueros desgastados y unas zapatillas de deporte. Me da la sensación de que nunca se baja de ellas. “Estuve estudiando un ciclo superior de imagen, todo lo relacionado con fotografía y video. A mí, de toda la vida me ha gustado más el video, y cuando te tiras al tema del video, lo máximo es hacer un ‘largo’. Cuando llegas ahí, te preguntas ¿qué me queda? Lo que queda es mantenerse. Si llegas, esta es la meta.”
El principio de todo
Piensa en sus inicios con la cámara. Nombra a su padre y un halo de ternura le revuelve: “Cuando veía a mi padre grabando, que lo hacía por hobby... Ver como grababa y como lo montaba… Cuando veía los resultados, yo quería llegar a hacer ese tipo de cosas.” Vive con sus padres en un pisito de Alicante. Pero en la ciudad del calor y del sol solo tiene “4 primos”. Él prefiere la tranquilidad del campo murciano. “Mis padres nacieron en Cieza, el noventa y cinco por ciento de mi familia está ahí.”
Su profesor
Le cuesta dejar escapar a las palabras que no le son familiares con el trabajo. Vuelve la cabeza; busca el recuerdo de las clases. “Me pareció que era el que más experiencia tenía editando vídeo. Cuando nos empezaron a enseñar a montar en uno de los cursos de prácticas me monté un tráiler de un corto. Uno de mis profesores me dijo algo que me llamó la atención, me dijo: “Es que no te puedo enseñar nada más”. A mí me dejó descolocado, yo iba ahí a aprender, no sabía si lo que me había dicho era bueno o malo.” Le gusta filmar el movimiento, la vida… y la “BBC” (bodas, bautizo y comuniones) se le queda pequeña. “Como todo el mundo que se dedica a esto, sé que me puedo dedicar a la BBC. Que sería lo mínimo en este trabajo.” Sonríe, sabe que él está lejos de esa realidad. Piensa en su recorrido y la satisfacción se hace innegable en su rostro: “Este trabajo es muy inestable, pero he tenido mucha suerte, me salió la película al tercer o cuarto año después de estudiar”.
La película
La película es su primer paso en el ‘mundillo’. “Yo iba a aprender, no tienes que ir de crack. Tienes que pensar que de todo se aprende.” Cuando se enteró de quién era el director, no quería marcarse una idea sobre él. Rechazó la información “… no quería saber nada, quería conocerlo con base cero. Y creo que eso me vino bien.” El largo que ha rodado junto al célebre director de películas para adultos no sigue la línea habitual: “‘Berenice: Préstame tu sangre’ se sale del guión que acostumbra mi jefe, tiene relación con una enfermedad real que es el síndrome de Renfield. Este síndrome te lleva a creer que eres un vampiro que necesitas la sangre de otros, de ahí lo de ‘préstame tu sangre’. Es como si fuera un vampiro moderno.” La película “iba a ser gore a lo bestia”, pero ha sido el drama el que se ha mezclado con el terror. “ Al mencionar la palabra ‘sangre’, se le tuerce la boca. De pronto se queda callado, parece que analiza todas las escenas de la película. “Hay cositas que se hicieron con sangre de verdad, el vampiro convencional te muerde en el cuello y te chupa la sangre, y el vampiro moderno, se mueve por la necesidad de tomar sangre, actúa como un ‘yonki’ y la sangre la saca con agujas. A veces pinchábamos de verdad, pero claro, lo hacía un especialista.” El gesto lo había delatado, la sangre no parece que le sea muy agradable. Vuelve a torcer la boca, pero esta vez para sonreír. “Yo le tengo respeto a las agujas pero tenía que grabar y tenía que ver lo que estaba pasando. Como estas detrás y conoces los trucos solo tienes que aguantar un poquito y se acabó. Cuando la montaba, poco a poco, iba haciendo un total y eso se lo enseñaba a mis padres, le contaba como se había hecho y ya no le daba tanto asco, la primera vez te da impresión –se le escapa una carcajada-, no siempre se ve sacar el ojo a alguien.” Vuelve al guión. Repara en la pregunta que se puede hacer el lector: ¿Hay algo subido de tono? “Siendo Ramiro tenía que haber algo de ese sentido, alguna ‘tetilla’ pero nada explícito. Se puede ver un culo pero ya está. La película no tiene tapujos pero claro, no es porno, ni erotismo puro.” Él recuerda el rodaje de estas escenas. Fue el primer ojo que vio las escenas ‘calientes’, algo tendría que decir: “Se supone que debía producirme algún tipo de sensación erótica, pero a mí me daba risa”
Las vicisitudes de su “especie”
El tremendo calor de la mañana invita a tomar algo fresquito. ¿Una cervecita Ricardo? Sonríe. Es celiaco desde que nació. “A mí lo de la alergia al gluten me pillo recién nacido. Yo sabía desde niño que no lo tenía que hacer porque me hacia mal. Cuando eres un crio y quieres lo que tiene el otro, cuando están tomando una tarta o unos bocadillos, yo tenía que comer de lo mío. Las madres de mis amigos le preguntaban a la mía que qué podían hacerme, y como me gustaba mucho la tortilla de patatas a los otros niños le daban tarta y a mí la tortilla.- Hace, con las manos, la forma de la tortilla que le daban y mira con añoranza y simpatía la forma vacía.- No me sentía el bicho raro, es lo que me había tocado.” Ni si quiera el olor de las migas recién hechas le perturbaría. “Yo me lo tomo a coña, un amigo mío tiene una hija que le ha salido celiaca y cuando me dijo: “¡Eh que me ha salido celiaca!”, le dije: “¡Ah, es de mi especie!”. Se ríe. Con el blanco siempre sobresaliendo entre los labios.
Sereno se levanta del asiento incómodo de la entrevista. Parece contento, ha ejecutado bien su guión. Se sacude un poco los vaqueros apelmazados y se despide con dos sonoros besos. Lleva la cámara, la que huele a algodón y a aventuras, en la mano. La lleva preparada para todo lo que le venga.