Por todos es conocido que nuestra localidad tiene importantes historiadores que, con luz y taquígrafos, han dedicado amplias horas de su vida a convertirse en los mal llamados ratones de biblioteca. Su amor eterno por los legajos y las letras ilegibles han logrado que hoy seamos capaces de conocer un poco más de nosotros, ese nosotros del pasado necesario para sustentar el nosotros del presente. La historia siempre ha tenido grandes sombras que han sido muy difíciles de iluminar hasta ser capaces de comprender por qué permanecían en las sombras. La tradición oral ha sido, en gran parte, la culpable de que la historia esté escrita con renglones torcidos y, ya que estamos en Cuaresma y el cuerpo pide cofradías, creo que es necesario resaltar que, hasta que no apareció la figura de Alfredo Marín Cano, la Semana Santa de Cieza era más presa de la tradición oral que de la contrastación y clarividencia que ofrecen las horas y horas de investigación en archivos públicos y privados, archivos privados que, por desgracia, se han adueñado de unos documentos que no les pertenecen puesto que, si a alguien les pertenece son a las entidades que encuentran en esos papeles ‘’desaparecidos’’ parte de su historia; no obstante, como venía diciendo, la aparición de Alfredo Marín Cano nos ha permitido, poco a poco, desterrar la tradición oral para convertirla en una fuente plenamente contrastada.
Alfredo es una persona tremendamente respetada en el ámbito educativo y, cada vez más, en la Semana Santa de Cieza su figura infunde respeto y admiración. Sus numerosas investigaciones han permitido desentrañar leyendas que formaban parte de nuestra vida hasta que Alfredo dio un puñetazo encima de la mesa y, renglón seguido, mostro el papel que certificaba el error y, como en el caso de San Juan y la Magdalena, su verdadera autoría y no la que el pueblo, en un momento de intentar realzar lo católico sobre lo ‘’hereje’’ – permítanme esta expresión tan medieval- determino como verídica por imposición oral.
Es imposible conocer la Semana Santa de Cieza del presente sin conocer la Semana Santa del pasado y, para conocerla, es necesario consultar, junto con esa gran encíclica de Rafael Salmerón Pinar, la amplia bibliografía de carácter pasionario de Marín Cano. Sus obras sobre el Santo Cristo, las Ánimas, la Virgen del Buen Suceso, San Bartolomé y, desde recientes fechas, San Juan, nos permiten entender el desarrollo de la semana que marca el ritmo de vida de los ciezanos.
Por último, como se suele decir: si Alfredo Marín Cano no existiera, habría que inventarlo; habría que inventarlo para que inundara nuestra Semana Santa del rigor, la seriedad y el academicismo con los que impregna cada trabajo de investigación que, hasta el momento, ha aportado a la Pasión en Cieza de la luz de la verdad y de la historia.
Os espero en quince días, mientras sigo observando la vida y leyendo a Alfredo Marín Cano.
