Desde recogidas de alimentos hasta cuestaciones económicas, desde actos de apoyo a los necesitados o desahuciados hasta charlas o manifestaciones a favor de los más desfavorecidos, los más incomprendidos o los más vulnerables. No hay semana del año (ni siquiera en época de Feria o en Semana Santa) en que la actualidad ciezana no esté acompañada de un pellizco, pequeño o grande, de solidaridad.
¿Y por qué tanta solidaridad? ¿Por qué tanta actividad en aras a ayudar a los demás? Probablemente haya una compleja explicación sociológica para explicarlo. Puede que un pasado no muy lejano de estrechez y pobreza todavía sea recordado por muchos ciezanos y ciezanas, y despierte en quienes superaron ese pasado el deseo de ayudar a quienes aún viven en esa situación. Puede que al predominar en Cieza la clase media baja el sentido de la solidaridad, de la ayuda mutua, esté mucho más vivo. Aunque sea políticamente incorrecto decirlo, todos sabemos que quienes no tienen mucho son casi siempre más solidarios que quienes viven en la comodidad, y sobre todo en la abundancia. Es posible que, como sociedad, la población de Cieza no haya pasado aún del estadio de población rural, siempre más preocupada por lo que le pueda pasar al vecino o al familiar que la deshumanizada y despersonalizada sociedad urbana. Cabe la posibilidad de que el sentido de comunidad aún persista, y se extienda en su vertiente de solidaridad a quienes viven fuera de Cieza, en cualquier otra parte del país, o del mundo, y lo pasan mal. Puede incluso que la profunda crisis que aún nos golpea haya revivir en nosotros ese sentimiento de comunidad, de familia, de ayudarnos mutuamente cuando es necesario. Puede que sean todos estos factores juntos los que espolean la solidaridad en nuestra ciudad. O tal vez ninguno de ellos.
Es igual. Aunque, a mí al menos, me gustaría conocer los factores sobre los que se basa la solidaridad de la colectividad en la que vivo, la cuestión es que esa solidaridad existe. Son muchas las asociaciones, los colectivos, los grupos de personas que se forman espontáneamente, los que dedican sus días, sus momentos de ocio, su tiempo de descanso, a ayudar a los demás. Son muchos los voluntarios y las voluntarias que ofrecen su tiempo y su trabajo, y muchas veces su dinero, a quienes lo necesitan de verdad. Son muchos, muchísimos, los que ofrecen lo poco o lo mucho que tienen para ayudar. Todos ellos y ellas, sin esperar nada a cambio. Por eso se llama solidaridad: porque es altruista, no espera un pago por sus servicios. Le basta con saber que alguien, gracias a su trabajo o su donación, lo pasará un poco menos mal; una satisfacción íntima, pero intensa, llena de empatía hacia los desfavorecidos, los rechazados, los excluidos.
Es difícil nombrar, sin olvidar alguno, a todos estos colectivos y personas. Más aún si tenemos en cuenta que muchos, muchísimos ciezanos y ciezanas, donan lo que pueden a estas asociaciones y colectivos. Pero sí se les puede agradecer a todos ellos su labor, casi siempre callada, casi siempre anónima. Una labor que, desgraciadamente, es cada día más necesaria, ante la dejación de muchas instituciones en su obligación de velar por sus ciudadanos más necesitados, la desigualdad rampante en nuestra sociedad y la ola de individualismo y egoísmo, léase insolidaridad, que nos anega en este mundo donde el dios dinero, poderoso caballero él, es quien marca lo que es bueno y lo que es malo. Que suele ser lo que es bueno para mí; los demás no importan.
Afortunadamente, todavía hay seres humanos. De los de verdad. Y en Cieza tenemos muchos de ellos. Gracias. Gracias por vuestra labor, en nombre de la gente de bien y de aquéllos a quienes socorréis.
Eternamente, gracias.
