Quien puede remolonea un poco más en la cama, intentando recuperar unos minutos del sueño perdido en la última noche tropical (o sea, de un calor sofocante) que es ya la mogollonésima consecutiva. Quien no puede porque sus deberes laborales o del tipo que sea se lo exigen, se arrastra fuera del lecho y se repara en lo posible para mejorar el desmejorado aspecto que le da una noche de escaso y demasiado ligero sueño. Y una vez realizadas las abluciones matinales y despachado el desayuno, salida a la calle y primera sorpresa: poca, muy poca gente en las aceras.
Nuestro sufrido viandante, adormilado y con un humor sombrío, apenas se da cuenta del detalle. Pero sí le llama más la atención otro anejo a la escasez de peatones: la de coches. Y ¡oh milagro!, hay muchas plazas para aparcar.
Sigue nuestra o nuestro protagonista trotando al trote cochinero, que no está la cosa para mucha velocidad, por las aceras de la ciudad hacia su destino cuando de repente se queda boquiabierto: ¡el bar de la esquina está cerrado! ¡Pero si hoy no es su día de descanso! Y cuando alcanza la puerta del establecimiento hostelero puede ver un cartel de aviso en el que más o menos dice: “Cerrado por descanso del 1 al 15 de agosto. Disculpen las molestias”.
Y durante su camino y hasta llegar a su destino nuestro protagonista se encontrará por todas partes con el mismo panorama: poca gente, pocos coches, locales y negocios cerrados por vacaciones o que avisan que durante el mes de agosto sólo abren por la mañana. Porque eso es lo que ocurre: Cieza está casi cerrada por vacaciones. Y el país, en general, también. Aunque en Cieza el agosto vacacional termina poco después de la primera quincena, ya que las Ferias así lo exigen.
Y no hablemos de los fines de semana. Todo aquel que aún permanece en Cieza y puede, huye. Muchos a la playa, donde tienen su segunda residencia o su apartamento u hotel. O a donde simplemente acuden a pasar el día. Otros muchos al campo, donde se come y disfruta en familia y donde gran número de ciezanos tienen una casa o casita, no pocas de ellas con piscina en la que enjugar los calores y sudores de julio y agosto, en especial los nocturnos; que ya se sabe que por la noche, en el campo siempre hace más fresquito.
Y es que el calor aprieta. Aunque este año empezó tarde, cuando por fin llegó las moscas dejaron de volar, las gentes de pasear y la ciudad se llenó de un zumbido electromecánico que sólo conocen quienes viven en estos recibidores del infierno (climatológicamente hablando) que son las tierras meridionales: el zumbido de los aparatos de aire acondicionado a pleno rendimiento a la hora de la siesta, y aún en noche cerrada. Os recomiendo una actividad veraniega sólo para héroes más allá de lo humano: pasead por Cieza a las 4,30 o 5 de la tarde en pleno agosto, huyendo de las sombras y con ropa oscura. Y si sois capaces de hacerlo, prometo escribir una oda en vuestro honor enteramente sobre vuestra hazaña. Aunque cuidado: es posible que la oda deba ser póstuma e incluso anónima, porque posiblemente no encontraréis a nadie por la calle que dé fe de ella.
Y para combatir el calor, los remedios de siempre. El primero, la huida hacia más frescas latitudes. El segundo, un heladito en alguna de las heladerías ciezanas, preferiblemente dentro para aprovechar el aire acondicionado y huyendo de la que cae fuera. El tercero, la versión manual y la automática del movimiento del aire; es decir, abanico y ventilador. El cuarto, el baño en las piscinas o en nuestro Segura. Y en todas las ocasiones la panacea por excelencia, aquélla en la que Cieza es maestra y asombra al mundo: la cerveza bien fría, casi helada, tirada con maestría y en grandes cantidades, acompañada cuando es menester de algún pincho o tapa. Que no es en vano que Cieza rime con cerveza, no, que así lo quiso el destino y por alguna razón será.
Pues eso. Cieza está medio vacía y acalorada, incluso asfixiada algunos días. Pero tranquilos. Dentro de no mucho llegará la Feria y la ciudad estará llena, aunque me temo que seguirá asfixiada. Pero como ya estamos acostumbrados, casi ni lo notaremos.
¿O sí?