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Viernes, 19 de Abril del 2024
Friday, 12 June 2020

El Viaje a Ninguna Parte. INVEROSIMILITUDES

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Bartolomé Marcos Bartolomé Marcos

CLR/Bartolomé Marcos.

Toda obra de ficción (y esa sería la verosimilitud) demanda del público, los lectores, los espectadores… que acepten como válidas ciertas premisas que normalmente no funcionarían en la vida real… y que, como público, lo aceptamos.

Cada vez que los protagonistas sobreviven a heridas que resultarían mortales, se parapetan tras elementos que no son a prueba de balas o realizan hazañas parecidas, no nos importa porque llevamos a cabo un ejercicio conocido como «suspensión de la incredulidad».

 

Durante estos casi tres meses de penoso encarcelamiento, tras recorrer más de 600 kilómetros (¡SEISCIENTOS!), que no sé si resultará verosímil para ustedes, pero es lo que decía el contador de pasos de mi móvil chino xiaomi, a base de entradas y salidas de la cocina a la sala de estar y vuelta a empezar, casi dejando surcos en el recorrido…en esos tres meses, digo, he consumido pacientemente películas, series de televisión y periódicos digitales a destajo, para tampoco llegar (más o menos que nunca) a Ninguna Parte. Hay maneras y maneras de andar, pero doy fe de que, sin duda, esta es una de las más aburridas. De entre las primeras películas que vi, destaco dos españolas, ambas casi igual de claustrofóbicas (masoquista hasta el fin que viene siendo este que les escribe, desde tiempo inmemorial): una, “la trinchera infinita”, sobre el drama de los escondidos en sus casas en agujeros poco más grandes que tinajas cuando la guerra incivil española, y a cuyo protagonista, Antonio de la Torre, le veo yo un parecido físico llamativo y sorprendente con el futbolista del Barça Leo Messi. Otra, la repelente y sórdida metáfora de la lucha por la vida que para mí constituye “El Hoyo”, protagonizada por el que creo sobrevalorado actor Iván Massagué (“El Barco” o la castañufla de “Gym Tonic”). La primera me resultó interesante, la segunda bastante plúmbea, pretenciosa y estomagante. La soporté sólo porque satisfacía ciertas escatológicas inclinaciones de ese pequeño animalillo morboso que todos llevamos dentro.

 

En cuanto a las series, ha habido muchas también, pero destacaré entre todas las de “Creedme”, “Arenas movedizas” y “Unortodox”, algunas de ellas basadas en hechos reales, según proclamaban sus productores, circunstancia esa última que no les tenía por qué aportar mayor verosimilitud, y a las que bien podría habérseles aplicado aquello de que la realidad supera a la ficción, o lo de “vivir para ver”, o “tan increíble como la vida misma”, ¿o es que nos íbamos a creer nosotros la pesadilla que aún estamos viviendo si nos la hubieran pronosticado hace sólo cinco o seis meses?. Sí, durante este prolongado, injusto e injustificable encarcelamiento he suspendido muchas veces mi natural propensión a la incredulidad y me lo he creído todo, hasta que llegué a una serie española de éxito, a la que ya había intentado acercarme antes sin acabar de encajar mis gustos con sus disparatados e inverosímiles planteamientos argumentales; me refiero a “La Casa de Papel”, cuyas cuatro temporadas hasta la fecha acabé devorando a pesar de mi profundo disgusto con lo que veía, y sobre todo, con lo que no se veía, pero que yo percibía como intenciones comunicativas torticeras y escondidas, como si tuviera detrás, en la financiación, a los despreciables y amorales Jaume Roures o Georges Soros. De dónde si no habría podido salir la negativa imagen que se da en la serie de la policía española, con una patética inspectora de policía, torpe, antipática, aborrecible y parece ser que hasta filoetarra en la vida real, que acaba integrándose en la banda de atracadores, o la heroica mitificación del grupo de descerebrados maleantes al frente de los cuales está un también inverosímil jefecillo, apodado el profesor (más quisiera ese…) que sólo enseña cómo robar, al que todo le acaba saliendo siempre bien, y que, entre otras cosas, consigue llevarse al huerto a la inspectora de policía antaño íntegra y beligerante contra el crimen y después cómplice aplicada y diligente.

 

Hasta el momento, ha cerrado el círculo de mis menús cinematográficos domésticos durante el confinamiento, el largometraje “La Gran Mentira”, una película entretenida, interesante y ambiciosa, con una dupla protagonista más que notable (Helen Mirren, Ian Mc Kellen) que no defrauda, aunque finalmente, por ambicioso, el guion desvaría, pierde el norte y acaba naufragando. La ficción de “La Gran mentira” tampoco le hace sombra a la realidad de la Mentira Descomunal del gobierno español en la actualidad, tan extremosa y desvergonzada, que nos llega a parecer increíble e inconcebible, inverosímil, desde luego aunque es, desgraciadamente, tan real como la vida misma. La última “sanchada”, el nombramiento “digital” de un íntimo amigo de la infancia del presidente del Gobierno como responsable de una dirección general desdoblada ex profeso, ad hoc, para otorgársela al amiguete, y dotada con un sueldo de 90.000 euros al año, ahí es nada…joder con el plato de lentejas.

 

Con la que está cayendo, si alguien perpetra un enchufismo tan descarado y zafio es porque considera que está por encima del bien y del mal. Ha degradado tanto las instituciones que cree que puede hacer lo que le dé la gana. Y eso es lo peor de esta historia: que puede hacerlo y lo hace. Y no le da vergüenza. Ninguna. Así que por mucho que Sánchez pretenda dotar de verosimilitud a la mentira que está construyendo, por mucho que intentemos colaborar nosotros suspendiendo la incredulidad, también su ejecutoria nos sigue pareciendo inconcebible e inverosímil, además de jodida y perniciosa para España. No damos crédito a lo que está sucediendo, pero está pasando, vaya que si está pasando.

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