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Viernes, 19 de Abril del 2024
Friday, 22 May 2020

El Viaje a Ninguna Parte. La leyenda negra (española, por supuesto) (I)

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Bartolomé Marcos Bartolomé Marcos

CLR/Bartolomé Marcos.

Amigo Cipión: España es, con diferencia, una de las naciones (si no la que más), que ha cobijado a más envidiosos, rastreros y sabandijas por metro cuadrado y que ha suscitado las mayores envidias y animadversiones sobre todo entre las vecinas naciones, sí, las más cercanas, probablemente como consecuencia de que su imperio fue el más poderoso y extenso de todos los tiempos.

Y digo “es” en lugar de “fue” o “ha sido” porque cargarnos con tamaño sambenito para intentar hundirnos, es maledicente y calumniosa putada plenamente vigente en la actualidad, y, aunque Francia, Alemania, Holanda, Bélgica, Austria, Noruega y Suecia (ahh y la "imparcial" Suiza, no la pierdan de vista) intentan lavar y blanquear sus cobardías y mezquindades de los últimos 100 años, aún siguen utilizando al Imperio Español como pantalla y chivo expiatorio de sus propios crímenes. De amigos como estos te libre Dios, Cipión amigo. Lo comento hoy contigo porque sé que andas enfrascado en una sesuda reflexión-estudio sobre la leyenda negra por antonomasia, tristemente para nosotros no otra que la española.

 

Sí, Berganza, tristísimo. Al respecto, la historiadora Elvira Roca Barea opina que "Los prejuicios antiimperiales (…) nacen del complejo de inferioridad que resulta de ocupar una posición secundaria al servicio de otro o con respecto a otro. Nada nos hace sentir más incómodos que tener que estar agradecidos. El resquemor de vecinos y aliados puede ser mucho más intenso que el de un enemigo. Por eso las distintas imperiofobias se parecen tanto unas a otras, porque nacen del mismo pozo de frustración". La mencionada autora opina también que "si la leyenda negra española hubiera reflejado un prejuicio antisemita o contra los negros, hace tiempo que constituiría delito. El hispanista y americanista sueco Sverker Arnoldsson, autor de "Los orígenes de la Leyenda Negra Española" declara sin tapujos que es la "alucinación colectiva" más grande que se ha producido nunca en Europa Occidental. Sería, sin embargo, la novelista española Emilia Pardo Bazán y de la Rúa-Figueroa la que emplearía por primera vez la expresión «leyenda negra» para referirse a la propaganda antiespañola. Fue un 18 de abril de 1899, en la Sala Charras de París. Según Pardo Bazán, la leyenda negra “falsea nuestro carácter, ignora nuestra psicología, y reemplaza nuestra historia contemporánea con una novela, que no merece ni los honores del análisis". Lo que nadie puede discutir es que la Monarquía Hispánica fue el más duradero de los imperios modernos, nada menos que 332 años, de 1492 a 1824, donde no hubo estructura política en el mundo comparable a la española. Según el historiador, profesor e hispanista británico Raymond Carr, durante el reinado de Carlos III el Imperio Español “era la estructura política más imponente del mundo occidental". Pero, ¡ay!, amigo Berganza, el enemigo más poderoso lo solemos tener en casa y España es de esas naciones especialmente dadas a inmolarse. En "Zaragoza", la sexta novela de la primera serie de los Episodios Nacionales del novelista, dramaturgo, cronista y político español Benito Pérez Galdós, su autor decía que la querencia natural de "España es la de poder vivir, como la salamandra, en el fuego".

 

El primer germen que serviría para asentar la leyenda negra española saldría de la "Brevísima relación de la destrucción de las Indias", un libro publicado por el atormentado fraile español de la orden de los dominicos Bartolomé de las Casas, que se convirtió, pasado el tiempo, en el principal defensor de los indígenas en América durante el siglo XVI. En él denunció el efecto que, según él, tuvo para los nativos la colonización del Nuevo Mundo por España. Sin embargo, medio siglo antes, en el año 1500, para defender a los nativos, la reina Isabel la Católica ordenó prohibir la esclavitud en el Nuevo Mundo, materializándose esta orden en 1513, en las llamadas "Leyes de Indias", la primera legislación (ojo al dato) de derechos humanos de la Historia. Además, el emperador Carlos I promulgó el 20 de noviembre de 1542 las "Leyes Nuevas", que prohibieron la esclavitud de los indios y ordenó que todos quedaran libres de los encomenderos (que eran los que durante la colonización española de América tenían una encomienda de indígenas a su cargo, de los que obtenían pingües beneficios personales) y fueran puestos bajo la protección directa de la Corona. (Poca o nula nota acerca de las filantrópicas iniciativas hispanas debieron de tomar los posteriores colonos ingleses que llegaron desde su diminuta isla a explotar esas extensas tierras de ultramar. Esta abominable práctica, la de la esclavitud, solo acabaría tras la sangrienta Guerra Civil Americana, o Guerra de Secesión, que enfrentó a sus partidarios y a sus abolicionistas en 1865). La sola condición eclesiástica de Bartolomé de las Casas habría bastado para darle la credibilidad que merece su relato si no fuera porque él fue uno de los que presenció tales tropelías sin que moviera un solo dedo; denuncia, por otro lado, que hizo tras renunciar a su lucrativo cargo de… encomendero. El libro de Bartolomé de las Casas, publicado en 1552, no fue censurado en España y pudo circular libremente por el mundo, corriendo como la pólvora y traduciéndose a más de 50 idiomas, tal vez por el respeto que la corona española tenía de su autor o también porque no le dio ninguna importancia. De hecho, el imperio español, conocedor de la nefasta imagen exterior forjada por sus enemigos, nunca combatió la hispanofobia que se respiraba en los territorios gobernados fuera de España. Roca Barea opina que "en general, los imperios no suelen ocuparse de defender su reputación. Tienen asuntos más graves entre manos. Los imperios reaccionan con un ataque propagandístico en regla cuando este procede de un poder lo suficientemente sólido como para ser una amenaza. Y, ni Inglaterra ni los Países Bajos fueron nunca una amenaza seria para el Imperio Español".

 

Preguntado años después por las fuentes testificales de los desmanes que el bueno de fray Bartolomé denunciaba en su libro, el reconcomido clérigo reconoció no haber presenciado tales atrocidades. Decía que lo oyó decir y no pudo precisar ni dónde ni cuándo sucedieron (da igual, el daño ya estaba hecho y la leyenda negra ya había cobrado forma en manos de nuestros enemigos). Sin embargo, los españoles mandaron al Nuevo Mundo a curas y a maestros para evangelizar y enseñar a los nativos. Paradójicamente hoy nadie exige responsabilidad a los gobernantes yanquis por el exterminio de los indios; o a los británicos por sus desmanes en la India; o a los japoneses por las masacres perpetradas contra los chinos, por poner tan solo tres ejemplos al azar. Un abrazo querido Berganza. Cipión el historicista.

 

¿Qué decirte, Cipión amigo? Me despediré como “Berganza el resignado” con los versos del poeta: “España miserable,/ ayer dominadora/ envuelta en sus harapos/ desprecia cuanto ignora” ¡Qué pena más grande y más negra!

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