La crisis económica, que aún no se ha ido, ni se va a ir con facilidad o sin dolor, nos ha dejado una Europa más enferma aún de egoísmo y comodidad de lo que ya lo estaba antes de que la crisis, que ya existía, se inaugurara oficialmente. Buen ejemplo de ello es la gestión que se está haciendo del gravísimo problema de los refugiados. Comenzó Europa generando unas expectativas generosas e irreales de acogida. En pocos meses las puertas que iban a estar abiertas de par en par han cerrado sus postigos y se ha habilitado, pagando, por miedo, en metálico, y en especie, un corral de espera en Turquía. Un polvorín de desesperados muertos vivientes que acabarán tomando, ellos sí, “el cielo por asalto” (sic), cuando decidan abandonarlo quienes llevan mucho tiempo aprovechando las diversas y suculentas alternativas de pingües negocios que la situación les proporciona. Porque esto podría haberse acabado hace tiempo, pero hay gente a la que no le interesa que se acabe. Y no son precisamente los desalmados integrantes del “Daesh”, mercenarios bien pagados que usan a Alá y a Mahoma como puro espantajo y coartada.

Las impías (en sentido literal) avanzadillas del “Daesh” se infiltran en el corazón del continente y cuando los atolondrados, acomodados, relajados y bien pagados guardianes del paraíso festejan por todo lo alto su pírrico triunfo tras la localización y captura de un solo enemigo, asestan un nuevo golpe mortal que siega una treintena de vidas y causa más de doscientos heridos, apuntalando la estrategia del miedo a la que en Occidente juega tanta gente “bien”, más o menos agazapada. Y todo ello sucede muy cerca de donde los zánganos dirigentes de la ampulosa, pretenciosa, vanidosa e inútil Unión Europea se aprestan a disfrutar de un nuevo periodo de vacaciones permanentes muy bien pagadas.

Los gobiernos europeos que sufren periódicamente los embates de este negocio mafioso del autodenominado “Estado Islámico”, reaccionan pidiéndoles a sus ciudadanos que permanezcan en sus casas y no salgan a la calle, es decir, que renuncien a su libertad en pro de la seguridad y se auto-encarcelen en sus propios domicilios, alimentando la estrategia del terror, mientras ponen en marcha por enésima vez las estomagantes, falsas y almibaradas respuestas ciudadanas con improvisados altares (sic) en las zonas donde se han producido víctimas, con profusión de fotografías y derramamiento de lagrimitas muy oportunas ante las cámaras, topiqueros programas en todas las televisiones repitiendo politiqueras y vacías proclamas de unidad frente al terrorismo en las que no cree ninguno, ni el primero, ni el segundo, ni el último llegado al circo político. ¡Joder, qué aburrimiento! ¿Quién demonios juega con nosotros y por qué permitimos que nos sigan convirtiendo en juguetes rotos de un maléfico juego que proporciona réditos políticos a unos, suculentos dividendos a otros e insidiosas y malévolas sonrisas de satisfacción a los amos del mundo que mueven los hilos del juguete?.

Europa es nuestro marco de referencia. Pero Europa (reitero) es una sociedad enferma de egoísmo, de avaricia, de comodidad, huérfana de fe, atenazada por su pusilanimidad, su miedo y su gazmoñería, presa fácil del terror, descerebrada, que prefiere seguir viendo “Mujeres, hombres y viceversa” o las sucesivas ediciones del “De Luxe”, antes de cambiar de vida y mientras confía aún en que las empalizadas cada vez más altas aguanten la definitiva y mortal embestida.