A pesar de la decidida y valiente intervención televisiva del rey de España, Felipe VI, en la noche del martes, 3 de Octubre, la esquina noreste de España, definitivamente, nos abandonará más pronto que tarde, inscribiendo el autodenominado “prucess” como un capítulo destacado de la historia más o menos universal (aldeana más bien) de la infamia y la mentira, porque la auténtica verdad es que casi nunca ganan los buenos, que aquí en realidad todos son malos, pero unos más que otros.
En una actitud irracional de puro y visceral odio (¿a cuento de qué vendrá esto?), quieren eliminar de Cataluña “cualquier cosa que huela a España” y camino llevan de conseguirlo, unos, los sediciosos, con su torticero, interesado y malévolo afán, y otros, el gobierno de la única nación soberana existente hoy por hoy en España, con su torpeza congénita, es decir, porque no dan más de sí. ¡Pobre España!
Hay que decir que la fecha del 1 de Octubre de 2017, fecha del innecesario, absurdo e ilegal referéndum de autodeterminación en Cataluña, va a representar un antes y un después en el proceso, solventado por el momento, desde mi punto de vista, a favor de los secesionistas, que han manejado mucho mejor los tiempos y han mantenido más y mejor el tipo y, sobre todo, el descaro y la osadía (hasta han decretado un día de vacaciones pagadas el 3 de Octubre). Mucho mejor –decía- que el gigante frente al que se colocaron, nada menos que el mastodóntico, lento, inoperante y mal dirigido, muy mal dirigido… Estado Español.
En los sediciosos se ha percibido en todo momento más empeño, más empuje y más ilusión que en los constitucionalistas o españolistas, recluidos en un silencio y pasividad que ya empiezan a ser culpables, o en rancias posturas de respeto a ultranza de la ley utilizada como parapeto, posturas que, por muy razonables o respetables que pudieran ser, a nadie arrebatan o entusiasman. Y es que desde el bando independentista, se han sabido jugar muy bien las bazas de que la independencia no habría de traerle a Cataluña más que ventajas, serían más ricos, tendrían pleno empleo y mejores pensiones sin la rémora del resto de España, Andalucía, Extremadura o Murcia particularmente. Frente a eso, el Estado Español no les ha ofrecido a los catalanes ningún mensaje ilusionante y eso que, entre otras cosas, nuestra bandera es mucho más bonita y fotogénica que la suya, nuestra historia más dilatada y fecunda, y nuestra lengua (que generosamente les hemos regalado) igual de respetable que la suya, de la que es hermana pues que comparten madre, pero más pujante, vigorosa e innovadora. Los dirigentes sediciosos catalanes, que no son todos los catalanes, pero que, al ritmo al que van, acabarán sumándolos a todos a su bando, han puesto en marcha un movimiento en el que han tenido un papel protagonista los agitadores profesionales (sólo hacen eso…) de la CUP, entre ellos algunos y algunas muy bien pagados (como los más de 100.000 euros al año de la renegrida diputada Anna Gabriel por funcionar como desabrida y hosca agitadora). Han disfrazado ese movimiento de algunos aditamentos “románticos”, como la rebeldía –que siempre vende bien- ante un supuesto poder opresor y, frente a él, el también supuesto afán de libertad de un pueblo (¿hablan de la Cataluña que todos conocemos o se han inventado otra?).
La salida del atolladero es ahora muy complicada porque se ha dejado pudrir el problema sin actuar, ya que –aviso a navegantes sistemáticamente ignorado- el problema se veía venir de lejos. La solución es difícil pero debe pasar por la desaparición de la escena política de los actores principales que nos han traído hasta aquí. Debe dimitir Mariano Rajoy y deben ser inhabilitados los actuales dirigentes de la Generalitat, que sólo son un atadijo de delincuentes. Al conjunto de los españoles nos queda resignarnos con nuestro noventayochista sino y llorar la pérdida de Catalonia, como antes lloramos Cuba o Filipinas. Y es que nos duele esta Cataluña irracional y esta España amputada, herida. No me resisto a terminar sin incluir aquí el conocido poema “Oigo, patria, tu aflicción”, del poeta jiennense Bernardo López García (1838-1870)
Oigo, patria, tu aflicción,
y no entiendo por qué callas,
viendo a traidores canallas despedazar la nación.
Dando a un ingrato felón estúpidas concesiones,
están haciendo jirones esta tierra milenaria,
de gente, ayer solidaria,
hoy podrida de ambiciones.
Lloras, porque te engañaron los que lealtad prometieron,
los mismos que te aplaudieron,
y la Ley corroboraron.
Alevosos, traicioneros, bellacos y desleales,
la convivencia entre iguales rompen con su felonía,
y han de acabar la porfía,
en inmundos cenagales.
Buscando solo engañar,
distorsionaron la historia para turbar la memoria de las gentes del lugar.
Anhelantes por medrar,
con su estúpida insolencia,
rompieron la convivencia entre familias y amigos;
requiere firme castigo su ruin malevolencia.
Un tipo poco honorable
quiso imponer sus ideas
con maneras maniqueas,
fraudulentas, miserables,
arteras y despreciables.
Medio milenio hermanados
no lo separa un tarado dirigente provinciano,
por mucho discurso vano
que largue desde su estrado.
¡Basta! Gritó el pueblo fiel
por toda la piel de toro.
¡Basta! Clamaron a coro los españoles de bien.
¡Basta! Poned pie en pared
a tanta provocación
y cortad la humillación
de estos cuatro hijos de perra,
¡No se trocea esta tierra,
somos una gran nación!
Fieles paisanos, honrados,
que queréis que vuestro nietos
os recuerden con respeto
por haberles entregado un país fuerte y aunado.
¡Levantaos, despertad!
Negad la eventualidad
de una España fragmentada
y levantad vuestra espada
contra tanta indignidad.
