Pero el presente y el futuro no deben ganarse a cualquier precio, y un precio inasumible es el de la salud. Porque ya no es cosa tan sólo de los meses de frío y la necesidad de preservar la cosecha frente a las heladas, es decir, no se trata ya de soportar la nube de smog, el tóxico sombrero de contaminación, en Febrero, Marzo y quizá hasta en parte de Abril. Es que en estos primeros compases del recién estrenado otoño, la cubierta de humo sobre el valle de Ricote es una realidad cada mañana que prácticamente se mantiene desde Septiembre a Mayo, nueve meses aguantando niveles de contaminación por humo que contiene no sólo las sustancias propias de la combustión de la madera, sino otra multitud de sustancias químicas en suspensión que vaya usted a saber los estragos que estarán causando en el organismo de los sufridos habitantes de este valle, más que de Ricote, de lágrimas. Y no es sólo la nube de contaminación, sino que contemplar desde la Atalaya a partir de las ocho y media o nueve de la mañana la parte más meridional de la ciudad de Cieza que enfila hacia Abarán, en medio de la cual hay nada menos que un hospital (cercado por numerosas columnas de humo como en un paisaje para después de la batalla) supone asomarse a un denso valle de humo que constituye un espectáculo pavoroso al que las autoridades deberían poner coto y remedio y que los vecinos y residentes no pueden seguir consintiendo. Tanto demonizar al tabaco y los ciezanos y ciezanas de todas las edades se desayunan cada mañana con benzopirenos y ceodoses a granel y sabe Dios con cuantos otros inofensivos componentes. Si es pagar por el sustento, el precio parece que podría ser demasiado elevado.

Con frecuencia ni se ve la huerta ni se divisa rastro alguno de la ciudad de Abarán, sepultada en una densa neblina blancuzca de la que se escapan en capas más altas, sobre todo en días de calma, sin viento, amarronados nubarrones en los que se mezclan humedad y humo, una combinación letal para las vías respiratorias. Yo las he visto y contempladas las vegas de Cieza y Abarán desde la altura del balcón de la ermita del collado de la Atalaya, el espectáculo es dantesco y estremecedor.

En esta época del año no es la quema de pacas de paja utilizadas para combatir las bajas temperaturas y luchar así contra las heladas. En estos meses del otoño es la quema generalizada de rastrojos y restos de la poda, una actividad tradicional y necesaria, pero que en los últimos tiempos ha alcanzado una intensidad tal – asociada con el incremento de la superficie de cultivo- que puede estar abocándonos a un problema sanitario de primer orden. Está bien mantener y potenciar lo que en última instancia se ha convertido en una de las pocas alternativas de supervivencia económica para la población de la zona, pero no a cualquier precio. Pase ser pobres (y a mucha honra) pero que nos roben también la salud por un problema de puro beneficio económico, pues miren ustedes, como que no...La malograda planta de biomasa, una inversión finalmente abandonada por el recrudecimiento de la crisis económica (que no impidió sin embargo construir la monstruosidad inútil del Nuevo Capitol), habría podido remediar este problema, convirtiéndose al tiempo en fuente de prosperidad y trabajo para la población. No pudo ser, pero debió ser. Y si debió ser, nunca es tarde...si la dicha es buena.

Rásquense los bolsillos sus señorías, porque a esta calamidad medioambiental y sanitaria hay que ponerle remedio. De los otros malos humos, que también lo son, los de la lucha contra las heladas (que también tienen remedio) ya hablaremos cuando llegue Enero.