Este politicastro del tres al cuarto al que no se le conoce trayectoria coherente a no ser la de sus intereses personalistas, se ha empeñado en inmolarse para pasar a la historia sí o sí, sin importarle los riesgos y el sufrimiento a los que tenga que someter a los españoles de Cataluña y a los del conjunto de España, como consecuencia de su loca e insolidaria megalomanía, que a lo más que podría llevar es a que Cataluña formalizara su independencia, sí (que va a ser que no), para establecer acto seguido los acuerdos correspondientes con España y con Europa de manera que todo siguiera más o menos como estaba antes de decidir volverse loco, que ése ha sido el único derecho a decidir que finalmente va a ejercer. Es decir, separarse para unirse después. Inventarse una bandera más cuando sobran prácticamente todas las que hay, en un viaje de ida y vuelta que es más a ninguna parte que este que yo les propongo cada fin de semana. Un pendejo de mucho cuidado este honorable tonto honorable, encallado en su afilado y apuntalado mentón para no ver más allá y encanallado y enquistado en una actitud soberbia y desafiante, al que el erario público le viene pagando puntualmente las millonadas que cobra sólo por empeñarse en un descarado ejercicio de flagrante deslealtad institucional y al que desde luego le viene haciendo falta como el comer, una recia y soberana cura de humildad, a la que debiera sometérsele de grado o por la fuerza más pronto que tarde.
Y no, no he de callar por más que con el dedo, ya tocando la boca o ya la frente, silencio avises o amenaces miedo, que dejara escrito don Francisco de Quevedo y Villegas, que eso, miedo y pusilanimidad es lo que prima actualmente en Cataluña y en España en relación con el asunto catalán. Porque el señorito Mas, que podría parecer en principio la víctima, es sin embargo en esta película el verdugo. Verdugo de nuestra tranquilidad y del marco político de convivencia que nos hemos dado en España, que ha aprovechado torticeramente la crisis interminable que padecemos y que nos constituye y significa, para intentar hacerse jefe de una república bananera, hasta el momento con pobres resultados para sí mismo y para los suyos (que cada vez le quedan menos, porque se ha ido dejando jirones en forma de votos y compañeros de viaje por el camino). Que ha jugado y juega a un victimismo inconcebible e hiriente visto desde otras regiones o comunidades autónomas españolas, como Murcia sin ir más lejos; que sólo se rige por la lógica egoísta-nacionalista de reclamar lo mío y a los demás que los zurzan .Y que en última instancia todo lo hace por dinero, dinero y dinero, supremo, soberano, tantas veces inconfesable y, en el fondo, último y casi único argumento.
Himno, bandera, selección de fútbol, embajadas en el extranjero y dinero, mucho dinero, para que otras regiones españolas sean más pobres, que eso a ellos les importa una sardana, un cava o una butifarra, ignorando que yo, ciezano, murciano y español (¡casi ná!) no estoy de acuerdo, porque Cataluña también es mía, es parte del patrimonio que me legaron mis mayores, conseguido con sangre, sudor, fuego y lágrimas, y no vamos a entrar a discutir, aquí y ahora, sobre el origen legítimo o no de la propiedad, porque eso nos llevaría a negar cualquier tipo de propiedad, ¿verdad?, incluso la de los catalanes o el señorito Mas sobre Cataluña.
Podríamos subrayar el paralelismo de la situación española actual con la de 1898, cuando, después de perder España las últimas colonias de lo que había sido un gran imperio, se instaló en la sociedad española una sensación de pesimismo generalizado, surgiendo movimientos sociales y literarios (la literatura siempre ha sido espejo privilegiado de la sociedad y de la vida) como la generación del 98, un grupo de escritores y de pensadores a los que –siendo todos ellos periféricos- les dolía España, no Cataluña o el País Vasco, sino España...una, grande y libre (hasta donde se pueda...). Baste mencionar al conocido como grupo de los tres –Baroja (vasco), Azorín (alicantino) y Maeztu (vasco), a los que podríamos añadir Antonio Machado (andaluz), Valle Inclán (gallego) o Ángel Ganivet (catalán), para constatar la ruindad de los planteamientos del actual movimiento secesionista catalán. Aquellos escritores y pensadores pusieron el acento en lo que unía a los hombres y las tierras de España, y lo encontraron en Castilla y en los planteamientos regeneracionistas. Mas y los suyos (que son cada vez menos) ponen el acento en el hecho diferencial catalán, es decir, en lo que nos separa, y –que no se nos olvide- en la Agencia Tributaria propia, es decir, quedarse con más pelas en el reparto. O sea, se empeñan en acentuar la diferencia hasta lo incomprensible, lo inadmisible e incluso lo ridículo, porque Mas empieza a ser ya, y así lo constatan de manera creciente las redes sociales, carne de juguete cómico, sainete y vodevil. El nacionalismo, primo hermano del nazismo, se exacerba en tiempos de crisis como la salida desesperada y loca de agarrarse a un clavo ardiendo para sólo conseguir quemarse y consumirse estérilmente. Es muy humano: todos queremos más, Mas el primero, pero en España nadie quiere a Mas y en Cataluña, que es como decir España también, cada vez más son los quieren menos a Mas. Señor Minus, por el momento sigue usted en su casa, Cataluña, España, Europa, a puntito de convertirse en carne de esperpento, caricatura y vodevil trasnochado, géneros todos ellos, por cierto, muy españoles, catalanes y carpetovetónicos.
Después de Mas, en Cataluña amanecerá otro día. Usted, señor Mas-Minus, puede irse cuando quiera (ojalá se vaya pronto) pero deje a Cataluña con nosotros, ¡collons!
¡Qué importa un día! Está el ayer alerto al mañana, mañana al infinito, hombres de España, ni el pasado ha muerto, ni está el mañana, ni el ayer, escrito. ¿Quién ha visto la faz al Dios hispano? Mi corazón aguarda al hombre ibero de la recia mano, que tallará en el roble castellano el Dios adusto de la tierra parda. (Antonio Machado, “Campos de Castilla”)