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Viernes, 19 de Abril del 2024
Saturday, 13 November 2021

El VIAJE (más final aún) a Ninguna Parte. El cine que se nos fue

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Bartolomé Marcos Bartolomé Marcos

CLR/Bartolomé Marcos.

Debía correr el final del invierno de 1966 o quizá eran principios de la primavera de ese mismo año.

Ha pasado mucho tiempo y no sé, no recuerdo bien. Un domingo cualquiera, uno de los 52 domingos de aquel 1966 en el que yo cumpliría los quince años mientras cursaba quinto de Bachillerato de Ciencias en el colegio interno “María Auxiliadora”, de Salamanca, ciudad en la que domingo a domingo, en las salidas vespertinas que me permitían hacer los curas, consumí mi primer paquete de cigarrillos, de la marca Fetén, híspido negro canario enfundado en una cajetilla de color dorado, que me regaló, en Madrid, antes de despedirme de vuelta al colegio en la estación del Norte, Príncipe Pío, mi primo hermano Juan Moreno Carrillo, Juanito.

 

Probablemente sería un domingo de las vacaciones de Navidad, o de las de Semana Santa, porque yo estaba en Cieza y no en Salamanca. En el Teatro-Cine Capitol de Cieza, el de antes del año 2009, ese reducto sagrado para un mitómano, casi un psicópata del cine como me considero a mí mismo, se estrenaba la película de David Lean, basada en la novela homónima de Boris Pasternak Doctor Zhivago, producida en 1965 y protagonizada por el galán egipcio de moda por entonces, y discreto actor, Omar Sharif, novela que le valió el premio Nóbel a su autor, y película que consiguió nada menos que cinco premios Óscar y otros tantos Globos de Oro. Sería una película muy popular durante décadas, y su tema de Lara, nombre en la ficción de la protagonista, Julie Christie, de los más reiteradamente tarareados, silbados y reproducidos en radio y televisión me atrevería a decir que durante décadas. A partir de 2010 se la consideraría en los Estados Unidos como la octava película más taquillera de todos los tiempos. Desde luego, en Cieza lo fue.

 

Aún regentaban el Capitol los Martinejo, que cederían la propiedad del cine en 1969 al industrial conservero ciezano Aurelio Guirao. El acontecimiento de su estreno en Cieza lo recuerdo como un auténtico suceso social. Con la sala de más de 1.500 asientos entre principal, palcos y patio de butacas completamente abarrotada en tres sesiones numeradas. Era, por entonces, el poder de convocatoria del cine. La espléndida sala de espera confortablemente amueblada donde se anunciaban, en vitrinas acristaladas, dotadas de iluminación especial, los próximos estrenos que ofrecería el cine, la amplia cafetería situada en la planta baja o el bonito y práctico ambigú de la primera. En la repleta sala de espera, todo dios fumando, como Dios mandaba por entonces pero, curiosamente, yo no recuerdo que oliera demasiado a tabaco. Claro que también puede ser que sólo oliera a tabaco y que la pituitaria estuviera ya sobrepasada en su capacidad para discernir olores. Como en las grandes ocasiones, al entrar en el patio de butacas, majestuoso, las luces decorativas, rojas, de la cenefa ornamental que circundaba la zona del escenario y la gran pantalla, aparecían encendidas, como también lo estaban las grandes lámparas-araña de techo que -cual deslumbrantes lágrimas de luz- le daban aspecto al Capitol más de moderno palacio imperial que de cine. Y más de cine de pueblo.

 

En los palcos del entresuelo tampoco cabía ni un alfiler. Sonaban tres timbres y, entre la emoción de los espectadores, iban apagándose progresivamente las luces, las últimas, las de la citada cenefa de luces rojas que bordeaba como una guirnalda los laterales y borde superior de la pantalla. Era un pueblo entero viviendo en civilizada y festiva comunidad la magia del cine, compartiendo alegrías, tristezas, dolor, emociones y pasiones…o chinches, desde el tranquilo parapeto de una sala a oscuras repleta de vida y de vidas, en vivo y en directo en lo que se refería a compartir la vivencia de la fiesta y la mentira bien recreada. Mi amigo Pedro Luis Almela, al que saben ustedes que con frecuencia saco a pasear en estos artículos, quedaría prendado para siempre, enamorado hasta las cachas de la joven Lara- Julie Christie, modelo de belleza femenina rubia -su amor platónico- que mi querido amigo fue concatenando y replicando durante años, con significados nombres como los de Judy Geeson, Rosamund Pike o Claire Danes. Aunque su diosa Julie Christie siempre por delante…

 

Tras la película, la tarde de domingo se completaba con interminables vueltas en el Paseo, atestado de gente mayoritariamente joven, que, a falta de otros lugares de encuentro y/o relación, utilizaba este para cruzar miradas interesadas con la niña de sus amores, y -no se rían- el sitio funcionaba y grandes historias de amor tuvieron su germen precisamente allí, en las interminables ruedas, idas y venidas, vueltas y revueltas de aquel “tontódromo” aldeano, en el Paseo de Cieza, sí, por entonces todavía “de los Mártires”. Las hileras de gente, casi alineadas como en una formación militar (sólo les faltaba marcar el paso), iban poco reduciendo su longitud para acabar convirtiéndose, agotado el caudal del río humano, en un pequeño círculo a la altura de donde se ubicaba el solar de Doña Adela o los electrodomésticos de “Marconi”, como el pueblo sencillo rebautizó el establecimiento comercial de Antonio Lucas Zamora, ubicado casi en el centro simétrico del Paseo. Ocasionalmente, la fiesta se completaba con visitas vinero-cerveceras al Sotanillo, donde el bueno de Gabaldón ya servía las patatas asadas, los michirones, los capellanes, o, en temporada, los caracoles chupaeros; o al bar los Supis, la Peña o el Cocodrilo, el Bar Águila, el Gran Bar Rhin y hasta el Bar Rana. Pero había sido la película, el cine, lo que había llenado la tarde de domingo, había sido el reclamo para la celebración, le había dado plenitud y sentido, como pasa en Semana Santa con las procesiones.

 

Doctor Zhivago era un auténtico folletín o folletón, una desgraciada y casi lacrimógena historia de amor imposible, con el trasfondo de la Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa. Buena parte de los exteriores se rodaron en España. Sea como fuere se nos fue el cine Capitol (yo aún no he vuelto por allí tras la remodelación de 2009, que lo convirtió en otra cosa que no reconozco y en la que no me reconozco). Como se nos fue, sobre todo, la costumbre del disfrute del cine en el cine, algo que, francamente, creo que ya no volverá. Los astros nos han traído hasta esta encrucijada ramplona de los tiempos en la que, como subraya Juan Manuel de Prada “estamos a punto de sumergirnos en una edad oscura de consecuencias incalculables. Pero nadie quiere reconocerlo, nadie quiere afrontarlo; y las editoriales, entretanto, se dedican a publicar libros de youtubers, guionistas de Netflix y estrellitas televisivas”. Tampoco es cosa de ahora. Hace casi cincuenta años, un avispado escritor norteamericano, Erich Segal, publicó su novela “Love Story”, una novelita superficial, simple de tan sencilla y absolutamente esquemática y vacía, que supo aprovechar para su promoción el éxito de la película, publicando como novela lo que no era sino el guion de la película del que él mismo era también autor. Ganancia por partida doble.

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