Pues bien, unos dicen que la ley se incumple (aunque estén más que habituados a saltarse la ley cuando lo estiman conveniente), otros responden que esa no es su ley y que crean otra para ellos (que también incumplen, por cierto), a lo que contestan los primeros que les va a caer encima todo el peso de la ley, espetando los segundos que no reconocen la legitimidad de esa ley. O sea, que de leyes va el juego.
Pero me da la impresión de que ni unos ni otros, aun siendo políticos, saben mucho de leyes. Porque la ley, en realidad, es una norma para regirnos. Dado que sin normas imperaría otra ley, la del más fuerte, poco o nada civilizada, los seres humanos nos hemos dotado desde tiempos inmemoriales de leyes que nos digan lo que podemos y lo que no podemos hacer, que ordenen nuestras actividades y nuestras vidas. Así, de esta manera, impedimos la guerra general y egoísta de todos contra todos y los abusos de unos sobre otros, cediendo una parte de nuestra libertad para asegurarnos nuestras vidas y nuestros derechos.
La ley, generalmente, prevé unas sanciones o castigos para quienes la incumplen. Ello se debe a que el ser humano individual no siempre es un estricto cumplidor de las normas, e incluso en muchas ocasiones se las salta o incumple a sabiendas, con el objetivo de obtener algún tipo de beneficio y perjudicando prácticamente siempre a los demás. El castigo es en muchas ocasiones necesario no sólo para que el infractor pague por su culpa, sino también para restituir el daño causado y para que los que sí cumplen reciban el mensaje de que quien la hace, la paga. Vean el ejemplo, en definitiva.
La ley es, por tanto, civilización. Y podemos decir que sin civilización no hay ley. Es algo que algunas personas, en especial los más asociales y egoístas, olvidan o simplemente ignoran de forma premeditada. Ahora bien, tendemos siempre a identificar ley con justicia. Y a veces, y aunque parezca mentira, no es lo mismo.
El concepto de justicia, de que algo sea justo, es en ocasiones difícil de establecer. Sobre todo porque no nos duelen prendas en asegurar que lo justo es lo que nos conviene a nosotros. Hay conceptos universales como el derecho a la vida o a la libertad que prácticamente todos reconocemos, por lo que si una ley los ataca reaccionamos de forma inmediata y la consideramos injusta e ilegítima. Pero otras leyes pueden beneficiar claramente a un grupo y perjudicar a otro, por lo que unos dirán que es justa y otros injusta. ¿Y qué ocurre entonces?
Pues que todos, tanto unos como otros, deberemos cumplirla. Porque sea injusta o justa, la ley es la ley. Como decían los romanos, dura es la ley, pero es la ley. La ley está para cumplirla, nos guste o no, sea la de los otros o la nuestra. Porque no debemos olvidar que la igualdad ante la ley y el deber de su cumplimiento para todos es una de las grandes conquistas de la civilización humana y del sistema de gobierno democrático. Y tampoco debemos olvidar que en un país democrático, como el nuestro, es el poder legislativo el que crea y aprueba las leyes, y ese poder legislativo está directamente elegido por los ciudadanos libres de ese país. Y quienes tengan la mayoría en ese poder la tienen porque el pueblo se la dio con su sufragio. Y debemos recordar que es su obligación legislar teniendo en cuenta a todos, aunque sea casi imposible contentar a todo el mundo.
Y lo que es más importante: la ley, si no es buena, si la consideramos ilegítima o injusta, se cambia desde la ley. Mostrando nuestro enojo por los cauces legales a los gobernantes, o votando cuando llegue en el momento a otros representantes diferentes para que la cambien. Pero no negándonos a cumplirla porque no nos gusta o beneficia, o intentando derribarla de forma violenta. Porque si así lo hacemos, no debería extrañarnos que otros, perjudicados por las leyes que a nosotros nos benefician, utilizaran los mismos sistemas para echarlas abajo. Y eso sólo lleva a la violencia, a la descomposición social, al resquebrajamiento de la civilización y la democracia.
La ley y su cumplimiento son además garantía de estabilidad, de seguridad. Y el primero que debe cumplir la ley, quien debe dar ejemplo, es el propio gobierno, la propia administración, garantes además del cumplimiento de la ley. Que no lo olviden los que hoy en día se enfrentan en las calles y en los foros, en los parlamentos y en la prensa, envueltos demasiadas veces en banderas y olvidando también demasiadas veces que esas banderas representan una legalidad, un sistema de normas y compromisos que, aunque a veces no gusten, hay siempre que cumplir.