Mi poca experiencia al volante evidencia mis puntos débiles pero que a las seis de la tarde ya sea de noche tampoco ayuda. Nunca me he llevado bien con la oscuridad, eso no es nada nuevo. Cuando caía la noche y mi estatura no me permitía llegar (ni de puntillas) al interruptor, ir del salón al baño o a la cocina era para mí un pasadizo del terror. Si escribiese un libro que recoja todas esas noches de aventuras tengo claro que mi hermana sería algo así como el hada madrina, el faro que me acompañaba y me hacía sentir segura. Aunque ahora mido tan solo un poco más y sí alcanzo a todos esos interruptores, el lugar de mi hermana en mi vida no ha cambiado, sigue siendo mi faro.

La oscuridad era para mí esa sombra en la que se cobijaban todos los miedos y, en cierto modo, aún sigue siendo así aunque mis ‘monstruos’ han cambiado. Antes, ver una película de terror suponía no dormir tranquila más de un par de noches, por lo que desde entonces dejé ese lado masoquista y me pasé a las películas de amor. Los años me van enseñando que cuando creces la lista de razones que dificulta conciliar el sueño es más extensa. Sin embargo, cuando la Luna aparece de guardiana, de pronto los miedos afloran y todos pasamos por lo mismo independientemente del estamento que ocupemos en la sociedad. O si no, que le pregunten a Trump las noches que pasó cuando su ego ignoraba los resultados de las elecciones a la Presidencia del Gobierno de Estados Unidos, sabía que sin ese reconocido y disputado cargo pasaría a ser recordado por caradura, cínico, corrupto y lo que ustedes quieran, pero eso es otra historia.

El miedo tiene muchas formas pero en todas ellas hay un denominador común: las víctimas son invisibles. El 25 de noviembre está marcado en el calendario como el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, hace apenas unos días guardaba un minuto de silencio por ellas. Un minuto de silencio por todo lo que antes han callado. Perdonadme no poder describir este miedo con el que algunas mujeres han tenido que convivir pero me temo que ese silencio debe ser parecido al que se adueña de todas las calles que tengo que recorrer para volver a casa. Solo cuando me he desmaquillado, cuando he recibido el mensaje de la última de mis amigas que ha llegado a casa, cuando me he puesto el pijama y por fin mi perro se ha acurrucado entre mis piernas es entonces cuando ese temor que congela va desapareciendo y entro en calor.

Este fin de semana tengo que volver a conducir de noche, muy a mi pesar, pero mi horóscopo dice que se acercan buenas oportunidades si aprendo a dejar ir aquello que no me deja ver con claridad y como soy yo dónde elijo aplicarlo, lo decidiré durante mi trayecto. El camino por recorrer para ganar terreno a los miedos todavía es largo y oscuro, pero a veces cuando tienes a un compañero con el que cantar a pleno pulmón las canciones que suenan aleatoriamente en la radio del coche, sale el sol.