A menudo me invade la sensación de que a los jóvenes se nos excluye del debate público. La guinda que confirmó mis sospechas se produjo en la entrada de la consulta del médico, en esa larga hora de espera hasta que llegó mi turno. No estaba yo muy concentrada en la práctica del deporte internacional que mantenían mis compañeros de espera: quejarse. No les culparé de ello, yo también practico ese deporte aunque aún no haya encontrado ningún estudio que hable de sus beneficios y en el que poder apoyarme cuando alguien se queje de que me estoy quejando, pero bueno, a lo que iba. En una de esas veces que presté atención a tal jolgorio sonaron todas mis alarmas. Uno de ellos soltó a viva voz que los jóvenes no tenemos ni idea de que va la política porque creemos vivir en un mundo paralelo y nos falta experiencia. Quiero pensar que tuvo un mal día.
Espero que no se me malinterprete, esto no es un pataleta de las que tenía cuando era niña porque mi madre no me compraba la décima muñeca de la que me encaprichaba, es más, acepto críticas e incluso algún lanzamiento con cariño de zapatillas, de esos que no hacían mucho daño pero me animaban a pensar en lo que había dicho o hecho. Simplemente quiero recordar que no solo somos una gran parte de la población, sino que en nuestras manos está el fruto del futuro. La experiencia hace al maestro, no seré yo quien niegue esta frase prehistórica, pero sí diré que no por ello nuestra voz vale menos.
Quizá la política no figure entre los grandes intereses de los jóvenes, y así lo respalda la última encuesta del CIS en la que atestiguan que un 68,3% no incluye esta materia entre sus mayores preocupaciones, pero ¿se han preguntado por qué?, ¿se está haciendo algo para cambiarlo? Ningún gobierno ignora los fenómenos de la opinión pública porque ello les proporciona unas pautas de comportamiento de la sociedad. Sin embargo, las preocupaciones del sector al que pertenezco parecen haber caído en el olvido. Me cuesta vernos reflejados en la realidad institucional y mediática. No quiero decir con esto que se excluya todo lo que no nos incumbe, sino que abogo por un debate intergeneracional que reúna las inquietudes de todas las edades.
Ha llegado la época de hacer el cambio de armario y con ella el momento de adaptar nuevas dimensiones comunicativas que reflejen la transformación mental, tecnológica, social, política y económica. Comprender las transformaciones mentales que separan unas generaciones de otras es el primer paso para entender todas las demás transformaciones. Soy consciente de que los jóvenes somos un grupo heterogéneo, plural, con intereses muy diferentes entre sí, complicado e incluso casi cabezones por naturaleza, pero estamos en constante formación, capacitados para hacer de sastres y arreglar los descosidos y cuando esto último se pone en duda me entristece y me cabrea por partes iguales.
Vean mi opinión como una vía de acercamiento y de puertas abiertas al diálogo. Puestos a practicar el arte de la queja, formemos un equipo.
