Aprovecharse de la superioridad de ser adulto para causar daño a un niño o una niña indefensa es una de las mayores vilezas que puede cometer un ser humano. Y lo peor de todo es que la mayor parte de las veces estos daños y abusos se producen en la burbuja en la que los niños deberían ser, y estar, más protegidos: la familia. Pero aún hay más: cuando los niños que han sufrido todo lo que pueden ser capaces de soportar deciden contarlo, en no pocas ocasiones se encuentran desvalidos incluso ante su propia familia, ante su entorno, que intenta demasiadas veces echar tierra sobre unos asuntos que, pese a ser ciertos, pueden dañar el prestigio o la paz familiar.
No pensemos que esta preocupación que ahora se plasma en ley en España es solo nuestra. Nuestros vecinos europeos están también descubriendo que la pesadilla que tienen que soportar muchos menores está mucho más extendida de lo que se creía. Y en países como Francia se está desarrollando una auténtica catarsis nacional para intentar hacer visibles y castigar en consecuencia los miles y miles de casos que día sí, día también, llegan a la superficie desde el fondo del olvido y del ocultamiento en el que estaban hundidos.
Hay que decir que la elaboración de la nueva ley de protección a la infancia y a la adolescencia ha traído consigo algo que en España hacía tiempo que no veíamos: un amplio consenso. Solo dos de los grupos del parlamento español han votado en contra. Uno, el PNV, por cuestiones competenciales, aunque se muestra de acuerdo en lo fundamental con la nueva norma. Otro, Vox, que llama “liberticidio” a la intervención de la sociedad y del estado en la protección de las víctimas de violencia y abuso y que intenta explicar su rechazo con un batiburrillo de argumentos fantasiosos que, al menos a mí, me hacen dudar de que a este partido le interese en modo alguno acabar con esta horrible realidad. Otros partidos, básicamente nacionalistas, se han abstenido “con dolor”, ya que están de acuerdo con la norma pero lamentan las tradicionales “intromisiones competenciales” del estado central.
Muchas enmiendas se han presentado a este texto: 576 exactamente. De ellas se han aceptado e incorporado 200 (todo un récord hoy en día) y al menos 70 más han sido transaccionadas. Es más, los dos grandes partidos nacionales, PP y PSOE, han votado juntos a favor de esta nueva ley, lo que demuestra dos cosas: que cuando se quiere, y en especial ante un asunto tan delicado, se puede; y que muchos políticos tendrían que explicar algo tan inexplicable e inasumible para los ciudadanos como es este intento (que esperemos sea exitoso) de mejorar la protección a niños y adolescentes y garantizar la persecución y el castigo a quienes abusen de ellos.
Sería tópico decir que nuestros niños y adolescentes son el futuro de nuestro país. Pero es que es realmente así. Y está más que demostrado que una proporción notable de quienes les maltratan o abusan de ellos fueron a su vez víctimas de maltratadores y abusadores, cayendo en una espiral que les lleva a repetir con otros lo que ellos sufrieron. No es excusa el haber sido víctima para convertirse en verdugo, pero sí se trata de una realidad evidente. Y si somos capaces de ayudar a quienes sufren y de castigar a los que abusan, es bastante posible que cortemos en buena medida esta cadena de desgracia que se ceba sobre una sociedad que, todo hay que decirlo, desconoce el alcance real de estos horribles hechos en su seno.
Porque, hay que ser sinceros, mucho me temo que los casos que conocemos son tan solo la habitual punta del iceberg que esconde una realidad mucho más extendida y dramática. De hecho, y poniendo de nuevo el ejemplo de nuestro vecino francés, los esfuerzos realizados para intentar abarcar la verdadera dimensión del problema están sacando a la luz datos que pueden calificarse de horribles, tanto por la naturaleza de los mismos como por su extensión. Y me da la impresión de que aquí no vamos a ser menos.
No me queda más que desear larga vida a esta nueva ley y que siga siendo una norma de consenso, de un amplio consenso, para que nuestra sociedad sea más justa, más segura y nuestra infancia y adolescencia sean como debe ser: felices.
