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Viernes, 19 de Abril del 2024
Thursday, 01 April 2021

Viernes Santo...... ciezano

Santísima Virgen de la Soledad desfilando en la procesión del Santo Entierro Santísima Virgen de la Soledad desfilando en la procesión del Santo Entierro CLR

CLR/Bartolomé Marcos.

Los seres humanos somos animalicos de costumbres. De buenas y, también, de malas costumbres. Los ciezanos, que somos seres humanos de cierto nivel, calidad, idiosincrasia y casticismo (cazurrismo también de vez en cuando, pero siempre biennacidos, porque nuestra materia prima y tribu son buenas…no como muchos otros), evidentemente, somos también animalicos de costumbres. Una de ellas, la de la Semana Santa, que, por estas latitudes suresteñas, es una bendita buena costumbre, tradicional y muy arraigada.

La lástima es que hace poco más de un año llamó a nuestra puerta una inesperada desgracia: una infortunada y nefasta pandemia, y, entre otras consecuencias (algunas mucho más graves como la descomunal, irreparable y lamentabilísima pérdida de vidas humanas) la puñetera enfermedad trajo consigo la voladura inapelable de la explosión convivencial y festiva que cada Semana Santa trae consigo en nuestro pueblo. Ahora, o mejor para próximos años, toca recuperarla, porque de lo que no hay ninguna duda es de que la echamos de menos el año pasado y la echaremos de nuevo en falta este, porque, desde luego, la prioridad debe seguir puesta en librarnos cuanto antes, y definitivamente, del bicho. Como de menos la echa también, por cierto, nuestra hostelería y nuestro comercio, que lo están pasando bastante mal. Y mucha gente, en Cieza, comía, bebía y vivía también gracias a la Semana Santa.

 

Y es que, en esta época del año, entre Marzo y Abril, tiempo de Semana Santa en Cieza, el campo se viste de verde, lila, primavera y sol…pero, por mucho sol que haga, la verdad es que, sin la Semana Santa y sus procesiones, el sol no luce y el entorno se vuelve grisón y desolado, como en esas mañanas mustias, húmedas y tristes de Viernes Santo en las que la lluvia obligaba a suspender la procesión y buscábamos refugio en el Bar Gran Vía (y menciono este local, sin desdoro del resto de los que tiene Cieza, o de los que siguen aguantando aquí y ahora el duro embate de la pandemia, porque es al que solíamos ir, por ajuste estricto a la verdad de la crónica) para comer habas con bacalao o atún de ijá, regado con fresca y rubia cerveza, mientras el televisor nos ofrecía la repetición de la procesión de Viernes Santo en la mañana del año anterior emitida por Tele Red Cieza, en la que, incluso sin pandemia de por medio, siempre acababa desfilando algún que otro muerto reciente, que se adelantaba al mismísimo Jesucristo en la Resurrección ¡qué gracia!

 

Constatábamos que, hasta enlatada de un año anterior, la Semana Santa y los desfiles procesionales ciezanos tenían su gancho, y estaban, y creo que siguen y seguirán estando, arraigados en lo más hondo del corazón y las entrañas de los ciezanos y de las ciezanas, como uno de sus más intensos y sentidos anhelos, afanes y querencias.

 

Quizá sepan ustedes que en el año 2002 (han pasado, como en un “soplío” que se dice por aquí, 19 años nada menos) tuve el privilegio de pregonar la Semana Santa de Cieza desde un ambón situado junto al altar mayor de la Basílica de la Asunción. Para mí fue la más alta ocasión que vieron los siglos, y se lo debo a la confianza en mi persona de un antiguo y querido alumno, Rafael Salmerón Pinar, por entonces presidente – grande, Dios llegaron a denominarlo algunos compañeros y colegas de la Junta, para encomiar su denodado empeño y perfeccionista afán de engrandecimiento de la Semana Santa - de la Junta de Hermandades Pasionarias de Cieza. Fíjense: yo, un verdadero desgraciado (por mi natural y proverbial ausencia de gracia), un taciturno, tristón y reconocido agnóstico (algo que, sin jactancia ninguna, sigo siendo), pregonando desde el ambón de una basílica católica de mi propio pueblo, en olor y loor de multitudes, con el patio a rebosar, un recurrente acontecimiento religioso que entre mis paisanos levanta devociones y pasiones, algunas incluso bastante encontradas. Rafael Salmerón obró el milagro (por algo era Dios…). Entre los asistentes al acontecimiento, aún se contaba mi madre, que moriría dos años después, en Enero de 2004, pero que, por entonces, en Marzo de 2002, a sus 88 bien llevados años, aún “aguantaba bien la vida”. Por entonces yo frisaba la cincuentena ¡Señor, qué tiempos! Bastante mejores que estos, por cierto…

 

El único aval justificativo de mi candidatura al honor de pregonar la fiesta mayor de mi propio pueblo, era el de haber estado muchos años- casi una década- retransmitiendo como realizador para Tele Red las procesiones de Cieza, de manera que mi planteamiento del pregón estaba “cantado” de antemano: la mía debía de ser la perspectiva del espectador. Y eso es lo que hice, montando en la Basílica de la Asunción un tinglado audiovisual considerable, muy semejante al que instalábamos en la Esquina del Convento o al final del Paseo, junto al Bar Cocodrilo (que aún existía) dentro de una destartalada Nissan Vanette, para hacer realidad la retransmisión en vivo y en directo de las procesiones de cada Viernes Santo, entre otras. Así, quienes asistieron al Pregón participaron realmente en la realización de un espectáculo audiovisual a partir de materiales grabados a los que iba haciendo referencia mi propio discurso. Era una manera de que mis paisanos vieran, a partir de mis comentarios en vivo, la Semana Santa de un espectador que había tenido también el privilegio de brindar su mirada a través del objetivo de una cámara, a otros muchos espectadores interesados durante bastantes años. Pues bien, el Viernes Santo de cada año en Cieza era ese día en el que un pueblo entero vivía a tiempo completo en clave de Semana Santa, procesión y santos en la calle, desde la mañana temprano, cuando ya podía percibirse el trasiego apresurado de gentes vestidas con las túnicas correspondientes de sus cofradías y hermandades camino de la Casa de los Santos para incorporarse a la procesión del Penitente, o el pasacalles de algunas de las bandas de cornetas y tambores que participarían en el desfile. Por la mañana, sin haber dormido nada entre la Agonía del Silencio y los claros clarines de la festiva y esplendorosa mañana del gozoso y penitencial viernes (cuando no llovía, que entonces ya lo he dicho, ¡al Gran Vía!), casi cuatro horas al cuerpo de procesión, cerrada por la bellísima y salzillesca Virgen de los Dolores. Al mediodía, el toque de clarín de los bares, que no sólo de procesiones viven los ciezanos y ciezanas, sino de la cerveza y las habas con mollas de bacalao, sudor generoso y restregado de los cuerpos y aroma de amistad y colaborativo esfuerzo bajo las varas-soporte de los pesados tronos, esfuerzo solidario y compartido para hacer realidad y poner en la calle el mayor espectáculo del mundo mundial, y sentirse a gusto y grandes sin saber muy bien por qué ni por qué no.

 

La tarde del Viernes Santo, cansados, pero con la procesión como droga irrenunciable que pedía más y más, apurábamos las horas entre la sobremesa del almuerzo, las copas al caer la tarde y la expectativa de la última de las grandes procesiones de cada Semana Santa Ciezana: la procesión del Santo Entierro de Cristo, la más rica, hermosa y bella de las procesiones desde el punto de vista artístico, verdadero museo en movimiento, que en apenas 24 horas escasas, en reduccionista hipérbole, brincaba de viernes a Domingo explotando en cortés cortejo, tras la ruidosa “petardada” de la noche del sábado, con la alegre ceremonia de la Cortesía, metáfora en sí misma de la Resurrección, en la plaza de la Esquina del Convento, con el pueblo llano como protagonista, en alegre y desmadrada, pero siempre cívica, explosión festiva. Fiesta de la Muerte y Fiesta de la Vida.

 

Así éramos y así queremos volver a ser…¡Ea! A Cieza por su Semana Santa…

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