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Por fin, fiestas

Ya iba siendo hora. Incluso año. Por fin, tras casi un trienio a cero, vuelven las principales celebraciones a Cieza.

Semana Santa y El Escudo: la Invasión. Dos tradiciones, una más antigua, otra más joven, pero dos acontecimientos que marcan en gran medida el devenir del año en nuestra localidad. Que marcan en este un punto cardinal con un antes, un durante (este siempre demasiado corto) y un después que pronto se convierte de nuevo en antes.

Y es que había falta. No ya solo falta de fiesta, de celebración, sino sobre todo falta de normalidad. Y eso que el festejo, por definición, suele ser antónimo de la normalidad. Que para algo es festejo. Pero esta vez la fiesta simboliza lo que antes, a pesar de esperarse todo un largo año para celebrar, era también parte de esa normalidad. Del sucederse de días y meses, de años, de hitos en el camino de la vida y del tiempo que marcan la existencia de las personas como seres individuales, pero también como comunidad, como grupo social.

Algo que nos fue vedado por la omnipresencia de una pandemia que, de manera inesperada, trunco vidas y destinos, y también vivencias y experiencias. De hecho lo primero en ser vedado fue la celebración, la reunión, el festejo, todo aquello que congregase en un solo lugar a una comunidad humana, fuente insoslayable de contagio y drama. Y como somos animales sociales, gregarios, que necesitamos estar con nuestros semejantes, el efecto fue terrible. Porque aquello que esperábamos durante todo un año con la mayor de las ilusiones, aquello que preparábamos con mimo y esmero, aquello que deseábamos vivir con nuestra gente, aquello ya no era posible. Al menos por el momento.

Y perdimos la normalidad de lo excepcional, aunque se tratase de una excepcionalidad periódica y anual. Y como Cieza y otras muchas localidades no se entienden sin sus fiestas, la ciudad perdió una parte importante de su ser. A Cieza por su Semana Santa, dice el slogan. ¿Y si no hay Semana Santa? ¿Y las fiestas del Escudo, con las cábilas y mesnadas desfilando en formación y dando color y sabor a las calles ciezanas? ¿Y si tampoco se pueden celebrar?

Ahora puede que sí. Puede que por fin se esté venciendo a la enfermedad. No del todo, no vayáis a imaginar que podemos derrotar a un virus en un par de años, que los virus son enemigos muy duchos en aguantar lo que sea. Que por algo llevan en este planeta infinitamente más tiempo que nosotros. Pero sí es cierto que lo tenemos, vamos a decirlo en castellano de la calle, medio encerrado. Vacunas y medidas sanitarias han reducido mucho su fuerza, y ahora viene el buen tiempo en nuestra ayuda. A socorrernos con su calor, que tan mal sienta al coronavirus. De todos modos, estad atentos. Que las autoridades sanitarias, aunque estemos en la casilla de salida de la Semana Santa y sus procesiones, sus reuniones, sus misas, sus viajes, sus vacaciones en suma, no se han atrevido por el momento a levantar la obligatoriedad del uso de la mascarilla en los lugares cerrados. Que así lo han aconsejado los especialistas y es mejor hacerles caso que no lamentar después el desastre.

Un poco más. Solo un poco más. Es un incordio, todos lo sabemos. Mortifica a quien la lleva, es cierto. Pero ahora que estamos torciendo el brazo a la pandemia no podemos, no debemos arriesgarnos en tiempos como los que vienen de reunión, de celebración, de vida colectiva en dos palabras, a tirar por la borda lo conseguido con tanto esfuerzo y sacrificio. Porque al menos ya podemos salir, ya podemos celebrar. Ya podemos recuperar esa parte de la normalidad que tanto hemos añorado y que ahora está ahí, ante nosotros, esperando volver a forma parte de nuestras vidas. Y si tenemos cuidado, si no nos confiamos demasiado, puede que las siguientes fiestas, como las del Escudo, las podamos celebrar ya sin mascarilla. Y con seguridad. Y tal vez todas las que vengan después se parezcan a las de antes, sin otra preocupación que divertirse y disfrutar. Sin mascarilla. Sin riesgo.

En una palabra: normalidad.