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Buitres eléctricos

Bruselas acaba de aprobar la llamada “excepción ibérica” solicitada por los gobiernos portugués y español. En esencia, esta excepcionalidad reconocida a los países peninsulares acepta que la producción de electricidad en ellos depende menos del gas natural que en otros países, y sobre todo del gas natural ruso, por lo que las subidas de este afectarían en teoría poco a la formación del precio de la energía eléctrica si no fuera porque este precio se referencia para toda la Unión Europea, lo que perjudica seriamente a Portugal y España. De hecho el precio disparatado de la electricidad está afectando gravísimamente a las economías de muchos países de la UE, y en especial a ambos países ibéricos.

Lo que se permite a España y a Portugal es “topar el gas”. Es decir, limitar a 50 euros por megavatio/hora el precio de referencia del gas para formar el precio final de la electricidad. Así, por poner un ejemplo clarificador, la factura eléctrica de los hogares y empresas españolas caería aproximadamente a la mitad de la que pagamos actualmente. Y aun así seguiría siendo notablemente más cara que la que pagábamos hace justamente un año.

Naturalmente, hay quien no está de acuerdo con esta medida de emergencia. Justamente cuando se estaba negociando en Bruselas esta política de excepcionalidad temporal, las grandes empresas eléctricas españolas hacían “lobby” en la capital de la UE para intentar frenar o impedir su aprobación. ¿Qué argüían? Pues que no estaba bien limitar la libertad de mercado, que con estas medidas iban a disminuir sus beneficios. Es más, en el mismo día en que se aprobaban el presidente de Iberdrola, Ignacio Sánchez Galán, que tan acostumbrados nos tiene a sus declaraciones a favor del bienestar y la protección de sus clientes y de las empresas españolas, amenazaba con traspasar inmediatamente los sobrecostes que se habían producido con el aumento del precio del gas a los contratos de mercado libre y tarifa fija firmados por aquellos.

Naturalmente Galán, al igual que las demás grandes empresas eléctricas españolas, olvidaba en sus declaraciones algunos datos. Por ejemplo, lo que los expertos llaman “beneficios caídos del cielo”. Estos beneficios aparecen cuando se produce el máximo posible de electricidad con energías renovables (agua, viento, sol) o energía nuclear, quedando solo una pequeña proporción de la producción para las centrales de ciclo combinado que utilizan gas. Como el precio final se va a fijar en función exclusiva del precio de este, como si fuera la única fuente de energía existente, resulta que todo lo producido por los demás medios, a coste casi cero, se venderá por el contrario al precio de la fuente más cara. Y se producirán, por tanto, beneficios inmensos que se maximizarán además de manera poco escrupulosa y más bien ilegítima. También olvidan Galán y las eléctricas que un contrato es un contrato, que no se puede variar así como así, aunque sea un contrato firmado entre un gigante eléctrico y un cliente de a pie. E igualmente olvidan que esos contratos recogen ya una parte sustancial, cuando no casi toda, de la subida de la electricidad, solo que al distribuirla en cuotas fijas parecen difuminarla.

Que las empresas eléctricas españolas son poco o nada patriotas no se les escapa siquiera a sus consejeros delegados. Que, por mucho que lo nieguen, están obteniendo beneficios récord con el incremento de los precios del gas natural, lo sabemos todos, incluidas ellas. Que aprovechan además la situación para cargar al consumidor sus chanchullos energéticos con los beneficios caídos del cielo, es vox pópuli. Que la legislación europea de formación de los precios de la electricidad, el mix eléctrico, parece que tiene como único objetivo favorecer a las grandes empresas eléctricas, no lo puede negar nadie. Y que la sufrida ciudadanía española y el tejido empresarial nacional no tenían hasta ahora quien les defendiera de la avidez de las eléctricas, se sabe hasta en Magadascar. Por ello no es de extrañar la reacción de las grandes compañías eléctricas hispanas, expertas en bombardearnos con publicidad en la que se presentan como escrupulosas amantes del medio ambiente y protectoras del bienestar y la seguridad de sus clientes, pero que demuestran después en los despachos y gobiernos su verdadero rostro.

Que no es otro que el de los buitres. Eléctricos, para más señas.