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Leer es vivir: lee y vive

Hace pocos días, el 23 de abril, celebrábamos de nuevo y sin casi limitaciones el Día del Libro. Sí, ya lo sé, hay días hasta para las cosas más insospechadas. Pero este día es especial.

Y no solo porque se aproveche el aniversario de la muerte de algunos de los más insignes escritores para acercarnos a los libros, sino porque también nos aproximan a algo que es inherente a los libros, que no es otra cosa que la lectura; algo tan específicamente humano que, aun siendo redundante, solo los humanos somos capaces de hacerlo.

Y es que la lectura, los libros, no son solo una forma de transcribir las palabras a formatos más duraderos que la comunicación oral sin estar presente quien las emite y que quienes los lean puedan comprender y reproducir. De hecho la escritura se inventó para asuntos administrativos, cuestiones poco interesantes aunque sí muy útiles. Pero con el tiempo los humanos nos dimos cuenta quien ese lenguaje escrito y duradero también podía transmitir ideas. E historias. Y entonces todo cambió.

Porque a partir de ese momento pudimos contar a los demás lo que pensábamos. O lo que nos había ocurrido. O lo que quisiéramos que nos ocurriese. O lo que les había ocurrido a otros, o lo que imaginábamos que podía ocurrirles. O, simplemente, podíamos contar cualquier cosa que se nos ocurriera. Y fue en es momento cuando el ser humano pudo inventar vidas y sucesos que podía transmitir a los demás, que podía hacer vivir a los demás.

Porque la lectura es eso: vivir cosas que, tal vez, nunca hayamos vivido ni podamos vivir jamás en la realidad. Pero la lectura crea una realidad en nuestra mente que extrae de las páginas un universo completo: imaginamos caras, paisajes, ciudades, sentimientos, cualquier cosa que quien escribió lo que leemos desease transmitir. Y lo mejor de todo es que, aunque la escritora o escritor nos describa con detalle esa realidad inexistente, nosotros daremos el toque final a dicha realidad irreal y la recrearemos en nuestra imaginación; un mundo en nuestra mente que toma forma dentro de ella, que se hace real sin tener sustancia física, pero que existe en nuestra imaginación.

¿No os pasa a veces, o muchas veces, que habéis leído un libro y cuando veis la película basada en el mismo quedáis decepcionados, o incluso contrariados, por el aspecto de los personajes, o de los paisajes, o de los acontecimientos, porque lisa y llanamente los habías imaginado de otra manera? Ocurre en muchas ocasiones, y es que nuestra realidad ficticia se recrea desde otra realidad ficticia, la del director, guionista o productor de la película, y además con los medios existentes: la cara que ponemos a un personaje no será la misma que la que le pone otra persona, y será difícil encontrar a un actor o actriz que se le parezca lo suficiente para satisfacernos.

Y en mi opinión eso es lo más hermoso de leer: crear nuestro propio universo, un universo compartido en buena medida con quien escribió el libro, pero finalmente nuestro. Y vivirlo, en primera persona o como observador, pero vivirlo al fin y al cabo. Porque de eso se trata: podremos ser caballeros o princesas, mascotas o astronautas, modelos de alta costura o gente corriente, extraterrestres o ballenas asesinas; podemos ser observadores de las historias o actores conscientes y protagonistas de ellas, podemos identificarnos, o no, con este o aquel personaje.

En la biblioteca del instituto en el que trabajo, durante muchos años ya, todo aquel que entraba en ella se encontraba con un gran cartel con un lema llamativo: LEER ES VIVIR. Y ese cartel invita a quien lo lee a elegir alguno de los miles de volúmenes de la biblioteca para introducirse en una aventura imaginaria a través de la lectura o para buscar y encontrar información y saber. Y a quienes no disfrutéis con la lectura, probablemente por falta de costumbre, solo deciros que eso, que la costumbre os llevará a vivir a través de la lectura. Probadlo, os garantizo que os atrapará.