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Cieza, hoy. Las salas de estudio: ¡qué mundos!

Son las cinco y media de la mañana. Suena el despertador. En la radio suena la COPE. La luz de la mesilla se enciende. Es 4 de junio. Miro atrás y han pasado casi dos años desde que comencé a prepararme esta oposición que debe marcar el camino de mi vida.

Desayuno, me visto y me pongo camino a la Sala de Estudio. Por el camino, en mis auriculares suenan los principales objetivos, competencias y bloques de contenidos de las  áreas de Educación Primaria. Quizás, durante este año también ha sonado John Williams, como en la universidad, José Vélez, Francisco Valor o Martínez Ares. Cada amanecer he buscado en la música el consuelo y el valor necesario para afrontar cada día de este reto mayúsculo.

Son las 7:15 de la mañana. En mi móvil marco el código de la Sala de Estudio y se abre la puerta. Comienza un nuevo día, así 24 meses, dos años y 730 días buscando y luchando por un sueño.

Son las 7:30. Llega Pascuala, la limpiadora. Nos saludamos y, tras unas breves palabras con su correspondiente ‘’ ¡qué tengas buen día!’’, me pongo en marcha, sigo soñando, sigo estudiando y sacando fuerzas de donde apenas no me quedan;  como yo, muchos otros jóvenes que sueñan con un futuro, un futuro que las instituciones nos niegan día tras día. Quizás, en el horizonte, nos toque emigrar, salir de nuestras fronteras, pero mientras luchamos por un sueño, que es el de quedarnos en nuestra tierra, mirando cada día a la Atalaya.

No los conozco. No sé como se llaman, no sé por qué están ahí, no sé por qué, cada mañana, llegan a las ocho con la voz callada y la mirada puesta en el sitio de siempre, ahí donde pasan largas horas del día soñando con vete tú a saber qué. Ellos son jóvenes, algunos ya entrados en la treintena, que sueñan con un nosequé que les quita el sueño, les priva de disfrutar de los fines de semana y de la calma necesaria que cada persona necesita para vivir. Hombres y mujeres que, día tras día, han hecho el mismo camino desde su casa hasta la biblioteca o las salas de estudio. Alguna vez me he sorprendido cuando, al llegar, la luz ya estaba encendida y, en su interior, una persona acariciaba con su mirada los apuntes en los que, línea a línea, se recogen sus sueños.

Las Salas de Estudio son un mundo puzzleado donde cada estudiante es un universo indescifrable e inmenso. Cada uno lucha por poder tener un futuro digno, trabajar y poder, al menos, subsistir.

Los he visto cada día, en verano, otoño, invierno y primavera. Me han acompañado sin saberlo en una travesía que va camino de finalizar. Ellos estudian selectividad, oposiciones de derecho, oposiciones de magisterio o están terminando sus carreras. No sé como se llaman ni por qué están ahí, día tras día, pero a algunos de ellos les he saludado y les he deseado lo mejor. Al final han sido casi como mi familia. A algunos, imagino, volveré a verlos en un futuro. En ese futuro ellos serán extraordinarios doctores y doctoras, eminentes hombres y mujeres de ley y enfermeras tremendamente humanistas. Yo no sé si estaré, no sé que será de mí a partir del 18, pero si sé que en este camino he estado rodeado de gente que, como yo, sueña cada mañana con poder ser feliz y poder seguir viviendo bajo la sombra, inalterable, de la Atalaya.

Mañana volverán a ser las 7:30 y los vencejos volverán a asaetar el cielo como hacen cada día de esta primavera de entrega, lucha y esperanza. Mañana volveré a ver a Aureo, Carmen, Begoña, María, Silvia, Pablo, Ángel, Cecilia, Cristina, Marina, Irene o David. Mañana volveremos a seguir en la lucha, una lucha por nuestros sueños, que no son ni más ni menos que los de poder hacer una vida en igualdad de condiciones que la que tuvieron nuestros padres.

Os espero en quince días, mientras sigo observando la vida.