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Propaganda

La propaganda es, posiblemente, unas de las armas más baratas y efectivas de todas las utilizadas hasta el momento. Invirtiendo muy poco puedes obtener magníficos resultados, mucho más allá de lo que podías esperar de un vehículo que apenas cuesta nada, pero que cuenta mucho.

Podemos ver todos los días cuán eficaz es la propaganda en cualquiera de los informativos con los que tratamos, en demasiadas ocasiones en vano, de hacernos un cuadro claro de lo que ocurre en el mundo. Y es que, querámoslo o no, la información hoy en día se concentra en unos pocos canales en los que se nos presenta de forma como mínimo controlada, cuando no sesgada o manipulada.

Un ejemplo: el otro día se hacían públicas las cifras de empleo del pasado mes de junio. Números concretos, aunque interpretables, que eran presentados de maneras muy diferentes por dos canales de televisión de los que llamamos generalistas.En uno los datos eran interpretados como pésimos: a pesar de su carácter positivo (decenas de miles de parados menos, decenas de miles de nuevos contratos indefinidos firmados) se buscaba en la serie histórica hasta encontrar datos mejores para realizar comparativas negativas, independientemente del contexto y de las condiciones pasadas y actuales. Al mismo tiempo otra emisora presentaba los mismos datos de una forma tan triunfalista que, sean o no ciertas las comparaciones, hacían dudar al lector/lectora de la veracidad de la presentación; de hecho se parecían a las de la otra cadena, pero con signo contrario.

Ya sabemos que nada es verdad ni es mentira, como decía Don Ramón de Campoamor; que la cosa depende, y mucho, del color del cristal con el que se mira. Y de ahí a aceptar como legítima la propaganda, que no es otra cosa que la tergiversación y la mentira institucionalizadas, va tan solo medio paso y un cuarto de suspiro resignado. Y sin embargo… Sin embargo algunas y algunos se niegan, nos negamos, a aceptar tan burda manipulación de la verdad que, digámoslo claro, no tiene otra intención que la de engañarnos.

Y hay que tener, al menos en mi modesta opinión, muchísimo cuidado con lo que vemos, escuchamos y leemos. Porque ya no solo se trata de la natural tendencia de cada cual a contar las cosas según le parece verlas, escucharlas o leerlas. Se trata ya de intentar discernir entre esa tendenciosidad digamos natural y la orquestada según un plan perfectamente diseñado para llevarnos hacia una línea de pensamiento, hacia una opinión que es la que los manipuladores desean que profesemos.

La cuestión es difícil. Casi imposible, incluso. Averiguar hasta qué punto lo que nos dicen es cierto, o no, a veces se torna inalcanzable. Pero contamos con un aliado imbatible, que no es otro que la memoria, la hemeroteca, la biblioteca, la videoteca. En suma, los registros de lo que se dijo e hizo tiempo atrás, aquello que puede apuntalar lo que alguien dice ahora o sumirlo en la más absoluta de las deshonras. Eso sí, hay cada día más gente, en especial políticos, que han aprendido que donde dijeron digo deberían haber dicho Diego y que si no lo dijeron no es en realidad porque no lo hicieran, sino porque el respetable (léase mundo mundial) se equivocó en bloque y no interpretó bien (ni mal) lo que el/la político/a dijo o hizo en su momento. En plata, que nos equivocamos todo/as menos él/ella.

En resumen: somos tontos, muy tontos. Porque si no nos dejamos convencer por la posverdad deberemos claudicar ante nuestra falta de entendederas que nos impide analizar las memeces y los inventos que nos sueltan a bocajarro. Que no somos quienes para poner en duda según qué cosas, que quienes saben nos dicen qué es verdad y qué es mentira, y nos enseñan de qué color debe ser el cristal con el que miramos.

Aunque quizás, tal vez, no seamos tan idiotas. Y no nos traguemos tantas idioteces. Porque comulgar con ruedas de molino puede que ya esté un poco desfasado. Y a lo mejor ni las piruletas, aunque sean dulces y llamativas, nos las tragamos.