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Cieza, hoy. Un verano más en la Ribera del Segura

Me sentaba a su lado. No decía nada, tan solo escuchaba. Ella la cogía de la mano, la miraba y le hacía arrumacos. No sabía por donde iba a ir el discurso, pero si sabía que se hablaría de su niñez. Mi abuela recordaba la despedida de su padre en la estación, él partía a la guerra y mi madre, para cambiar de registro emocional, le recordaba como aprendió a nadar en el Segura. Mi madre recordaba, como muchas ciezanas y ciezanos, como su padre los bajaba al río a aprender a nadar. Hoy, muchos años después, todo sigue el mismo cauce.

La gente sube fotos de la playa a Instagram. La inflación está disparada. El termómetro registra 33 grados. Mi Iphone marca las 23:30 de la noche. Suena Abel Moreno, suena ‘’La Madrugá’’. Cualquier cosa de las anteriores podría ser de un año cualquiera, es evidente, pero, el pasado, como el presente, se repite una y otra vez. Así, horas antes de haber escrito este artículo, el Segura ha vuelto a ser el maná de muchos ciezanos que, vete tú a saber porque, han acudido hasta él para saciar su sed de libertad, de agua, de vida y de diversión. La realidad que vemos en Instagram no es igual para todos. No todos pueden coger el coche e ir a la playa a pasar el día, pero, ¿saben qué? Somos de Cieza y eso, gracias a Dios, implica vida, implica suerte e implica estar bañados por el Segura, lo que, durante todo el año, es una tremenda suerte. En los meses de frío el Segura riega nuestra huerta, abraza y acaricia a través de las acequias la joya de nuestra huerta, el melocotón, y, durante los meses de calor, sirve de punto de encuentro para los que, sin miedo al error, prefieren dejar de lado el agua salada para nadar en el agua dulce que llega viva hasta las mismísimas ruinas de Medina Siyasa.

Ser de Cieza es ser del Segura, del río que nos da vida, y que, a su alrededor, crea un ecosistema único, irrepetible y que bien podría haber estado recogido en uno de los tantos cuadros pintorescos que Sorolla pintó a lo largo de su vida.

La vida en la Ribera del Segura emana desde bien pronto. Son las 8:30 de la mañana y Eduardo, un joven de actitud ejemplar, recoge la basura que otros jóvenes y mayores, no tan ejemplares, han ido dejando esparcida allá por donde han caminado. Mientras Eduardo llena las bolsas, en el embarcadero puedo contar hasta un total de 15 barcas de una empresa de Blanca. En una de las furgonetas de la empresa, gris, antigua y medio destartalada, suena una canción – creo que es una señal del destino- la misma tiene un toque ochentero. Solo capto algunas palabras: ‘’Hay que tirar pa´ lante como Superman’’. Como Superman surcaba los cielos de Nueva York, ellas recorren los kilómetros de río que separan a Cieza de Blanca.

Las barcas se van poco a poco. Es el momento de los bañistas de toda la vida. Es el momento de Domingo Méndez, Ramón García, alias ‘’El Cura’’, o Antonio Castaño, entre otros. Ellos, junto a muchos más ciezanos, suben río arriba para encontrar el punto exacto en el que poder sumergirse en el agua fría del Segura. Los puedes ver a ambos lados de la carretera. Los hay de todas las edades y siempre caminan en grupos para, durante los kilómetros que separan la Presa del punto de partida, comentar el día a día y, seguramente, reseñar lo guapa que siempre está Cieza. Mientras ellos caminan, las chicharras ponen la banda sonora a esta tradición que generaciones de ciezanos mantienen año tras año.

El día avanza y, cuando comienza a caer la tarde, se puede ver algún rezagado por el Paraje de la Era. Son inconfundibles. Tienden sus toallas en las pilastras de madera del embarcadero de este conocido paraje ciezano. Los hombres se fuman algunos cigarrillos, las mujeres toman cerveza mientras de sus hombros cuelgan las toallas que han utilizado para secarse tras sumergirse en ese pequeño remanso de paz en el que, hace algunos años, el Pachorro echaba al agua su barquito de amores. Frente a este paraje, los rayos de Sol comienzan a descender y policromar el Castillo y la casita azul que es casi tan ciezana como el Puente de Alambre, al que, cada día, da los buenos días y las buenas noches.

El día en la Ribera del Segura va tocando a su final, pero todavía queda tiempo para que una madre y una hija busquen el último rayo de Sol para hacerse una foto de recuerdo, quizás para llevarla más allá de la Venta del Olivo y presumir de esta forma del verano de su vida. El verano en la Ribera del Segura a su paso por Cieza.