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Cieza, hoy. Las edades del Muro

Mi vida es una constante observación de todo lo que me rodea. No puedo vivir sin observar, sin anotar en mi mente, sin sentir lo que fluye a mi alrededor y, sobre todo, que fluye y cómo fluye. La vida camina cada vez más rápida. No hay tiempo para detenerte, pero, en realidad, el tiempo se detiene en un lugar por todos conocidos, el Muro. Ahí las edades se entremezclan, el tiempo se detiene y solo mece nuestro corazón el compás infinito de las hojas al moverse en las ramas.

Necesito parar. Es una realidad que no me termino de recuperar. Miro, camino, me esfuerzo, sueño cada vez menos y crear ya ni recuerdo lo que es. Me encierro en mis miedos, me acurruco en mi amigo Francisco. Con él, y gracias a él, conocí un lugar donde el tiempo se detiene y donde todo pasa sin necesidad de forzarlo, sin necesidad de escuchar las manijas del reloj y sin necesidad del constante pitido del whassap. En El Muro todo tiene sentido, todo tiene un porqué, la vida es así, porque sus vecinos la configuran así. Hay muchas realidades en el Muro; por las mañanas las palomas comen el pan que algún vecino le deja en uno de los muros que sostienen las rejas. Mientras, las palomas comen y los ancianos toman el Sol. Marcial se aburre ya de tanto vivir, va de la Plaza del Ayuntamiento al Muro esperando la hora de comer y dormir la siesta, le cansa la vida, pero ahí está cada día en el Muro junto a los que llama sus amigos. A mí ya me conoce, ya me ha contado en dos ocasiones lo bueno que estaba el cordero que el jefe les regaló. La última vez, yo estaba con Fran hablando sobre donde se ve la Conference League, él se acercó, nos miró y se puso a contarnos como era su vida. Una frase nos rompió y a la vez nos conectó con él: ‘’ me aburre todos los días lo mismo, pero es lo que toca hasta el final’’ Mientras la última sílaba retumbaba en el Muro, a lo lejos se escucha la voz de Paco el Lorito, aquí viene a saludar a los parroquianos y a los que, como yo, vamos a quitarles su sitio para, al menos, intentar ser como ellos y poder concebir la vida mirando al Maripinar y escuchando el leve caminar del río Segura. En el Muro no hay más que ver, pero si mucho que compartir. Una anciana está sentada unos bancos más allá, su marido y su hija la escuchan ensimismados, ella ve pasar la vida en un andador y, como si de un escenario fuera, eleva su voz y canta las canciones que, de joven, escuchaba en la radio o en la tele de blanco y negro. Son sus recuerdos de infancia que hoy solo son llamadas de atención desesperada.

La mañana se va en los tuppers que el necesitado abre con sumo cuidado para poder llevarse a la boca un trozo de pan. La mañana se va, pero la vida sigue en el Muro, la siesta detiene el tiempo, todos abandonan los bancos hasta que de nuevo, cuando el Sol vuelva a acariciar suavemente el rostro de los más mayores, Alba rompe la calma relativa del lugar con sus chillidos y sus rizos de oro. El Muro es su paraíso, ahí juega sin miedo, nada la detiene, ni la presencia de Isabel, que, alguna que otra tarde, acude aquí con su madre, Laura, para esperar a su amiga y poder jugar con ella. En el Muro confluyen los niños, los ancianos y Carmelo y Ana con su perro subido a su transporte adaptado. La tarde de juegos va cayendo con el Sol, es la hora de los bohemios, de los enamorados y de los que algún día de su vida soñaron con cambiar la realidad de lo que más quieren, sin embargo, se fue, como se va la vida en cada atardecer reflejado en los cristales de las casas de las vecinas del Muro. En ellas se guarda la sabiduría de ese punto de encuentro, de ese ‘’balcón privilegiado’’ que diría el periodista y el director. El Muro es un renacer en constante espera, todo está preparado, solo queda conseguirlo, mientras, todos sus vecinos, los que viven y los que hacemos por vivir, volveremos, día tras día, a parar el ritmo de nuestra vida en el vaivén de las hojas, en la voz del Alba, en el quejió de la señora del andador y en las ganas de partir a algo superior de Marcial. Eso sí, todos tenemos el mismo fin, ver pasar la vida en el Muro.

Les espero en quince días, mientras sigo viendo pasar la vida.