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Cieza, hoy. El casco antiguo tiene las horas contadas

Son la una y medía del mediodía de un sábado cualquiera. Una traca  rompe la calma de la plaza. Se escucha un ‘’Vivan los novios’’. Todo es alegría. Mientras, en la confluencia de Diego Tortosa con San Pedro, una persiana baja para siempre. Unas lágrimas caen al suelo y una nube de recuerdos acude a la mente de quien cierra, para siempre, la Pilindra.

Lo que he contado anteriormente es literatura para dulcificar el cierre de un nuevo comercio en el casco antiguo de nuestra tierra, otro. Hace unos meses cerraba la frutería de la Calle Cánovas del Castillo y, hace un porrón de años, la mítica panadería de Pepe de Valentín. Ya solo quedan dos comercios en el entorno de la Plaza Mayor, con la salvedad de los Toreros, lo único que le da cierta vida a este lugar que, en otros siglos, fue epicentro de la vida y que hoy solo es el lugar donde los ancianos esperan la llegada de su hora final. Con la bajada de la persiana de la Pilindra se baja otra posibilidad de reconstrucción, de volver a plantar para volver a crecer. Se cierra otra posibilidad de restaurar un casco antiguo que se nos cae a pedazos, que tampoco atrae a nuevos comercios y que no disfruta de inversiones más allá del esperado y eterno Hotel de la Encomienda.

La historia se repite. Vuelve a cerrar otro comercio y, con él, las alternativas para aquellos que huyen del reloj, del retumbar de los coches y de todo aquello que nos asfixia hasta dejarnos noqueados durante algunos días. Si perdemos nuestro casco antiguo, perdemos nuestra identidad como pueblo, como sociedad y como pueblo diferencial. Yo conozco cascos antiguos más pequeñitos, pero en los que sus ayuntamientos se han volcado de pleno con el fin de revitalizarlos. Así, sirva de ejemplo el Casco Antiguo de Cehegín, donde, a través del arte y la cesión de espacios expositivos, se está revitalizando uno de los cascos antiguos más bonitos de España, porque, para vivir, hace falta latir y, estas callejuelas llenas de historia, necesitan el latir de los propios ciezanos y los visitantes para, ojalá que con la apertura del segundo hotel, volver a vivir una época de esplendor como la que vivió cuando en sus plazas se hacían corridas de toros, el Santo sudaba y en la noche de Viernes Santo a Soledad y Sepulcro se le rezaba en la penumbra solamente rota por las velas que titilaban cuando el frío helaba hasta la más honda devoción.

Es momento de actuar, de proponer planes turísticos que incentiven que el ciezano se acerque hasta sus rincones, se abra en canal y, en el Muro, observen un paisaje lleno de vida, huerta y naturaleza. Es momento de actuar para que, cuando Francisco crezca, pueda seguir jugando con otros niños en la Plaza Mayor mientras su madre come pipas sentada frente al ayuntamiento.

Si el casco antiguo muere, se acabarán los sueños en las todavía frías noches de febrero,  los paseos nocturnos del otoño, los primeros besos mirando a las Delicias, las conversaciones que rompen el alma y la hora del aperitivo en el banco que mira al Maripinar.

La Pilindra se fue, sí, pero todavía pueden volver a abrirse nuevas puertas, nuevas persianas y nuevas ilusiones, todavía estamos a tiempo. Piénsalo, tú eres el protagonista de la historia. Cambia el final y, quizás, serás más feliz.

 Os espero en quince días, mientras sigo observando la vida.