Desahogo,
sensación que experimento cada vez que lloro.
Delante de ti me mantengo firme,
semblante serio y arqueo de cejas que reflejan sorpresa.
Sí,
me sorprendes,
alimentas a la bestia,
defiendes al más fuerte,
y yo,
empiezo a cambiar mi forma de mirarte,
y te miro,
pero,
no consigo verte.
No sé quién eres,
me obligan a quererte.
La historia se repite,
siglos más tarde,
esta vez el final cambia.
David no mata a Goliat,
físicamente nadie muere,
pero joder,
como duele.
Nunca dije te quiero,
es cierto,
los pronuncié,
más nunca los sentí.
Fui niña indefensa,
propensa a no huir
si la cosa se ponía tensa.
En ocasiones necesité cobijo,
pobre de mí,
por delante iba el canijo.
Durante la adolescencia,
anhelé con paciencia,
que con gusto tocaras a mi puerta.
Aunque nunca te lo dije,
siempre esperé,
que a tu reloj le dieras cuerda,
y me vinieras a ver.