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La dictablanda de lo políticamente correcto

Los franceses tienen una cosa a la que llaman politesse. La traducción de esta palabra es una mezcla de educación, cortesía y saber estar. Algo que hoy en día, lamentablemente, se practica muy poquito en nuestro país, en especial entre los grupos más jóvenes, pero que en el país vecino es fundamental en las relaciones sociales.

Ahora bien, dentro de esas relaciones sociales, de las formas de hablar entre nosotros, de conversar, de dirigirse al prójimo, vivimos en España en una continua lucha entre el lenguaje que podríamos llamar “natural” o espontáneo, lo que nos sale sin pensar y aprendimos y oímos de pequeños, y lo que marca el ideario político y social de quienes tienen la sartén por el mango, tanto gobierno como oposición; lo que se puede (o debe) y no se puede (o no se debe) decir.

Y es que hoy en día vivimos una situación que me recuerda cada día más a la neolengua, el invento que George Orwell atribuye al gobierno dictatorial de su distopía 1984, una de las obras cumbre no sólo de la literatura de anticipación, sino de la creación literaria en general. En el libro la dictadura liderada por el Gran Hermano crea un lenguaje que evoluciona permanentemente en un solo, sentido, el de eliminar palabras, de tal forma que los ciudadanos que lo utilizan vayan perdiendo capacidad de pensamiento y análisis y sean incapaces de comprender la penosa situación en la que se encuentran en realidad. Naturalmente, la utilización de cualquier variedad diferente, y sobre todo más amplia y desarrollada, de la neolengua, es castigada severamente.

Salvemos las distancias. Ni estamos en una dictadura feroz ni en nada que se le asemeje. Pero en occidente vivimos una época en la que el lenguaje tiende a limitarse o a cambiarse de forma en ocasiones absurda, con el objetivo de guiar nuestro pensamiento por ciertos caminos y no por otros. Un ejemplo típico es el rechazo a la utilización de palabras que abarcan el doble género, como por ejemplo los pronombres. Así en castellano cuando un grupo está compuesto por mujeres y hombres lo definimos con el pronombre nosotros, vosotros o ellos. Cuando lo componen sólo mujeres, nosotras, vosotras y ellas. Y cuando integra solo a hombres, nosotros, vosotros y ellos. Los grupos mixtos de definen con la forma masculina, sí, pero del contexto se deduce que se incluyen mujeres y hombres en el mismo. Sin embargo la corrección política obliga a duplicar en el caso mixto el pronombre, diciendo nosotras y nosotros. Que puede ser muy correcto desde el punto de vista de género, pero que duplica el número de palabras para describir una realidad mixta y que no aporta ninguna aclaración comprensiva a su significado.

Lo mismo ocurre con las palabras destinadas a nombrar las etnias humanas. Decir negro cuando nos referimos a una persona de color no es aceptable, en especial en ciertos países como Estados Unidos. Hay que utilizar otras expresiones, como “persona de color”, afroamericano o, en Europa, el eufemismo “subsahariano” (por lo visto toda persona originaria del sur del Sáhara es de color). Curiosamente a la persona de piel blanca se le suele catalogar así, de raza blanca, aunque en algunos lugares se utilice el adjetivo caucasiano. Pero es llamativo que mientras resulta aceptable llamar blanco al blanco no lo es llamar negro al negro, algo en mi opinión de mayor carácter racista que lo anterior. Y es que cuando hablamos de una persona de color no definimos de qué color, aunque existan muy variados tonos de piel.

Más palabras y frases políticamente correctas: por ejemplo, “interrupción voluntaria del embarazo”. Una frase que intenta sustituir al término aborto de carácter no espontáneo para restarle, tal vez, dramatismo en una sociedad que aún discute sobre el asunto. No quiero decir que el aborto esté bien. Ni mal. Es un derecho que debe ser respetado. Lo que sí es cierto es que existen muchas opiniones al respecto, y curiosamente son quienes más se oponen a este derecho los que utilizan la palabra aborto, probablemente por su carácter negativo.

Como estos ejemplos, muchos. ¿Es buena la corrección política, el utilizar un lenguaje aséptico o destinado a fomentarla discriminación positiva? Puede ser. Lo que sí que parece es difícil, ya que obliga a pensar, y a veces a repensar, lo que vamos a decir y cómo lo vamos a decir. Por eso lo llamo dictablanda: no es absolutamente obligatorio, pero si no quieres cometer un dislate, quedar mal, más te vale plegarte a esta especie de neolengua light que, con mejor intención probablemente, intenta guiar nuestro lenguaje y nuestro pensamiento por las procelosas aguas de la comunicación humana.

Tal vez nuestros hijos, o nuestros nietos, criados en la corrección política, lo tengan más fácil que nosotros.