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Inteligencia natural

Que no es habitual, lamentablemente. Pero expliquemos la cuestión.

En las últimas semanas no hay día, ni si me apuráis hora, en que no nos bombardeen con alguna proeza de lo que llamamos inteligencia artificial. Que no es otra cosa que una capacidad de computación superlativa, algo así como probar millones de veces con el método ensayo-error hasta que el problema queda satisfactoriamente resuelto. Pero como los ordenadores son tan rápidos, pues parecen hasta listos.

Esto podría ser una gran ayuda para las matemáticas, la medicina y otras muchas disciplinas científicas. Para el bienestar de la humanidad, en suma. Pero como el ser humano ha demostrado sobradamente lo estúpido que puede llegar a ser, tanto individualmente como en su conjunto, pues lo empleamos también para la guerra, para crear cantantes virtuales, para tomar decisiones financieras desastrosas o para simular realidades futuras no sólo amañadas, sino completamente falsas. Pero lo peor, si seguimos así, está por llegar.

Como sabéis, a veces ilustro mis opiniones con recuerdos de lecturas que me impactaron. Y precisamente sobre esta cuestión he leído muchas, siendo la inteligencia artificial un tema frecuentemente abordado por la ciencia-ficción (y que como suelo decir, es cada vez más ciencia y menos ficción) y este género uno de mis favoritos. Un ejemplo: “El hombre que despertó en el futuro”, de Laurence Manning. En este libro el protagonista viaja en el tiempo durmiendo de milenio en milenio, y en uno de sus despertares descubre que la inmensa mayoría de la humanidad yace en sarcófagos conectados a un ordenador central viviendo (en realidad soñando) una vida virtual elegida por cada individuo, mientras que sus cuerpos se consumen y llegan a un estado prácticamente momificado antes de morir. Los seres humanos están a punto de desaparecer enterrados en esta falsa felicidad y sólo un pequeño puñado de personas huye de las ciudades moribundas para empezar de nuevo la historia de la especie humana.

Esto, que puede parecer excesivo, está empezando a ocurrir. La inteligencia artificial (IA en adelante) está avanzando tan rápido que ya es capaz de crear seres virtuales de apariencia absolutamente humana, poco menos que indistinguibles de los reales. La tecnología que hace posible que una persona sienta las mismas sensaciones físicas que el protagonista de, por ejemplo, una película, puede también sentir, se perfecciona a pasos agigantados y en un plazo más bien corto será capaz de sumergirnos en experiencias sensoriales tan perfectas que nos parecerán reales. De ahí al ejemplo literario que he compartido con vosotras y vosotros no hay más que un paso.

Y no es esto lo único peligroso. Lo peor es que la IA está ya siendo utilizada como elemento trompe l’oeil, como engaño para los sentidos, creando situaciones falsas para intentar (y conseguir) engañarnos con fines políticos, económicos y de muchos otros tipos. Y cuando se crean realidades alternativas a las verdaderas sólo se hace por un motivo: mentir al público, hacerle creer que lo que nunca ocurrió ha ocurrido en realidad, o viceversa. No en vano el expresidente estadounidense Donald Trump, mundialmente conocido por mentir hasta en la ducha, ha sido de los primeros en utilizar la IA para crear realidades inventadas… que curiosamente son futuras. De hecho la IA se ha convertido en una especie de bola de cristal para demagogos y populistas, para aprendices de dictador que no pueden ganar unas elecciones convenciendo de sus falsedades al respetable, así que optan por cambiar, o intentarlo, la verdad y lo que realmente ocurrió a través de la IA.

Tienen razón quienes dicen que la IA está aún poco menos que en pañales. Pero la capacidad de computación no. De hecho esta capacidad, que no es otra que la de realizar millones de operaciones en nanosegundos, se multiplica exponencialmente cada pocos años. Y, aun a falta de la intuición que nos caracteriza a los humanos y que nos permite saltarnos millones de esos ensayos y errores con sólo echar un vistazo al problema, esta velocidad creciente puede sustituir en un momento dado a nuestra intuición y, por ende, a nosotros.

Puede que las máquinas, la IA, lleguen a controlar nuestras vidas. Tal vez con buenas intenciones, como hacerlas más agradables y felices. Quizá con otras más aviesas, cuando se den cuenta de que en realidad trabajan por y para nosotros. Y esto me hace recordar otra obra de ciencia-ficción, “El núcleo del caos”, de Colin Kapp. En ella el protagonista entra en contacto con una antiquísima civilización que parece querer destruir la Tierra. Pero en realidad los individuos de esta civilización no son ya más que animales idiotizados, incapaces, tras millones de años de depender de las máquinas y de la IA que ellos mismos crearon. Habiendo perdido la inteligencia natural que les permitió, precisamente, esta hazaña tecnológica.

Y me temo que nosotros vamos por el mismo camino.