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Cieza, hoy. Huérfanos del Flechas y Pepe Lucas

De mi abuelo, el Soperete, la verdad es que tengo muy pocos recuerdos. La enfermedad pronto le arrancó la vitalidad que desprendía y eso provocó que solo pudiera disfrutarlo en eso mismo, la enfermedad y la dependencia. Eso sí, de el recuerdo como le brillaba la mirada cuando cada año veía pasar delante de sí a un romano ejemplar, un romano de leyenda, El Flechas. Cuando pasaba, levantaba su mirada, me lo señalaba con su dedo índice derecho y apenas parpadeaba. Era consciente de lo excepcional de ese hombre, de ese tribuno de la Roma de Pilatos que, siglos después, se reencarnó en uno de nosotros, criado entre el arrullo del Segura y el Barrio de San José Obrero. A mi abuelo, como a todos los ciezanos que un día pudimos disfrutarlo, el Flechas nos encendía el alma y nos embelesaba con su alma dorada y su tez tostada del día a día de la gente trabajadora. Hoy que ya no está, su recuerdo siempre volverá a nosotros cada vez que ante nuestros ojos incrédulos pase tal pregón de marcialidad y ciezania.

Vivimos tiempos de serias tribulaciones, que les voy a decir yo a ustedes de Ferraz, Gaza o Cataluña, nada ¿verdad? Pero esa realidad internacional o nacional nos pilla, me atrevería a decir, que demasiado lejos. A los ciezanos el alma nos ha sangrado con la pérdida de dos ciezanos de tronío y leyenda. El Flechas y Pepe Lucas, dos genios nacidos bajo el compás del campanario de la Asunción y el sol arrebatador del estío en la huerta ciezana.  Pepe Lucas y El Flechas construyeron con su legado la Cieza del presente. Miles de ciezanos hemos crecido enamorándonos por primera vez entre las tejas que conforman uno de los mejores paseos del mundo, el de Cieza. Otros hemos abrazado y hemos perdido el miedo a besar mientras el Flechas pasaba ante nosotros. Que nadie nos preguntara qué cofradía o paso estaba pasando ante nosotros, eso sí, cuando pasaba el Flechas, ¡ay de esa lección que rápidamente aprendíamos! Todos sabíamos quién era aquel hombre que el tiempo pintó con su color. Sin embargo, pocos conocíamos a Pepe Lucas, quizás por su carácter volcánico y su aura de genio que necesitó volar de su tierra para ser alguien, pese a eso, su legado ahí está. Es el corazón de nuestra ciudad, son los primeros colores que ven muchos niños y niñas y es el mejor escenario en el que se desarrolla la función teatral de la historia de Cieza, una historia que ha elevado al parnaso de los intelectuales y genios, a Pepe Lucas y a El Flechas, dos seres humanos diametralmente opuestos pero, al fin y al cabo, hijos de esta tierra y hacedores del presente más inmediato.

Pepe Lucas y El Flechas se fueron con apenas unos días de separación. Cuando el otoño comenzaba a crestear por la Atalaya, Cieza quedó huérfana de dos de sus grandes referentes, por lo que aportaban y por lo que valían como personas. Uno amante de su Tercio y su Semana Santa hasta la extenuación, el otro, de su Efe Serrano, su Calle del Hoyo y sus poetas, esos que tanto le inspiraron y que lo convirtieron casi en uno más de ellos.

A Pepe Lucas y al Flechas los olvidaremos, porque, tristemente, el ser humano olvida por obligación y por castigo del tiempo, pero, cuando los olvidemos, que nos perdonen, porque, ni vivos ni muertos, supimos, ni sabremos, reconocerlos y quererlos como ambos merecían, primero como genios, uno marcando el paso y el otro trazando sueños con los pinceles, y, segundo, como hijos de Cieza.

Nos vemos en quince días, mientras sigo observando la vida.