Esta es de esas ocasiones en las que uno tiene la áspera e ingrata sensación de que sin ni siquiera abrir la boca le habrán dado hasta en el carnet de identidad. Los corrillos que se establecen en los rincones más casposos y naftalinicos, compuestos al cincuenta por ciento por cotillas y entendidos, habrán estado echando el rato en la sobremesa de algún banquete de esos en los que utilizamos a nuestros pequeños para pegarnos la fiesta adulta sin ningún tipo de pudor ni vergüenza. Por eso, imagino que una vez expresada mi opinión al respecto, ofreceré, de forma totalmente gratuita, unas cuantas horas más de pestilente crítica pantanosa. Se las aporto (las horas), plenamente consciente de que lo estoy haciendo, plenamente convencido de que se lo estoy poniendo extremadamente fácil, plenamente conocedor de lo tristes que son sus insulsas vidas, desprovistas de cualquier vestigio de proyecto propio. Así que aprovechen el tiempo y no dejen títere con cabeza.
Qué gran disco, bajo mi punto de vista, el editado hace ya un cuarto de siglo por Andrés Calamaro (1999, Warner Music). Qué manera más nítida, a pesar del nebuloso estado en el que se encontraba el artista por entonces, de plasmar el final de la última década del siglo pasado. 37 canciones, 2 horas y 21 minutos de disco grabados durante un año entre Buenos Aires, Miami, Madrid y Nueva York. Una obra inmensa, según mi poco fiable criterio, creada a fuego lento por el que les aseguro, no es santo de mi devoción. Disco doble en el que participaron 15 músicos diferentes, aportando cada uno de ellos su toque personal justo en los precisos instantes que lo demandaban las canciones. Impensable en la actualidad para la “trituradora” en la que estamos convirtiendo la forma de crear y consumir música siguiendo las instrucciones que nos indican los que nos la ofrecen. Todo inmediato, todo de usar y tirar, todo de plástico malo e insulso.
No sé si les ocurre, pero ha habido y por suerte, siguen habiendo discos que pasan por nuestras vidas para retratar el momento que se está viviendo, para dibujar el entorno que nos acompaña vitalmente en según qué épocas. Eso me sucedió al escuchar Honestidad Brutal con 19 años recién cumplidos y que conste que no soportaba, ni soporto a Andrés Calamaro. Quítenle poco más de dos horas a por ejemplo, venderle su vida con filtros y mentirijillas a los demás y péguenle una escucha tranquila al disco. El contexto social no es el mismo, ni por asomo, pero ha envejecido muy bien y como les digo, creo que sobre todo a los que están entre los 40 y los 45 palos les va a ofrecer un lienzo cubierto por esa agonía noventera durante la cual llegaron a decirnos que con los 2000 vendría el colapso mundial y el fin de la humanidad.
Dicho esto, se estarán preguntando a que me refería en el primer párrafo de este intento de articulo o como quieran llamarlo. Se lo voy a intentar explicar sin que se note mucho mi estado de hartazgo al respecto.
¿Se han parado a pensar en la cantidad de tiempo empleado en meternos en la vida de los demás?. ¿Somos conscientes de lo feo y poco constructivo que es dedicarnos a juzgar y a opinar sobre las acciones que llevan a cabo otras personas?. ¿Se imaginan lo que enriqueceríamos nuestras propias vidas si el tiempo invertido en despellejar al prójimo a su espalda lo invirtiéramos en mejorar nosotros mismos?. Es inaudito ver situaciones como la que por ejemplo veo a diario en la salida del colegio al que llevo a mis hijos durante el tiempo de espera hasta que salen de clase. Padres y madres que 45 o 50 minutos antes de la hora del final de clase, se ve que tienen poco que hacer, se plantan en la puerta del centro cortando por completo el paso a los demás viandantes, incluso habiendo dejado su coche sobre un paso de peatones o una acera, para montar el corrillo y dedicarse a poner en duda y criticar absolutamente a todo el mundo. Desprecian y cuestionan cualquier oficio, cualquier iniciativa, cualquier proyecto o gestión de los demás. Opinan y aportan soluciones sobre complejos problemas para los que ni siquiera los expertos en la materia los tienen, todo ello mientras su utilitario impide el paso de los niños y niñas que intentan caminar por la acera o cruzar por el paso de peatones. Esto sucede a diario y les prometo que mi intención es abstraerme, recoger a mis hijos y marcharme a casa intentando que no me afecte, a veces les confieso que me marcho fastidiado. Por cierto y ya termino. De todo lo que les comento, ¿saben que considero lo peor?, La critica despiadada y sin ningún tipo de respeto hacia la labor de los profesores y las profesoras de sus hijos, incluso continuando el linchamiento dialectico en presencia de niños y niñas a los que luego se les exigirá que tengan respeto por la persona que los está formando. Es sencillamente triste y a mí me indigna y enfurece, pero sobre todo me entristece.
Pues eso, intenten escucha el disco que les propongo, si les apetece. Honestidad brutal, vaya titulo.
Gracias por su tiempo, dedíquense tiempo.