El apego a ciertos objetos es irracional. Pero, en personas como yo, algo inevitable y, francamente, necesario: la piedra volcánica que mi madre me trajo de su primer viaje internacional, la pequeña escultura tallada en piedra que encontramos casi a punto de regresar de Vietnam, el grabado que reproduce el rapto de las sabinas, viejas entradas d cines y teatros… Y, por sobre todo, los libros.
Mi última mudanza, luchando contra los desorbitados precios de una ciudad que se va a convertir en ruina turística, me ha hecho pensar mucho en ello: he construido un templo con base en objetos minúsculos, de mayor o menor importancia, cuya desaparición podría suponer que se tambalearan muchos de mis cimientos emocionales.
¿Qué importancia tienen?, me pregunto, mientras recorro los muros en blanco y los muebles vacíos del nuevo destino: son talismanes, la puerta de un viaje al pasado, a momentos tan brillantes como oscuros. Y me resultan imprescindibles, aunque no sepa decir ni por qué.
Consciente de que acumulo demasiado en este gabinete de curiosidades que es mi casa, durante el abandono de la anterior he intentado, sin mucho éxito, desprenderme de algunas cosas que ya me vinculan a otros yoes que ni siquiera me agrada recordar. La misión ha sido cumplida a medias: sigo arrastrando decenas de pequeñas piezas del puzle en el que me he convertido.
Por eso, estos días, en los que toca asentarse en el nuevo hogar, paseo por la casa, vago sin objetivo, observando las paredes y estanterías, los armarios, los huecos en las escaleras. Busco, de una forma intuitiva, el nuevo lugar de todo lo que me conforma: algunas cosas han encontrado su espacio de inmediato, están colocadas casi desde el primer día y allí van a permanecer hasta que, dentro de no demasiado, tenga que marcharme de nuevo. Otras siguen en cajas, generando el caos propio de una mudanza que se alarga más de la cuenta. Sin embargo, he aprendido a que no me perturbe: mejor eso que llenar los muros vacíos de una manera incorrecta, que no me sirva, que no nos sirva, para recordarnos quiénes somos.