A veces, mirar fijamente los ojos de alguien que te perciben únicamente con amor, pidiendo explicaciones porque por mucho que lo intenten no entenderán tus mil razones de ser, de vivir o percibir la misma realidad, con la que hace un par de años depositabas toda tu confianza en personas totalmente desconocidas.
Creando un mundo paralelo a una realidad oscura y enredada, ojos que te abren miles de caminos a tonalidades que se escapan del gris y el negro, volviendo a vivir.
He dormido con el diablo vestido de Prada y confiado en la muerte sabiendo que hiere con saña.
He dormido en los brazos de Morfeo y despertado a mil kilómetros a la deriva susurrando, que ni siquiera gritando por un hilo que me devuelva a la vida.
Cuatro personas confían en mí, sin contar a los que se hacen llamar amigos cuando te ven reír.
Sabiendo que el que bien te quiere te hará sufrir, aún siendo forastero aprovechaste bien el lecho para quitarle el techo a quién desinteresadamente te sirvió.
Mirando más el dinero que el corazón, agarraste bien el brazo del que en cuanto pueda te pegará con su mazo.
Ardiente como el fuego, metiste el dedo en la llaga y echaste sal en la herida porque antes que honrada, entrometida.
Todos estos son los llantos del que nunca fue santo pero al que siempre se culpó por ver la bondad de la gente y escuchar su corazón.
Felices años veinte.