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Cieza, hoy. El hijo de un ferroviario que soñaba con las letras de Cervantes

Yo no sabía escribir. La sintaxis no era lo mío, y ahora tampoco, pero siempre recordaré una frase que un hombre bueno me dijo la última vez que lo vi: ‘Ahora escribes mucho mejor’’. Ese hombre, indirectamente, me estaba animando a seguir adelante, sin saber que, para mí, él siempre fue un referente.

Guardo en un hueco de mi escritorio una libretita de Tiger donde apunto aquellas frases que me suelen llamar la atención. Hay autores de todo tipo, desde políticos como Yolanda Díaz, hasta intelectuales como Borges o Unamuno. Guardo estas frases con la esperanza de que algún día me sirvan, o bien de comodín en mis artículos, o bien para explicar aquello a lo que yo no soy capaz de poner palabras. Nunca he utilizado ninguna,  sin embargo, hoy utilizaré una que está hecha a medida de nuestro querido Bartolomé Marcos. Julio Llamazares – autor de ‘’La Lluvia amarilla’’- le escribió a él, sin saberlo y sin conocerlo: ‘’Yo siempre he escrito lo que me pide el alma’’. Y es que, en este caso, es innegable que el querido profesor, a lo largo de toda una vida, dejó su alma en cada uno de los artículos y colaboraciones con las que contribuyó a la construcción de una Cieza mejor. Hoy, cuando miramos al cielo para buscarlo en alguna estrella, él permanece junto a su tierra querida en un legado que ya quisieran muchos intelectuales haber podido dejar en vida, un legado entre el que se encuentra centenares de artículos, miles de clases magistrales y otros tantos trabajos audiovisuales.

La noticia de su fallecimiento me pilló sentado, mirando al castillo y la Atalaya, en la reconstrucción que el Museo de Siyasa tiene de una de las casas del yacimiento del que toma su nombre. Ahí pensaba que, en un presente en el que todo es tan efímero, necesitamos la calma que aportan determinadas cosas. Un buen café, una buena conversación o una buena lectura. Y, ahora que se ha ido, pienso que Bartolomé Marcos nos salvó la vida en innumerables ocasiones. Siempre fue como un ángel de la guarda. Lo leías y hasta el aire cambiaba. Lo envidié, mucho, por su pasmosa facilidad para escribir, semana tras semana, sin que se le moviera un solo pelo de su tan personalísimo peinado a lo Joan Miró. Marcos siempre demostró una habilidad atroz para contarle a los ciezanos, de tú a tú, lo que estaba pasando en nuestra localidad y en su vida, ya fuera en formato escrito o a través de la televisión. Hoy no entenderíamos muchas cosas si él no hubiera existido  y si no hubiera querido tanto a su particular bochito, Cieza, qué diría Unamuno. El encuentro con él siempre me pareció como un tipo de suerte, como una bendición de alguien que, siendo consciente de su categoría profesional y personal, siempre te miraba de tú a tú y, si se terciaba, te premiaba con una conversación profunda y sincera, por supuesto, siempre con esa voz que solo los que saben de la vida tienen, profunda y tan aguda como si saliera desde las mismísimas entrañas de la Tierra.

A veces pienso que hoy en día, cada vez más, nos cuesta encontrar verdaderos referentes, personas que, al nombrarlas rápidamente, puedas decir algo de ellas. De Bartolomé Marcos podríamos decirlas ¡vaya que sí podríamos! En efecto, yo siempre diré que, para mí, Bartolomé Marcos era una frase que centenares de personas repiten cuando tienen lugar los ‘’primeros bostezos de la primavera’’ : ‘’ Desde el pueblo y para el pueblo’’. Con esa simple frase que dejó para la historia de las cofradías ciezanas, sin ser cofrade, Bartolomé Marcos ya se ganó la eternidad y el recuerdo eterno de un pueblo que seguirá leyéndolo cada fin de semana, buscándolo al alba en El Paseo y viéndolo cada noche en el TeleRed, cuando el invierno nos arrase y el verano nos desubique.

Me despido citando a la diputada ciezana Miriam Guardiola, quien tuvo el alto honor de ser alumna suya: ‘’ Desde hoy la vida es un poco más triste’’, que razón tiene, querido Bartolomé.

Os espero dentro de quince días, mientras sigo observando la vida.