Una de las cosas más difíciles que se me ha planteado siempre es elegir un buen título, una frase capaz de resumir de forma breve toda la esencia de un proyecto y que, además, sea lo suficientemente atractivo para el público. Es algo que en la carrera de periodismo ya nos advirtieron que ocurriría. Así que cuando se me brindó la oportunidad de formar parte de ‘Cieza en la red’ tenía claro de qué iba a escribir, pero no tanto cuál sería el nombre perfecto para definir esta sección. En un primer momento pensé en llamarla ‘La crisis de los 40’, por eso de huir de la perfección que emulan las redes sociales y contar aquí las vicisitudes que se le presentan a cualquier hijo de vecino. Lo rechacé por el miedo a que la palabra “crisis” espantara al lector y, seamos sinceros, yo lo que quiero es que se queden conmigo y no huyan con la primera palabra que utilice para presentarme al mundo. También, porque todavía estoy a medio camino entre despedir los treinta y siete y darle la bienvenida a los treinta y ocho, por lo que no hay necesidad de adelantarnos a la crisis que traerá (ojalá no), en un par de años, la nueva década.
Cosas varias, miscelánea, caja de galletas… de entre todos los posibles títulos me decanté por ‘Carta de ajuste’ por su significado y su historia, porque era un combo de colores que aparecía cuando no había nada, pero que servía como previa a muchas cosas que vendrían después.
Tal vez muchos de ustedes por su juventud no la conozcan, y puede que otros ya no la recuerden, pero la mítica carta de ajuste era una imagen de colores fija que aparecía en nuestros televisores acompañada de un pitido y que se solía emitir en ausencia de programación. Llegó incluso a ser de lo más visto porque se colaba entre emisiones y -aunque esto nos parezca de otro planeta- aparecía también cuando la tele llegaba a su fin. Sí, señoras y señores, hubo un tiempo en el que la televisión sólo tenía dos canales y, además, estos dejaban de emitir a las doce de la noche, momento en el que aparecía la carta de ajuste para anunciarnos que “ya estaba todo el pescado vendido”. Si tiramos de hemeroteca, la primera vez que esta señal -creada por el danés Finn Hendil- hizo su aparición en TVE, fue el 28 de octubre de 1956 (entonces en blanco y negro; en color a partir de 1973) y, para sorpresa de muchos, se estuvo emitiendo hasta prácticamente antes de ayer. Las últimas emisiones tuvieron lugar en las televisiones autonómicas -las más necesitadas de esta señal por la escasez de programación- hasta que a partir de 2005 parece que la mayoría optó por ocupar las franjas sin contenido con películas del Oeste. Supongo que el público agradece más ver a Clint Eastwood en sus pantallas que unas barras de colores. Sea como fuere, la mítica señal desapareció definitivamente en 2013, hace relativamente poco.
Así que no sé si porque siempre me gustó la televisión -con sus alegrías y disgustos- o porque una ya va cumpliendo años y sintiéndose vintage o porque, tal vez, la carta de ajuste sea mi próximo tatuaje, pero me ha parecido el título perfecto para definir ésta, mi nueva sección. Lugar en el que, si me lo permiten, escribiré vivencias, curiosidades, recuerdos, ideas… y un sin fin de historias que tendrán la dicha de ser aquí inmortales y que ustedes podrán observar -como el que observaba la carta de ajuste- a destiempo, a deshoras, en el final del día o cuando les plazca. Porque si hay algo que ha traído de bueno el mundo moderno es la perpetuidad digital.
Y de esta forma me presento ante ustedes, “agradecida y emocionada” que diría la desaparecida Lina Morgan y que, además, añadía “gracias por venir”. Así que gracias por leerme y gracias por quedarse, espero que lo que encuentren en estas líneas sea de su agrado y les entretenga, siendo así el comienzo de una bonita y larga amistad. Si ustedes me lo permiten, ésta será a partir de ahora mi nueva casa.