De un tiempo a esta parte, no se si por cuestiones de algoritmos (esos “espías” informáticos que nos escuchan y observan para saber cuál son nuestras preferencias y enviarnos publicidad con la que crearnos necesidades) si fruto de la inteligencia artificial o por simple casualidad… llevo días -tal vez meses, puede que años- viendo spots, artículos y fotografías con palabras que dicen ser “las más bonitas del castellano”. Sempiterno, efímero, inefable, petricor, resiliencia, serendipia… y así hasta un total de setenta palabras elegidas como “bellas” y, sin embargo, en medio de tanta revuelta no encuentro mi favorita: Bambalina.
Bambalina es, según la RAE: “cada una de las tiras colgadas del telar a lo ancho del escenario”. Pero también, tan respetada institución admite -y esto es lo que nos compete hoy- la expresión “entre bambalinas” como sinónimo de “entre bastidores”, ese lugar al que sólo tiene acceso aquellos que forman parte de la función. Un punto estratégico y privilegiado donde se guardan los secretos que el público no puede ver. El rincón que más me gusta del teatro, después del escenario. Por eso, cada vez que he tenido la suerte de estar “entre bambalinas” -ya sea porque se me ha brindado la oportunidad de formar parte de un espectáculo o porque he entrevistado allí a alguno de sus protagonistas- he disfrutado de mi estancia en tan sagrado lugar como si me hubieran abierto las puertas del mismísimo Valhalla: saboreando las prisas, el estrés, los nervios, las voces y el bullicio que le dan esa magia.
¿Ustedes no trabajarían un día en el teatro si pudieran? ¿o la vida entera? Poniendo luces, sonido, “tirando cable”, pendiente de llaves, maquillaje, ropa, guión, butacas… Yo creo que, incluso, podría vivir dentro de uno y amarlo tanto como Salvatore y Alfredo amaron la cabina del ‘Paradiso’. Sin embargo, no creo ya que esta vida me premie con la adquisición de tan preciado edificio, ni el tiempo me permita pasearme por las tablas de medio mundo, pero tengo la suerte -la tenemos- de poder disfrutarlo, verlo y sentirlo como la representación artística que es, una de las actividades culturales más antiguas que tiene la humanidad. Su poder es tal que, además de transportarnos a otros mundos, ya hay estudios -como el que lleva a cabo la Universidad Politécnica de Madrid- que ven en la actuación una herramienta para trabajar la seguridad en uno mismo e incluso controlar la ansiedad.
El teatro hay que cuidarlo porque es de lo poco bueno que hemos hecho los seres humanos, y hay que protegerlo, y amarlo, y hacerlo grande. Destinar nuestros recursos a su protección y crecimiento, apoyando a artistas, proyectos, ideas, sueños… Formando parte de él. Formen parte de un grupo de teatro o de una compañía teatral si es posible. No puedo prometerles muchas cosas pero sí que el teatro no les abandonará, incluso cuando el resto del mundo lo haga, el teatro aparecerá para rescatarles.
Yo tengo la suerte de formar parte de una asociación maravillosa que trabaja por y para el desarrollo teatral y cultural, y es de las mejores cosas que me ha pasado en la vida: ver la humildad de unas personas que poco a poco, y año tras año, han ido forjando una escuela que pretende dejar anclado el teatro en nuestra localidad.
Y que así sea.