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Carta de ajuste. El pueblo salva al pueblo

Cada vez que pienso en un tema sobre el que poder escribir busco que sea divertido, entretenido o curioso pero ¿cómo hacerlo este mes de noviembre cuando hay tanto dolor en nuestros pueblos vecinos? Un pueblo como Letur que, a setenta kilómetros de Cieza y declarado ‘Conjunto Histórico-Artístico’ en 1983 por ser una de las localidades medievales mejor conservadas de la provincia de Albacete, ha sido arrasado por una Dana que ha hecho más daño del que pudimos prever o imaginar.

Recuerdo que la noche del pasado 29 de octubre me acosté con la imagen de algún reportero haciendo las primeras conexiones del temporal en calles que ya parecían ríos y leí comentarios que decían: “ese trabajo no está pagado”; y pensé: “¡no que no lo está!”.

Ese primer día todos creímos que estábamos ante otra gota fría más como las que, por desgracia, ya estamos acostumbrados a sufrir y que el temporal dejaría algún que otro pequeño destrozo material, alguna anécdota y el debate sobre el poco caso que le hacemos a un cambio climático que ha venido para quedarse. Pero el miércoles al amanecer ya todo era un caos. Las redes despertaban encendidas contra una empresa que no había suspendido la jornada laboral pese a las lluvias, y no pude evitar acordarme de unos trabajadores que en la Dana de 2019 accedieron a su puesto de trabajo por el tejado.

Octubre se despedía con fotografías de una Comunidad Valenciana devastada, con autovías colapsadas, coches arramblados, barro y noticias de desaparecidos. La imagen de un desastre sin previsión que ha hecho que hoy estemos contando los muertos en cientos y los desaparecidos en miles. Un caos que se acentúa con noticias de gente que aprovecha la locura desatada para entrar a robar en establecimientos destruidos. Malas acciones que hace que los maldigas y desees que el universo no los perdone. Empiezan los mensajes de gente que dice que “no nos hacemos una idea de lo que está pasando” -la prensa internacional ya lo ha bautizado de “apocalipsis”- y llegan peticiones de ayuda de alguien que conoce a otro alguien que lo ha perdido todo o que no localiza a un ser querido. Los periodistas, allí presentes, a cámara dicen: “esto es un puto infierno”.

Pero cuando, una vez más, crees que el mundo se va al traste ¡se hace el milagro! Y las noticias comienzan a mostrar a personas que rompen cristales para rescatar a sus vecinos atrapados en portales mientras esperan una ayuda que parece que no llega, o que llega tarde. Bomberos salvando de morir ahogada a una mujer que se niega a abandonar a los animales con los que vive. Un hombre se pone a cocinar arroz en plena calle para alimentar a quién lo necesite y una marea humana llega a pie hasta la zona cero mientras cien mil personas se plantan, con los primeros rayos del sol de la mañana, ante las puertas de la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia con la única intención de ayudar como sea. En tu municipio, y en el mío, se abren las puertas de locales que se han convertido in extremis en puntos de recogida de ropa y alimentos, y empieza a rugir una frase: “El pueblo salva al pueblo”; y es cierto, lo demostramos en cada catástrofe. Pero “el pueblo salva al pueblo” porque no hay más opciones. No podemos olvidar que ese pueblo, además de su gente, también son los recursos públicos que tenemos y que deben estar bien dirigidos y administrados para evitar que esto, en 2024, pase. Aunque nos enorgullezca saber que todavía queda fe en la humanidad y que cuando todo, otra vez, falle, la gente del pueblo estaremos para salvarnos.