De fondo, de pura casualidad y en una lista aleatoria de Spotify, suena ‘’ I had a farm’’ de la BSO de Memorias de África. El reloj de mi ordenador de sobremesa marca las 2 y 16 del 1 de febrero. Ha sido un día largo. Trabajé en Totana, me quedé sin voz, comí en Murcia, visité a Hernández Navarro y sus discípulos, volví a ver a Antonio después de un mes, le pisé a 130, llegué a Cieza, fui a escuchar a la OJE, casi presencio una pelea –salgo poco, pero cuando salgo…- y ahora aquí estoy, escribiendo. Las musas llevan unos días reclamando mi atención. Paso de ellas. El tiempo me come y no tengo apenas tiempo para escribir. Lo echo de menos, pero pienso mucho, pienso en todo. Pienso en el ahora, el mañana y el pasado. No sé, soy feliz pensando.
Hay veces que quiero que las musas me visiten cuando a mí me da la gana, pero, claro, ellas vienen cuando a ellas les da la gana, total, solo soy un docente más, un fotógrafo del tres al cuarto y un forastero en otras tierras que no son las mías. A veces me siento un ciudadano del mundo, un sin patria, pero, en el fondo, me gusta que la gente no me conozca. Me gusta ser un ciudadano más del mundo. Un anónimo. Y a quien no ¿verdad? Decía que las musas vienen cuando les da la gana. Se van, vienen, me marean y así una y otra vez. La cuestión es que no quiero escribir por escribir, y no quiero hacerlo porque les quiero, les respeto y no quiero defraudarles, queridos lectores. Cuando vean que no escribo, piensen rápidamente que las musas no me han venido a ver y ya, de paso, si las ven, mándemelas. El pasado viernes vinieron a visitarme, me dieron un sopapo y se fueron. Mi vida cambió, antes mis fines de semana eran solamente de bajar a Murcia, cenar con mi novia, decirle que la quiero, embobarme con lo guapa que se pone y volverme a Cieza escuchando el ‘’Monday Morning’’ de Axel Torres y Raúl Fuentes. Ahora, son las ocho de la tarde de un viernes cualquiera y estoy en un Mercadona de Murcia acompañando a mi novia a hacer la compra para su nuevo piso. No me gusta. Todo va demasiado rápido, quiero seguir yendo despacito. El vértigo no es lo mío, la verdad. Aquella compra en el Mercadona me hizo reflexionar sobre la fugacidad de la vida, sobre el cómo, el cuándo y el dónde. Últimamente, reflexiono demasiado sobre si estoy haciendo las cosas bien, pero, sobre todo, si no es el momento de tomar decisiones, bajar persianas, coger mis cosas y largarme a las sombras y la calma. Básicamente, dedicarme tiempo a mí mismo. Decía que en Mercadona me estampé con la realidad, con el presente, con el futuro y con lo que no quiero vivir. Vi unos niños comprando su merienda en ese Mercadona. Cogían su cruasán y sus donuts de una estantería de la tienda. Nadie los miraba, nadie les ayudaba, nadie les preguntaba qué necesitaban. Lo tenían claro, llevaban el dinero en la mano y eran tan autónomos como mi Alexa cada mañana cuando me pone un resumen de las noticias del día. Esos niños no me gustaron. Me dieron muchísima pena porque, cuando sean mayores, no podrán contarles a sus hijos que, de pequeños, iban a la tienda de toda la vida, a comprar la merienda y a saludar a, pongamos, Toñi. Es una mierda no tener historias que contar ¿verdad?, pero, es que, joder, todo va muy rápido, y no quiero. Quiero estar en mi bochito, leer libros, bañarme en el rayo de sol que cada día viene a buscarme a las cinco y medía, abrazar a Antonio cuando viene de Valencia y pensar qué, quizás, es el momento de irme. Todo va tan rápido como el AVE 05962 que me trajo en Navidad desde Valladolid. Vi flores en la estación de Chamartín, vi a murcianos perdidos y vi que la vida, quizás, se resume en un adiós antes de montar en el tren que te llevará vete tú a saber a dónde.
Todo va muy rápido, no quiero que vaya tan rápido.
Os espero dentro de quince días, mientras sigo observando la vida.