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La casa con la que sueño

Cuando alguien me dice que va a visitar Milán, no puedo evitar recomendarle un tesoro turístico de la capital de la Lombardía: la casa museo Boschi di Stefano.  No tan conocida como otros espacios, se trata de una visita muy especial para quienes están mínimamente interesados en la pintura moderna.

Esta galería es diferente: se trata de la colección privada del matrimonio Boschi di Stefano. Durante toda su vida, la pareja se dedicó a comprar, para su disfrute propio, obras de pintores italianos contemporáneos.

Lo que ve hoy el visitante son los cuadros que, hace unas décadas, ofrecían una posibilidad de diálogo y reflexión a estas dos personas desde los propios muros de su casa. Y allí siguen. Por eso esta colección es tan especial: lienzos, papeles, esculturas, cerámicas y cristales continúan expuestos en las habitaciones de la casa, casi como estaban cuando los Boschi la habitaban.

La experiencia es extraña: el exquisito trabajo de musealización del espacio hace que el visitante se sienta como un intruso, un voyeur al que el agujero de la pared se le ha quedado estrecho. La intimidad que se vive en esa casa modernista, el silencio debido a la ausencia de visitantes, la colocación exacta de cada uno de los muebles, la luz de las primeras horas de la tarde por ese ventanal inmenso… Eso es lo que la hace diferente: la casa Boschi di Stefano está viva. No es una colección pensada para un museo, sino que es el recorrido por una vida, por una historia de amor más allá del amor.

Leo, estos días, un brevísimo ensayo del galerista y crítico de arte Ezio Pagano. El creador del observatorio de arte siciliano habla de significado, de diálogo, de un atractivo que se aleja de lo ornamental a la hora de adquirir un cuadro. Para el italiano, la adquisición de arte implica que el comprador se ponga el traje de investigador, que desee dialogar con la pintura, la escultura o el grabado. Dice: “cuando se adquiere una obra de arte para una colección, la belleza estética cuenta menos que el significado, que también es una forma de belleza”.

Con esa idea en mente, pienso en Antonio Boschi y Marieda Di Stefano, en cómo, poco a poco, dedicaron una fortuna a construir ese fortín que fue su casa. Y siento que, más allá de los propios cuadros, de sus mensajes, de las propuestas de sus autores, la propia casa es una creación artística que habla de sentarse de espaldas al mundo para comprenderlo todavía mejor. Esa es la belleza real de su proyecto vital, que regalaron después a todos los italianos y al mundo, para ayudarnos a comprender.

Quizás con esto baste. Por ahora.