El Carnaval de Cádiz está en plena ebullición. Ya estamos en las fases eliminatorias. Este año estoy siguiéndolo poco. Voy atareado con mil cosas. Mi novia me dice que el parpado derecho inferior me tiembla. Yo ni me entero, pero será verdad. En ese carrusel de chirigotas, coros, comparsas etc… hay una chirigota, ‘’Los Calaita’’, que están causando sensación y, de ellos, me quedo con la siguiente frase de su popurrí: ‘’ Ya disfruté /Todo esto que estoy viviendo/Antes de que sea un recuerdo/Porque se nos marcha el tiempo/Y no sé si volveré’’. Efectivamente, el tiempo se marcha, pero, mientras lo hace, me enamoro. De lo que sea, pero lo hago, como del reencuentro con una mujer de mi infancia. ¡Qué mujer, queridos lectores!
Hoy quiero hablarles del amor. Que sí, que vaya hartazgo ¿verdad? Pero es que es tan bonito que hay que hablar de él, pero yo no voy a hablarles del amor de pareja, que es lo típico de lo que todo el mundo habla, yo voy a hablarles de los múltiples amores que la vida nos regala. Les voy a hablar del atardecer, de Maruja, de la vida, de una copa de vino o de un acorde.
Querer es algo inmenso, indescriptible, insuperable y arrebatador, pero es que querer también es saber valorar las cosas del día. Lo simple, lo básico, pero también es querer lo que no se aprecia, pero que, sin embargo, te embarga y te llena de emoción. Ayer me pasó algo del estilo. Les cuento: como ustedes bien saben, mi infancia se escribe jugando en la Plaza de los Carros rodeado de vecinos como la Conchita, la Mocha, las Aperaoras, Salvador, El Cuco o la Fifí, pero también se escribe viendo como mi abuela, cada mañana, levantaba la persiana de su habitación y, justo enfrente, tenía a la Maruja y a Pepe. Llevaba mucho tiempo sin ver a Maruja, puesto que, cuando Pepe enfermó, se vinieron a vivir a Murcia con su hija Jose y ya les perdí la pista. La última vez que la vi, Pepe todavía vivía. Posiblemente, les estoy hablando de hace como una década. Total, que ayer la Agonía nos fuimos a Murcia a hablarles a los murcianos de cómo Cieza le pone sonido al SILENCIO y cómo Cieza concibe la Noche de las Noches. Llegué a las seis y media, tras dejarme el tranvía en la Plaza de las Flores y caminar por Murcia mientras que en los Airpods de mi novia sonaban ‘’Penitente Ciezano’’ y ‘’1914’’-¡Bendito Spotify!-la cuestión es que llegué a la Ermita del Pilar y, entre un paseo para acá y un paseo para allá, me llamó mi amigo Paco Nortes para que le abriera la puerta. Me dirijo a la puerta y, ¡sorpresa! Ahí estaba ella, Maruja, con la misma sonrisa de siempre, la misma voz y la misma alegría de vivir. ¡Era la misma! Solo que el color del paso del tiempo la había ido modelando. Claro, cuando mismo la vi, la reconocí. Mi vida se escribe en parte viéndola en el piso de enfrente de mi abuela. Me tiré a sus brazos, la abracé, la besé, le hablé de mi familia y le di la enhorabuena por el gran nieto que tiene, Miguel, un niño de ojos claros precioso y la bondad por gesto. Él ya no es un niño, pero yo sigo viéndolo jugar en la Plaza de los Carros junto a su hermana, Carmen. Por supuesto, su abuela, Maruja, iba cogida de su hija Jose, y me insistía en que necesitaba una silla para sentarse, porque ya la edad le hacía mella. El acto todavía no había comenzado, pero a mí ya me sobraba todo. Me importaba un bledo cómo se desarrollaría el acto y lo que sucedería. Yo me encontré con Maruja, recordé lo feliz que fui jugando en esa plaza y la huella que en mí dejaron todos y cada uno de los vecinos de esa plaza. Muchos ya no están, como mi abuela, pero cuando veo a uno de los que si están, la vida se para, todo lo que gira a mi alrededor se detiene e, indudablemente, entiendo que es ahí donde está el amor, es ahí donde está el romanticismo y es ahí donde uno siempre estará locamente enamorado, porque, como ven, creo que el amor no es algo que solo puedas disfrutar con tu pareja, sino que el amor también está en un paseo por la ribera del río; en tender la mano a tu amigo cuando la necesita o en saber cuándo tienes que irte porque tu tiempo ya pasó.
Quieran al prójimo, pero, primeramente, quiéranse ustedes. Les deseo muchas marujas en sus vidas y muchos te quieros a lo que les quita el sentido. A mí me lo quita el ver la Atalaya y la tierra de mí amores, Cieza.
Os espero dentro de quince días, mientras sigo observando la vida.